Trabalenguas

Lo que nos dice Francisco Jorquera de que el gallego está en peligro es verdad. Lo está hoy, lo estuvo hace cincuenta años, hace dos siglos y así hasta los tiempos de Alfonso X, en los que la cosa no iba tan mal según parece. El sino de este idioma es vivir en precario, peligrosamente, sin poder nunca disfrutar la situación de las lenguas que tienen la supervivencia asegurada.

Hay, sin embargo, una diferencia entre el peligro actual y los del pasado. Antes existía una poderosa coalición de poderes e intereses empeñados en borrar cualquier vestigio del gallego, en nombre del progreso, de la unidad de España o de la dominación de una clase superior. El peligro era externo. Podía suponerse entonces que en el interior de esa ciudadela lingüística acosada había un pueblo resistente.

¿Lo había? La realidad ha demostrado que los gallegos eran menos fieles a su idioma de lo que se pensaba. Confundidos por esta actitud, algunos se esforzaron por explicarla recurriendo a complejos ancestrales que necesitarían años de terapia. Una teoría tranquilizadora si no hubiera nuevas generaciones de gallegos nacidos tras la longa noite que no se sienten abrumados por el peligro que delata Jorquera.

El peligro ya no es externo, sino interno. Lo admiten incluso las asociaciones que se han impuesto el deber de velar por la moralidad lingüística de sus compatriotas. Sus denuncias y advertencias se dirigen contra gallegos. Señalan a políticos poco comprometidos, a instituciones descarriadas, a tiendas reticentes con la normalización o a centros sanitarios sospechosos.

Su actividad inquisitorial es el fiel reflejo de un fracaso. La sociedad gallega recuperó su libertad, aprecia su autonomía, recupera su estima, pero hay algo que falla: el idioma. Si el gallego sigue estando en peligro a pesar de la normalización, de su introducción en la escuela, de su transformación en idioma vehicular del poder político y cultural, será por culpa de los gallegos, incluidos cantidad de votantes del BNG que son castellano-parlantes habituales.

El error en el que incurren algunos en materia lingüística, el error que aprovecha hábilmente Mariano Rajoy con sus propuestas en defensa del castellano, es pensar más en la lengua que en los hablantes. Para defender una lengua que está en peligro se fuerza a la sociedad con medidas que en ocasiones reproducen las diglosias de antes. ¿Cómo llamarle si no a la situación que padece un escolar urbano obligado a aprender en un idioma que no es el de su casa, el de su calle, el de sus amigos?

No es acertado ese razonamiento según el cual la convalecencia de un idioma como el gallego obligaría a reajustar los criterios pedagógicos y a condicionar la libertad de la gente, para lograr así su plena recuperación. Es el idioma quien debe estar en función de las personas, y no al revés. Son las personas las que deben autodeterminarse y decidir cómo conservar ese legado idiomático que reciben del pasado.

Hay un tipo de planteamiento que queda sin punto de apoyo tras el establecimiento de la democracia y la autonomía. Antes podía hablarse de una agresión externa contra el idioma, que impediría su uso normal. Ahora, si ese peligro del que Jorquera habla es cierto, las causas hay que buscarlas en la propia sociedad gallega.

Para defender mejor teorías que han quedado en el aire, se recurre a su transformación en dogma indiscutible. Hablar del idioma en una campaña sería tabú. He ahí otro mal síntoma.

Carlos Luis Rodríguez – El Correo Gallego

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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