Las rías de Ferrol y Vigo son escenarios estos días de protestas sindicales durísimas en dos sectores estratégicos y de importancia vital para el futuro económico de Galicia: el energético y el naval. Xavier Navaza alerta sobre la imagen que estamos dando al mundo, «la imagen de un país nervioso e inestable, de poco fiar… es decir, la imagen ideal para quienes compiten con los patricios de nuestra empresas en los durísimos mercados internacionales».
A cualquier tiburón, mínimamente interesado en robarle cuota de mercado a nuestros astilleros, le basta estos días con poner en circulación el vídeo olívico envuelto en llamas y gestos de insurrección: «Ya se han perdido cuatro pedidos de buques por parte de una naviera de Noruega», dice José María Hidalgo, portavoz del metal en la provincia de Pontevedra: «Y más de un despacho en el mundo duda de las garantías que ofrece Vigo para responder con eficacia a un encargo».
De eso se trata. Hay, en las movilizaciones de estos días, un elemento añadido que llevaba tiempo sin aparecer por los escenarios económicos de nuestra tierra: es un resabio antisistema, que recuerda a los impulsores de la acción directa de los años setenta y ochenta del siglo pasado, outsiders que se organizaban en plataformas anticapitalistas y actuaban al margen de la dirección de las centrales sindicales establecidas.
Un cóctel explosivo: una mezcla de lucha antiglobalización, el rechazo a la precariedad y a la inestabilidad en el empleo y un ansia de combate contra la figura del empresario, que pugna por salir adelante y que sigue siendo objeto de anatema por parte de algunos ámbitos del sindicalismo radical. En cualquier caso, el horizonte de unas elecciones que parecen endemoniadas constituye el escenario ideal para la protesta… mientras nuestra élite dirigente sigue mirándose el ombligo.
