El gobierno protege muy bien … entre rejas

El libro de Ken Schoolland* plantea de forma bien amena que, en una sociedad abierta, el asunto crucial pasa por la relación entre el individuo y el Estado. ¿Qué derechos tiene un individuo? ¿Qué forma de gobierno protegerá mejor mis derechos? ¿Qué poderes debe ejercer un gobierno? ¿Quién tomará la mejor decisión sobre ese aspecto de tu vida: tu o alguien extraño? La respuesta es tan clara que da vergüenza escribirla: en una sociedad civil tú eres quien decide sobre tu vida. De ahí que el libertario defienda el individualismo porque considera que es el individuo –y no la Nación, la Patria o el Caudillo, como nos quisieron hacer creer en América latina- la unidad básica social de todo análisis y que sólo los individuos son responsables por sus actos.

“El pensamiento libertario resalta y enfatiza la dignidad de cada ser humano quien lleva consigo derechos y responsabilidades”, escribe David Boaz. Este individuo posee por ende derechos individuales – a la vida, la libertad y la propiedad- que no están garantizados por ningún gobierno o sociedad alguna sino que son inherentes a la naturaleza humana, motivo por el que también se los conozca como derechos naturales.

Las aventuras de Jonathan Guillable demuestra cómo las personas son más libres y prósperas a través del establecimiento de contratos libres y voluntarios que mediante la férrea planificación estatal. En su recorrido por la isla, Jonathan se apiada de todos aquellos que han querido, vía la economía informal, probar mejor suerte en el mercado negro. El resto de los individuos –que parecen lobotomizados y que sólo se expresan a través de slogans y frases hechas- aplauden las medidas del gobierno sin cuestionarse si los altos impuestos que el Estado les hace pagar hace que a los “marginales” es la causante de que haya evasión y transgresión de la ley; una ley, por otra parte, abusiva y confiscatoria: lo que Schoolland denomina “abuso legalizado”.

Respecto al problema fiscal y una de las lecciones que extrae el libro es que la evasión de impuestos no se soluciona con persecuciones impositivas, transformando a las agencias del gobierno en policías secretas. La mejor vía de recaudar es bajar el gasto público y cobrar impuestos que la gente pueda pagar. Por otro lado, usualmente el Estado no tiene autoridad moral para exigirle a los contribuyentes el estricto cumplimiento en el pago de los impuestos, porque es ampliamente conocido el despilfarro de recursos que sistemáticamente hace. Muchas veces en la isla que describe Schoolland encontramos maniobras que hace el gobierno subsidiando a personas que no son otras cosa más que punteros políticos y que no proveen a la sociedad de bienes y servicios que esta demande. Como consecuencia del despilfarro y la malversación de los fondos públicos el Estado no le proporciona a la sociedad un mínimo de seguridad, justicia y defensa.

Un economista argentino, Roberto Cachanosky, una vez se preguntaba: “Si lo gobernantes se apropian de los fondos públicos para beneficio propio y no le brindan ningún servicio a los contribuyentes, ¿qué autoridad moral puede esgrimirse para exigirle a la gente que pague sus impuestos, si los impuestos se han transformado en una gabela para mantener la coerción?”. Y es que cuando los comerciantes recurren al mercado negro (recordar en el libro a los vendedores de flores, el pescador o los peluqueros rebeldes) es porque el sistema tributario es confiscatorio, no respeta los derechos de propiedad, es caro de liquidar para el contribuyente y genera tanta inseguridad jurídica que quienes están fuera del sistema no tienen ningún incentivo para ingresar y los que están adentro están siendo masacrados impositivamente. “En consecuencia, los políticos deberían dejar de usar el Estado como botín de guerra”, recomienda Cachanosky. La solución radica en que debe hacerse un nuevo sistema tributario con pocos impuestos, fáciles de liquidar, sin sectores privilegiados, con tasas reducidas y una cláusula que establezca que el gobierno no aumentará los impuestos por, por lo menos, 20 años.

El tema de la presión impositiva es central en cuestión a la relación entre los individuos y el Estado y los pensadores liberales siglos atrás habían alertado sobre este tema. “Al ganso hay que desplumarlo sin que se dé cuenta”, decía Vauban mientras que Thomas Paine alertaba que “un gobierno que cobra altos impuestos es más peligroso que un invasor extranjero”. La cruda realidad de las economía socialistas es que el peso del Estado se traduce en un sistema tributario imprevisible, que le resta capacidad de demanda al sector privado y crea una gigantesca inseguridad jurídica para el contribuyente, afectando la tasa de inversión. Esto lleva a que las reformas estructurales no se lleven a cabo jamás por el miedo que tienen los gobiernos a perder la gallina de oro de la recaudación impositiva. Desde el punto de vista económico se sabe muy bien qué hay que hacer pero las falsedades ideológicas con las que el socialismo han intoxicado a nuestros pueblos impide que se realicen medidas urgentes y necesarias para comenzar a crecer.

Por desgracia, la mayoría de la gente todavía piensa que el deber del Estado es sanarnos de las enfermedades, educarnos en sus escuelas para ser obedientes y sumisos, obligarnos a respetar una bandera o ideología y amar a nuestros gobernantes por sobre todas las cosas. Dice Boaz: “Los conservadores quieren ser tu papi: decirte que hacer y no hacer. Los demócratas quieren ser tu mami, darte de comer, arroparte, vestirte y sonarte la nariz. Los libertarios , en cambio, quieren tratarte como un adulto dejándote tomar tus propias decisiones incluso cuando cometes errores”. El arma de coacción por excelencia que tiene el Estado, además de la policía, son los impuestos. Mucha gente opina que hay que “deben pagar los que más tienen”, y entienden que las cruzadas anti-evasión son una causa nacional. Los libertarios opinan que se deberían pagar mucho menos impuestos que los actuales en favor de poder contar con recursos necesarios para volver a invertir en el mercado y retribuir a la sociedad en forma de mejores productos y servicios. Los gobiernos -como los latinoamericanos, por ejemplo- piensan que los ciudadanos deben tener de socio al Estado para así aportarle el 50 por ciento de sus ingresos con impuestos exorbitantes e injustos, sobre todo, con las clases más desposeídas.

Bajo la falsa promesa de educación, salud y trabajo, la demagogia habitual de los políticos se transforma en un instrumento de expoliación y condena a la miseria. Las consecuencias nefastas de la excesiva carga impositiva son la huida de los emprendedores, un mayor desempleo por falta de inversión y nuevas oportunidades, y el empobrecimiento de los sectores productivos.
“La verdadera prueba de la libertad es cuando alguien escoge ser diferente”, le dice al final del libro el buitre al pequeño Jonathan. Y es que la batalla por los derechos individuales está en la actualidad lejos de haber sido ganada. En todas partes del mundo, ególatras y megalómanos nacionalistas insisten con someter a las personas bajo la excusa de una bandera o una causa religiosa. Así se construyó la historia del siglo pasado, con masas enteras entregándose mansamente a la voluntad de los espíritus totalitarios.

En este sentido, y consciente de los peligros que eso genera, la libre elección individual es el corazón del pensamiento liberal. Escribe Mario Vargas Llosa: “Un denominador común sin excepciones para el liberalismo, en toda su maraña de variantes, es considerar al individuo la realidad humana básica, la única irreversible y final, y, por sobre todas las generalizaciones que se empeñan en subsumirla o encarnarla: sociedad, clase, iglesia, raza, partido, cultura, Estado y Nación”. Para decirlo en otras palabras, el liberalismo es el antídoto frente a la pretensión ideológica de convertir a lo social en una instancia moral o política superior a los individuos.

Los temas del libro de Schoolland son la importancia de la cooperación y los intercambios voluntarios, el derecho a hacer contratos con quien se nos dé la gana, el respeto por la libertad de asociación, la exigencia de un gobierno limitado y la libertad económica esencial que aleje al gobierno de su dañina intervención. En definitiva, la posibilidad de ser libres y responsables, hecho fundamental que hace que nuestras vidas sean “no más pesadas sino menos triviales”. La responsabilidad no es el precio de la libertad sino su recompensa. “No pain, no gain”, como dicen los americanos.

En último término, Schoolland aboga por una sociedad libre, sociedad de la cual hemos dejado de tener noticias hace tiempo. En contra de toda planificación e imposición gubernamental, nos exigen que los políticos y sus ejércitos de funcionarios nos dejen libres y en paz. Mucha gente –miedosa de vivir en libertad- vive reclamando protecciones y regulaciones varias con la esperanza de poder vivir con menos responsabilidades. De lo que se trata, en suma, es de lo que ocurre cuando desaparecen los valores de una sociedad libre tales como el respeto por los derechos de propiedad, el límite al accionar del Estado, la importancia de la seguridad jurídica, la relevancia de permitir desarrollar la capacidad productiva del sector privado. De ahí el lugar que ocupan las instituciones para el futuro crecimiento económico y la prosperidad de los trabajadores libres.

*Las aventuras de Jonathan Guillable, Ken Schoolland, Fundación Manantial, Quito, 1995

Escrito originalmente en julio de 2002

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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