Sarah Palin incendia la campaña

Sarah Palin incendia la campaña

(PL).- En el centro de todas las miradas del rural Lancaster (Pensilvania), Sarah Palin lucía un tono suave en sus labios, mucho más apagado que el rojo de su chaqueta. Y que nadie vea otro motivo más que el de la mera información en ese dato, puesto que el lápiz de labios es el principal tema de la campaña en EEUU en las últimas 48 horas.

Antonio Caño, enviado especial de El País y fino analista, dice que hay varias razones pero que fundamentalmente es porque el lápiz de labios, como sus zapatos de tacón alto o su vocecilla de jilguero, simboliza en cierta medida el feminismo seductor, populista, entrañable, familiar, conservador, con el que esta mujer conquista por ahora los corazones de media América.

No se trata de la banalización de un personaje que, en menos de una semana, ha transformado la carrera hacia la Casa Blanca. Ni mucho menos del estereotipo de una figura que procede de la América más ajena e incomprensible para el espectador europeo, pero que representa valores y propuestas políticas -la ilegalización del aborto, la preponderancia de la fe religiosa, la supremacía de la familia tradicional, la supeditación del Estado a la iniciativa individual- con enorme vigencia y respaldo dentro de Estados Unidos.

Pero el lápiz de labios es una buena metáfora de lo que la aspirante republicana a la vicepresidencia aporta y de sus propias debilidades, así como sirve también para poner en evidencia los problemas del candidato demócrata, Barack Obama, para responder a este fenómeno y, al mismo tiempo, sus ventajas todavía indiscutibles frente a la apuesta republicana.

La misma Palin puso en marcha el juego de la cosmética femenina al describirse, en su discurso de presentación en la Convención Republicana de Saint Paul, como «un pit-bull con lápiz de labios». Después, de forma provocada o accidental, Obama dijo en varios discursos que el intento de la candidatura republicana de presentarse como la opción del cambio era «como ponerle pintalabios a un cerdo; seguía siendo un cerdo».

Ayer mismo, varias dirigentes republicanas expresaron su indignación porque consideraban que Obama había comparado a Palin con un cerdo, y la campaña de McCain le exigió que ofreciera disculpas públicamente.

Obama, por supuesto, no se disculpó; explicó que, obviamente, su frase no tiene ninguna relación con los símbolos de Palin y añadió que éste era el tipo de tretas que habían hecho a las campañas conservadoras tan famosas desde hace tiempo.

Mientras tanto, algunas cadenas ofrecieron imágenes de un discurso del candidato presidencial republicano, John McCain, pronunciado el año pasado en New Hampshire, en el que dijo que la reforma del seguro de salud propuesta por Hillary Clinton era como «ponerle pintalabios a un cerdo; sigue siendo un cerdo».

Esta polémica es sólo una entre muchas que estos días rodean la campaña, todas ellas en relación con Palin. Pero, por el momento, ninguna de ellas ha hecho mella en el entusiasmo con el que su llegada a la política nacional ha sido acogida entre los ciudadanos.

Más de 7.000 personas se juntaron para verla el martes en Lancaster. Es un récord en el Estado (lejos todavía, por supuesto, de los 40.000 que reunió Obama en Filadelfia esta primavera).

McCain nunca consiguió actos de más de un millar de personas. Él prefiere la intimidad de las pequeñas audiencias, decían sus portavoces entonces. Ahora habla, junto a Palin, ante foros de 5.000 o 10.000 personas.

En Lancaster, donde se formaron colas de más de tres horas, por mucha gente a la que preguntaras, el sentimiento era el mismo: «Es como nosotros», «me veo representada», «es diferente a todos los políticos», «la amo». Aman lo que ven: una mujer de aspecto apacible, de lenguaje sencillo, con problemas -un hijo con síndrome de Down, otro en Irak, una hija adolescente embarazada- como los que ellos tienen.

Y aman el perfil político que el movimiento conservador -la base cristiana y los pensadores de derecha- ha dibujado: una luchadora contra la corrupción política en su Estado de Alaska, un titán contra los intereses creados, una madre y un fiel soldado de Dios.

Algunas de esas creencias, resumidas en el odio contra el poder central establecido, están interiorizadas hasta tal punto en el estadounidense medio que ya forman parte de su código genético. La campaña exhibe alguna de esas condiciones ostensiblemente.

«Estoy impaciente por llevarla a Washington», gritaba McCain, como el que amenaza con lanzar a su perro contra un nido de ratas. Pero maneja más discretamente otros aspectos más controvertidos del perfil de Palin, como el de su religiosidad.

Pese a que el nombre de Jesucristo es el más aplaudido en Lancaster, junto al de Palin (aunque en el orden inverso), ella no hace ninguna referencia en sus discursos a su fe ni a su admiración por el creacionismo ni al aborto ni a la educación sexual ni a ningún otro asunto de carácter moral que pudieran darle un tono excesivamente extremista a su propuesta.

Pero su silencio -al final de esta semana va a dar la primera entrevista que concede desde que fue nombrada- no ha impedido la aparición constante de datos que apuntan hacia el radicalismo de sus principios morales y la inconsistencia de sus principios políticos.

Palin despidió, según ha contado The Wall Street Journal, a su más estrecho colaborador político durante años cuando se enteró de que estaba teniendo un affaire amoroso, pese a que entonces ya estaba divorciado.

Ha sostenido en público, en un discurso en una iglesia el pasado junio, que «los soldados están en Irak cumpliendo una misión que viene de Dios». El pastor de su iglesia ha contado a The New York Times que, cuando Palin fue elegida gobernadora de Alaska, lo primero que hizo fue llamarle para que le encontrara pasajes de la Biblia que pudieran ayudarla a conducir con acierto su labor. La respuesta fue que gobernara como Esther gobernó a los judíos. Actualmente es objeto de una investigación en Alaska por haber despedido a un responsable de seguridad que se negó a rescindir el contrato de su cuñado, que se quería divorciar de su hermana.

Su expediente político está también lleno de sospechas. Cobró del Estado más de 300 noches de dietas de viaje, pese a que las pasó en casa.

Respaldó -aunque ahora no lo admite- el proyecto de construcción de un puente hacia una isla donde no vive nadie, un proyecto que se convirtió en su día en el ejemplo del absurdo del sistema de influencias en el Congreso.

Y peleó, como cualquier otro político, para llevarse a su Estado el dinero que se negocia en Washington con el procedimiento del que ella tanto abomina.

Ser, en el fondo, un político como los demás no sería tampoco un gran pecado. Pero podría ser la causa de que la pasión hacia su candidatura se fuese apagando antes de su debate con el vicepresidente de Obama, Joe Biden.

De momento no es así. De momento, la gente que la escucha no quiere ni oír hablar de todas las acusaciones contra ella -«mentiras de la prensa liberal», dicen en Lancaster- y las encuestas prueban que Palin ha catapultado la candidatura de McCain hasta convertir esta carrera en un codo a codo.

El responsable de la encuesta que ayer publicaban NBC-The Wall Street Journal -un punto de ventaja para Obama- advertía, en todo caso, que los republicanos tienen que tener cuidado porque cuanto más vertiginosamente asciende un fenómeno así, más aceleradamente puede desplomarse.

Cuando el lápiz de labios se agote, es posible que la preocupación por la economía haga reconsiderar su voto a algunos. Pero también es posible que, aún así, otros muchos prefieran que su economía la maneje alguien que lo haga como ellos manejan el presupuesto familiar.

La mujer del lápiz de labios ha oscurecido, desde luego, a McCain -por mucho que ella repita constantemente que es «el único hombre de esta campaña» capaz de tal o cual cosa- y ha hecho parecer a Obama más solvente y más distante, con todo lo positivo y negativo que eso pueda tener.

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