Los periodistas y la Pantoja

Los periodistas y la Pantoja

(PD).- La chanza que organizó la Policía el pasado miércoles en la detención de Isabel Pantoja ha ocupado las portadas de diarios e informativos; y seguramente ése sería su objetivo, entretener a los profanos y diluir la atención.

Carlos Herrera lo retrata magistralmente en su columna de ABC con el artículo «Lo que tapa una bata de cola».

En periodismo, lo interesante es un cosa y lo importante otra. Pueden coincidir, pero no tienen por qué hacerlo de forma necesaria. Lo interesante de ayer fue que una artista sobradamente conocida pasó por el cuartelillo y, posteriormente, declaró ante el juez a cuenta de un delito de blanqueo de dinero.

El periodista almeriense destaca que el paripé organizado por el PSOE con declaraciones de Garrido y Pumpido sobre un tema interesante, y nada más, «servía para camuflar lo importante, bien de forma intencionada, bien merced a la más curiosa de las casualidades».

La espectacularidad de la detención nocturna -como si se fuera a escapar a Brasil con seis mil dólares en el bolso- sirvió en bandeja el espejismo: la inacción del fiscal general del Estado no ha sido la cabecera de los informativos. Sin embargo, el escándalo, la bellaquería, no está en esa comisaría tan resuelta a detener a las tantas de la noche. Está en que los etarras vayan a estar de nuevo en los ayuntamientos y vayan a tener acceso al dinero y a los datos necesarios para continuar con sus planes criminales.

El dinero, no lo olvidemos, les llegará a través de los sueldos directos e indirectos que les suministrará el Estado, y los datos y filiaciones de los ciudadanos a extorsionar o perseguir les llegarán merced a sus puestos en consistorios y cajas de ahorros. Todo ello con la complacencia del Gobierno de la nación. Con la colaboración, por pasividad, de un gobierno de la nación que no se atreve a decir la verdad: «consideramos conveniente que Batasuna canalice a través de las instituciones toda su artillería política al objeto de que no exista otro tipo de artillería en las calles; para ello, inevitablemente, hay que hacer la vista gorda y no buscarle las vueltas con el fiscal general; que se presenten, trinquen y nos dejen en paz».

Otro que apunta y pocas veces suele fallar es su vecino de columna Antonio Camacho, que destaca en su artículo que «su bata de cola había adquirido el sospechoso aspecto de una aparatosa cortina de humo».

Las coordenadas se han cruzado en las vísperas de una campaña electoral marcada por la presencia de Batasuna y la intención gubernamental de desviar el debate hacia la especulación urbanística y la corrupción en los Ayuntamientos.

Con esas dos estrellas alineadas en el negro firmamento de su destino, la suerte de la Pantoja estaba echada. Había llegado el momento de trocarle las castañuelas en grilletes.

Camacho sospecha de una detención «con la prensa avisada y una oblicua referencia de Zapatero en un mitin», que «contrasta con la petición de fianza del juez y pone de manifiesto el escaso riesgo de fuga alegado para justificar la alharaca del operativo».

Y los indicios de connivencia con los mangantes de Marbella llevan flotando tanto tiempo en el ambiente que es imposible no pensar que alguien estaba manejando a su conveniencia los tiempos para pasar a la cantante por la mazmorra y el juzgado. Suena a Tom Wolfe: la Gran Acusada Blanca, el chivo expiatorio que arde en la hoguera de las vanidades de la política. Está tan trillado que da un poco de asco, un mucho de tristeza.

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