Vote botellón, vote a Javier Losada

A finales de enero el alcalde Javier Losada afirmó que había dado la orden para que su gabinete intentara frenar el botellón que afectaba desde hacía tiempo a los vecinos de Santa Catalina. Pasados tres meses pudimos constatar que ni él ni su gabinete habían movido un dedo para evitar que el vandalismo juvenil siguiera acampando a sus anchas en Santa Catalina y en veinte zonas más de toda Coruña. Lejos de perder fuerza, el botellón amplía su espectro en las zonas ya clásicas, como la plaza del Humor, Santa Catalina, San Pablo o los jardines de Méndez Núñez, y suma otras reuniones habituales para beber la plaza de Lugo, la playa del Matadero o las calles Costa Rica y Durán Loriga, entre otras.

Javier Losada no se ha querido manchar las manos por miedo a que alguien pudiera acusarlo de «mano dura» o de querer imponer una tolerancia cero al botellón. Y es que la izquierda también tiene sus complejos. Para un alcalde irresoluto y pusilánime tomar decisiones puede llegar a convertirse en un trabajo insalubre. Losada ante el conflicto se amilana, se esconde y desaparece. Sus soporíferos llamados al diálogo y el talante le sirven de poco a la hora de pactar con todos los frentes que tiene abiertos. No es de extrañar que los sindicatos lo vean como un toro flojo que pide a gritos la muleta, que le monten hasta tres marchas por día y que se cansen de abuchearlo en cada inauguración.

Su falta de carácter cayó muy bien en los jóvenes cuando, al ser consultado por el botellón, lo definió como un cambio de las formas de convivencia. «La mayoría de los que hacen botellón salen a convivir», dijo el alcalde para alegría de los meadores de portales y pánico para los indefensos vecinos. Losada es al botellón lo que Trujillo a los okupas: el patrocinador oficial de este nuevo “estilo de vida alternativo” que pasa por los barrios dejando portales orinados, pintadas en las paredes, destrozos en el mobiliario urbano, ascensores rotos y varias noches sin sueño para quienes lo tienen que padecer a pocos metros. Como si una vomitada en el portal fuese un poético canto a la convivencia y la libertad de expresión.

Todos coinciden en que la única manera de frenar el botellón es prohibiendo el consumo de alcohol en la calle, medida que algunos alcaldes como López Orozco no han tenido complejo en anunciar en su campaña electoral. El alcalde socialista ya anunció que estas medidas serían incluidas en una Ordenanza de Civismo que pretende poner en marcha en la próxima legislatura el actual regidor municipal. Entre otros objetivos, persigue «preservar los espacios públicos como lugares de convivencia y de civismo, donde se respete la dignidad y los derechos de los demás». Al mismo tiempo se podría aislar al botellón en lugares amplios y cerrados como ya se hizo en Extramadura con muy buenos resultados.

Pinta mal el tema para una administración local anquilosada acostumbrada a programar festejos populares sin reparar en gastos. Peor pinta para los vecinos. Tanta pasión desmedida de nuestro tiempo por lo festivo, lo solidario, el concierto benéfico, la bicicleteada, la rave, el campus party, la pirotecnia subvencionada de las romerías en verano…ha llevado a confundir el auténtico festejo popular con la ingesta descontrolada de alcohol masiva dando lugar al repugnante espectáculo de ver como unos pobres infelices empozoñan la vida de sus conciudadanos en nombre de la convivencia.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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