Las intenciones electorales de Kirchner están en «stand by»

(PD).-En su editorial de hoy, el diario Clarín deja claro cuáles son las intenciones de Kirchner para los próximos meses. Las tres principales tareas sobre las que pretende centrarse ahora el presidente argentino son la reducción de la política electoral, la no definición de las candidaturas oficiales hasta el verano próximo y el mantenimiento de una estrategia antiinflacionaria.

La estable situación económica en la que estos momentos se encuentra la nación argentina hace pensar que Néstor Kirchner permitirá que se desarrollen todas las alternativas electorales sin sujetarse a ninguna de ellas. Las últimas encuestas apuntan todavía que la imagen del presidente es 15 puntos mayor que la de su mujer, la senadora Cristina Fernández , lo que hace pensar en la reelección como candidato del primero para las elecciones generales de octubre 2007.

Este es el editorial de Clarín:

Néstor Kirchner ha decidido ponerle freno a su vértigo habitual. Ese freno podría advertirse en dos planos. Menguará la política electoral y no habrá ninguna definición de candidaturas oficiales hasta el verano próximo. El paisaje se hará probablemente, en ese aspecto, amesetado y monótono. Tampoco meterá una mano apresurada e inoportuna sobre la economía. La estrategia antiinflacionaria seguirá como hasta ahora y resultará difícil aguardar ensayos audaces cuando juegue en el 2007 su proyecto presidencial.

Kirchner sigue bamboleándose entre su reelección y la posible candidatura de Cristina Fernández. Las últimas encuestas trasuntan una realidad: continúa existiendo una brecha amplia (por encima de 15 puntos) entre la ponderación de su imagen y la de su mujer. La senadora, además, irrumpe y desaparece de la escena pública con la misma intensidad. Casi no se la vio luego de su polémica participación en el Congreso en defensa de la aprobación de los poderes especiales.

La definición de la candidatura presidencial está ligada a cantidad de imponderables. El principal sería la marcha general del país y, sobre todo, la estabilidad de la economía. También está por verse la dimensión de la batalla que estaría dispuesta a presentar la oposición. En ese contexto el papel que pueda corresponderle a Roberto Lavagna no sería menor. Figura, además, el armado político que logre concretar el Presidente en cada provincia. Se entrecruza allí el vigor electoral del PJ con la idea de la concertación que alienta Kirchner.

Aquel tramado político no asoma nada sencillo. Esas dificultades habrían incidido en la decisión presidencial de permitir fluir todas las alternativas electorales sin sujetarse a ninguna de ellas. A los problemas de construcción se añaden los problemas de calendario: Kirchner buscará su reelección o la entronización de Cristina en octubre del año venidero teniendo que haber sorteado previamente exámenes electorales de resultado incierto.

Los dos de menor talla serían Chaco y Tucumán. En el primer distrito el Presidente tiene a un radicalismo sólido y hostil contra su Gobierno y su proyecto. En el segundo dispone de un aliado incondicional, el gobernador José Alperovich, que acaba de consagrar la reforma constitucional y se encamina hacia su reelección. Podría compensar entonces un fracaso previsible con un éxito. Dudas espesas envolverían los comicios de Entre Ríos, anticipados para marzo, porque se desconoce el impacto local que podría deparar el conflicto por las plantas pasteras con Uruguay. En Capital y en Santa Fe las garantías serían menores.

La Capital le fue adversa en octubre a Kirchner aunque el volumen de votos obtenidos por Rafael Bielsa no haya sido despreciable. Pero el Presidente no ignora —porque lo olfatea y lo indican las encuestas— que la comunidad porteña es una de las que recela de su estilo confrontativo y teme por una derivación autoritaria.

El Gobierno optó por desplegar un paraguas gigantesco. Alberto Fernández, el jefe de Gabinete, cocinó la semana pasada un menjunje político que apuntó a diluir los pobres antecedentes que condenan al peronismo porteño. De un extremo al otro estuvieron en un mismo acto el kirchnerista Miguel Bonasso y Daniel Scioli. Entre ambos emergió Daniel Filmus, el ministro de Educación. ¿De esa terna saldría el futuro candidato porteño? Puede ser. Pero en ese espacio generoso también tendría su lugar Jorge Telerman. Al menos así lo pensaría Kirchner.

Telerman no estuvo en aquella exposición aunque sí estuvo uno de sus ministros. ¿Alberto Fernández lo excluye? Existe entre esos funcionarios una tregua débil pero nunca una paz duradera. La última semana volvieron las escaramuzas. El sobreseimiento de Aníbal Ibarra en la causa por Cromañón fue traducido también como un mensaje político elíptico contra el jefe de la Ciudad. Algunas palabras de Ibarra sudaron sospecha. Telerman lo embretó con una supuesta responsabilidad por la ocupación repetida de edificios en el bajo Flores.

La candidatura oficialista en Capital no dependerá sólo de las bondades de los aspirantes. También habría que atender las circunstancias. Esas circunstancias tienen vínculo con el destino de la oposición. ¿Lavagna catapultará un candidato con el radicalismo? ¿O Mauricio Macri terminará peleando por el distrito y no por el sillón presidencial? El ingeniero no hará nada hasta no conocer el juicio final del ex ministro de Economía.

Para conocer ese juicio todavía falta. Lavagna indaga cada movimiento de los radicales: los que responden a su candidatura y los que emigran al lado de Kirchner. «Las cosas marchan bien», se le oye decir. Saca por momentos su atención de la Capital y Buenos Aires y comienza a enhebrar acuerdos con dirigentes del interior. Repasó de punta a punta el mapa político de Córdoba. Va madurando una convicción: su aventura tendrá sentido si no hay otros competidores de fuste en el segmento opositor.

¿Elisa Carrió? No lo desvela porque la jefa del ARI pareciera ir encogiendo su oferta electoral. ¿Ricardo López Murphy? No lo imagina en una carrera presidencial. Lo respeta aunque no podría sellar con él ningún trato. ¿Macri? No está seguro sobre lo que pretende el ingeniero pero, a diferencia de López Murphy, no cierra ninguna puerta. Tampoco acepta hablar sobre la conjetura de que Macri dispute la Capital si él logra convertirse en el gran candidato opositor.

Aquella posibilidad está latente. En cambio se tornaría remota la chance de que el líder de PRO recale en Buenos Aires. Una derrota en territorio bonaerense podría significar una hipoteca ilevantable para su futuro político. Un triunfo improbable encerraría también más incógnitas que certezas: ¿cómo gobernaría una provincia que requiere ser apuntalada siempre por un poder central que seguiría monopolizando Kirchner?

El Gobierno rastrea también una amarra en Santa Fe. La encuesta reciente que encargó en la provincia anunció lo que más o menos sabía: Bielsa y Agustín Rossi han ganado una posición pero la mejor imagen sigue siendo propiedad de Carlos Reutemann. El ex gobernador ya desertó. ¿Podría activarse un operativo clamor para que vuelva? Nada de eso, que se sepa todavía.

Bielsa y Rossi están distantes aun del candidato socialista Hermes Binner. El Gobierno se entusiasma con un supuesto decaimiento del diputado en su fortín electoral, Rosario. Lo adjudica a una campaña áspera y oscura que ya estalló. La idea oficial es terminar enfrentando al socialismo con Kirchner. Pero Binner tomó recaudos: «A mí no me van a meter en una pelea contra el Presidente», confío en una cena de íntimos.

Ese equilibrio le puede acarrear problemas. Los socialistas cerraron días pasados su acuerdo con la UCR en la provincia que tiene un sesgo parecido al que se espera de la Convención Nacional. En Santa Fe no se contempla ninguna proximidad de aquella coalición con Kirchner. Aunque tampoco la candidatura de Lavagna termina de cuajar. Los radicales se quejan por aquel comportamiento ambivalente que exhibe Binner.

Santa Fe es un dilema que Kirchner no vislumbra, en cambio, en Buenos Aires. Esa elección irá atada a la presidencial. El candidato resultaría entonces allí menos determinante. ¿Será Felipe Solá? Su gestión y su imagen poseen, en general, una buena aceptación. Pero para ser, debería recurrir a un ardid constitucional y jurídico que podría deslucir su presente. Si la suerte no lo ayuda sería el turno de Aníbal Fernández, el ministro del Interior.

El Presidente exaltó la semana pasada el crecimiento económico de Buenos Aires. Pero antes que un guiño a Solá pareció un reconocimiento a él mismo. Kirchner sabe que los votos del campo podrían ser renuentes por el conflicto hoy irresuelto. Pero está seguro que el derrame causado por la briosa marcha de la economía y el freno a la inflación han pegado favorablemente en el multitudinario cordón bonaerense.

Por esa razón la política antiinflacionaria no se modificará. Los aumentos de tarifas en pasajes aéreos y de transporte respondieron a una necesidad perentoria y al peligro de un desborde inmanejable en los subsidios.

Pero hay en el poder quienes tienen una opinión diferente sobre aquella realidad. Julio De Vido y Felisa Miceli suponen que en el futuro los precios habría que concordarlos de otro modo. Con acuerdos con sectores y dejando escapar de a poco la presión acumulada. El ministro de Planificación sigue evaluando la posibilidad de aumentos parciales en los servicios.

¿Hasta cuándo se prolongará esa política? Seguro que hasta fin de año. Kirchner difícilmente concrete experimentos en un tiempo electoral. El riesgo es que la economía pueda quedar en un corsé, como en su época fue la convertibilidad. El Presidente no quiere oír hablar de eso. También se resiste a admitir ayuda para saldar interrogantes que plantea la cuestión energética. Han empezado los cortes en el interior, por lo menos en Córdoba y el NOA. Afectan a industrias y también a residenciales. Se aventura un próximo verano más tórrido que el que pasó.

Quizás ese tenaz hermetismo dio más realce a la consulta amplia que el Gobierno realizó sobre la Ley de Educación, incluso con dirigentes que no son del sector. Mérito de Filmus. Pero también sólo una golondrina en el inhóspito cosmos oficial.

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