Las voces de Truman Capote

Esa tarde de diciembre se reclinó en el sofá, apoyó las manos como quien se acaricia a sí mismo y miró a la cámara con aquella mirada triste y provocativa. La Leica de Harold Halma disparó. Luego Truman Capote mostró la fotografía a los editores de su primera novela, Otras voces, otros ámbitos. Había diferentes imágenes pero ambas partes optaron por esa. Así se presentó en sociedad, en 1948, con dos armas: un libro escandaloso y una figura emblemática. Porque Capote no pretendía simplemente atrapar lectores; salía a conquistar el mundo.

“Un lóbrego pozo de símbolos freudianos”, señaló Newsweek. “Las desagradables trampas del tema de la homosexualidad cuelgan como líquenes”, advirtió Trime. Orville Prescott, crítico del Times, en cambio, dijo: “Es imposible no sucumbir a la poderosa magia de su estilo. Hay escenas tan nítidas y sugerentes que lo sitúan a la altura de lo mejor de la narrativa reciente”. Muchas otras voces se sumaron para elogiar ese ámbito poético y perverso, que el autor recuperaba de su infancia. En una entrevista para Playboy, publicada veinte años después de la primera edición de la novela, Capote afirmaba que el libro era “un poema en prosa en el que he expuesto mis problemas emocionales transformándolos en símbolos psicológicos. Cada uno de los personajes representa un aspecto de mí mismo. ¿Recuerda al muchacho que va a una mansión en ruinas en busca de su padre y encuentra a un anciano paralítico que no puede hablar y solo se comunica lanzando pelotas rojas de tenis por las escaleras? Eso representa la búsqueda de mi propio padre, a quien apenas veía, y el hecho de que el anciano fuese paralítico y mudo era el modo de expresar mi propia incapacidad de comunicarme con mi padre; yo no era solamente el muchacho del relato, sino también el anciano. Así que el tema central del libro era la búsqueda de mi padre; un padre que, en el fondo, no existía”.

La fotografía no corrió la misma suerte que la novela. A Random House llegaron toda clase de cartas, desde las indignadas hasta las irónicas, a propósito del muchacho recostado en el sofá. Pero su secreto anhelo se concretó, más allá de algunas críticas adversas, de comentarios demoledores (de Hemingway, entre otros) y del desliz de aquella imagen: Capote, quien ya era respetado en el ambiente literario por su cuento Miriam, que obtuvo el premio O’Henry, pasó a ser una figura pública; un diminuto ícono reconocido y admirado por infinidad de gente que nunca abrió uno de sus libros, y por aquellos que sí lo hicieron, que también fueron muchos.

Sin sospecharlo y tal vez sin desearlo, Capote había gestado con el exitoso lanzamiento de Otras voces, otros ámbitos los cuadros iniciales de una tragedia; como Hemingway, Fitzgerald, Mailer –quien dio a conocer su primera novela, Los desnudos y los muertos, ese mismo año- Capote intentó ser un escritor encerrado en el altillo a la hora de escribir y un autor de éxito a la hora de publicar. Una estrategia de escritura y de inserción en el mercado que en los Estados Unidos resulta letal. Es un mercado demasiado poderoso, ange el cual hasta los marginales deben cuidarse paso a paso, para no caer en algunas trampas. Capote fue un buen luchador, pequeño pero macizo, y dejó una obra valiosa y original, pero el costo fue quizá demasiado alto y murió poco antes de cumplir los sesenta años, en la casa de su amiga Joanne Carson, después de permitir la publicación de algunos capítulos del libro que supuestamente iba ser la culminación de su obra, Plegarias atendidas, y que resultó un fiasco.

Su forma de lucha era la seducción. Así conquistó al novelista Jack Dunphy, con quien mantuvo una relación durante treinta y cinco años. “Todo el mundo decía que no lo lograría; estaba casado con una chica extraordinaria, Joan McCracken, que también me gustaba, y mucho. Pero yo estaba decidido. Me concentré en ello con exclusión de todo lo demás. Resultó una cosa excelente en todos los aspectos”, solía decir. Una seducción que atravesaba las dificultades más diversas y adversas con una seguridad casi irreal. “Hace cuatro años tuve una experiencia muy divertida –le contó a Lawrence Grobel, en el libro Conversaciones íntimas con Truman Capote-. Hacia las dos de la mañana iba andando a casa por la Primera Avenida cuando de pronto aparecieron tres tipos de aspecto sudamericano, justo delante de mí. Por el modo en que se distribuyeron comprendí que iban a robarme o hacerme algo. Tenía en el bolsillo una pluma estilográfica, la saqué cuando se acercaron y dije: “Señoras y señores, esta es la emisora WNEW. Están a punto de presenciar un asalto justo en la Primera Avenida. Les habla Truman Apote. Seguí hablando y ellos se echaron a reir y me acompañaron a casa”.

La misma seducción que puso en marcha con los personajes más célebres de la vida mundana de Nueva York, como las hermanas Lee Radziwill y Jacqueline Onassis, entre tantos otros. Durante muchísimo tiempo había que lograr que Capote fuera a una fiesta; era la garantía de que nadie iba a bostezar. El mismo organizó una gran fiesta en 1966, que le costó ciento cincuenta mil dólares, en la cual la invitada de honor fue Catherine Graham, jefa de la familia propietaria de Newsweek y The Washington Post. El “Baile en blanco y negro” en el Plaza fue una de las grandes puestas en escena de Capote y demostró su poder de encantamiento; quienes no fueron convocados, y por algún motivo pensaban que debían estar en la lista, movieron cielo y tierra para obtener una tarjeta de invitación.

Capote tenía por entonces 41 años y una obra para celebrar. “Ya me he deshecho del muchacho del flequillo. Me ha costado porque resultaba fácil ser así (era exótico, extraño y excéntrico). Me gustaba cómo era, pero tenía que decirle adiós”. Un libro de cuentos. Un árbol de noche (1949) y Color local (1950), un libro de viajes donde Capote comienza a trasladar sus sugestivas imágenes del mundo de los ensueños autobiográficos al mundo real, al que observa con una pasión deslumbrada y una sutil ironía, precedieron a su segunda novela. El arpa de hierba (1951), continuación de esa prosa estremecida por la memoria. Su siguiente libro fue una proeza absoluta. Se oyen las musas, un reportaje desopilante sobre la gira por la Unión Soviética de una compañía de negros que interpretaba Porgy and Bess, publicado en 1956. Su novela corta, Desayuno en Tiffany’s (1958), es el retrato de una mujer tan seductora y ecléctica como su creador. “Es el escritor más perfecto de mi generación, escribe las mejores frases palabra por palabra, cadencia tras cadencia. Yo no cambiaría dos palabras en Desayuno en Tiffany’s, que se convertirá en un pequeño clásico”, escribió Mailer en Advertencias a mí mismo. Y en 1965 apareció A sangre fría, ese gran reportaje sobre un crimen múltiple, ocurrido en el pueblo de Holcomb, en las elevadas llanuras trigueras del oeste de Kansas.

Al hablar de la literatura imaginativa y la basada en hechos reales, Capote dijo: “Están llegando a su confluencia, separados por una isla que cada vez se hace más angosta. Los dos ríos juntarán de pronto sus cauces para siempre”. Más allá de esa módica profecía, Capote ha demostrado que esos ríos se juntan en algunos de sus libros en forma diáfana y cautivante. En las piezas breves de Los perros ladran (1973) y de Música para camaleones (1983) y en A sangre fría. Gore Vidal, su enemigo más persistente (con Mailer apenas tenía escaramuzas breves peleas), lo dice a su manera: “Ni Mailer, ni Capote ni yo –por mencionar a tres escritores de cualidades muy diferentes- logramos el éxito merecido hasta encontrar nuestra propia voz. Mailer pasó años intentando escribir una obra maestra para la eternidad, y ese tiempo fue desastroso para él. Capote no era tan ambicioso, ni tan literario. Simplemente quería hacerse famoso por medio de sus obras y así copió las de los escritorios que entonces estaban de moda. Saqueó a Carson McCullers en Otras voces, otros ámbitos, raptó a la Sally Bowles de Isherwood para Desayuno en Tiffany’s; en resumen plagiaba de manera implacable. Luego se dedicó al reportaje, el reino natural de los que carecen de imaginación creadora, y empezó a hacer cosas interesantes. En otras palabras, ha encontrado su propia voz, y en eso consiste el acto de escribir”.

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Marcelo Pichon Riviére en Clarín, 18/6/92

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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