Rosa Díez, la estoica resistencia

(Periodista Digital).- No al olvido. No a pactar con los terroristas. Rosa Díez habla alto y claro. Amenazada por ETA y censurada por su partido, no tiembla al criticar a un Gobierno que ha claudicado ante la banda.

La batalla de Rosa Díez se disputa en dos frentes: ETA y su propio partido, el PSOE. Su menuda figura y su enjuta silueta contrastan con su firme carácter, su vehemente discurso y, sobre todo, con un espíritu imperturbable que lucha contra viento y marea por vencer al terrorismo sin precios y sin concesiones. Una David contra Goliat que cree que ha llegado el momento de “volver a organizar la resistencia” contra Batasuna, el rostro político de ETA, que respira mejor que nunca gracias al balón de oxígeno del Gobierno. Este es el perfil que pinta de ella María Rojo, en la revista Época.

Y Rosa, socialista de la vieja guardia, que lleva al País Vasco en su sangre y a las víctimas del terrorismo en su corazón, vuelve a desvincularse de la doctrina del PSOE y dice no.

No a dialogar con una organización ilegalizada por terrorista, a buscar “la paz de ETA”, a equiparar a víctimas y verdugos, a olvidar. Es el rostro de la resistencia. Un no que tiene un precio político: el ninguneo y el veto por parte del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y de su partido, que, según sus palabras, está dispuesto “a descalificar a quien expresa públicamente lo que piensa”. El enemigo está en casa.

Pero Rosa Díez siempre ha sido una mujer de ideas claras y “socialista por sentido común”. Nacida en el seno de una familia humilde de Vizcaya, se crió al abrigo de un padre que le inculcó desde la cuna el ideario socialista. Obrero de profesión, fue preso político durante la dictadura, hasta que Franco le conmutó la pena.

A los 18 años tomó la decisión de no estudiar ninguna carrera y comenzó a trabajar mientras preparaba oposiciones. Tras afiliarse en 1977 al PSOE y la UGT, se convirtió en diputada por Vizcaya (1979-1983), vicepresidenta de las Juntas Generales de Vizcaya (1983-1987) y parlamentaria de la Cámara vasca (1986-1999). Pero serían sus seis años como consejera de Comercio, Consumo y Turismo (1991-1998) los que harían de ella el miembro del PSE con mayor calado social.

Su gran valedor político durante esta etapa fue Ramón Jáuregui, quien confió en ella como candidata a la secretaría general del PSE en 1998, cargo que le arrebató Nicolás Redondo Terreros. Y de España, al Viejo Continente. En 1999 encabezó la lista socialista en las elecciones europeas, comicios en los que logró un escaño en el Parlamento Europeo que revalidó en 2004. Los detractores dentro de su partido le critican el querer ser el centro de todas las miradas. De ella han llegado a decir que “quiere ser el bebé en el bautizo, el niño en la comunión, la novia en la boda y el muerto en el entierro”.

Pero para Rosa lo único importante es luchar por lo que siempre ha creído. Presume de no haber variado su discurso en sus 30 años de militancia socialista. Esta aguerrida política sabe que los que sí lo han hecho son los que ahora hablan con los terroristas y sus cómplices. A la eurodiputada se le torna insoportable que “los socialistas vascos renuncien a ser el referente ético e insobornable que siempre hemos sido” y que una formación “que siempre ha estado en la vanguardia de la lucha contra ETA y el nacionalismo obligatorio tire por la borda todo su bagaje”.

Su disidencia de la política socialista en relación al conflicto vasco se hizo estrepitosamente patente con una carta destinada a Patxi López, secretario general del PSE, en mayo de 2005. Unas líneas en las que le reprochaba el trato que había brindado a María San Gil, presidenta del PP vasco, en su ronda de consultas como candidato a lendakari.

Unas palabras y un tono que se repetirían el 20 de febrero de 2006, esta vez en una carta abierta a Rodríguez Zapatero, publicada en El Mundo. Porque, como señala Díez, “presidente, hay cosas que sólo tú puedes hacer o evitar, y creo que ha llegado el momento de decírtelo”.

En la misiva, avisa a Zapatero de que “hay una reflexión de fondo en el PSE que les lleva a procurar maquillar la historia”, que eso les conduce a “pervertir el lenguaje” y que “dado que ya no es posible hacer visibles a las víctimas, han decidido hacer invisibles a los verdugos”.

Con la misma decisión y cargada de escepticismo, volvía a alzar la voz un mes después ante el alto el fuego de ETA. Advertía de que la banda terrorista “no ha renunciado a ninguno de sus objetivos” y recordaba que “no les debemos nada y nada les vamos a pagar”.

Y porque nada hay que dar a cambio a los etarras, Rosa Díez ha arremetido recientemente contra el Gobierno y el PSE por reconocer como interlocutor político a Batasuna. Sus peores augurios se materializan y alerta de que “ceder ante el chantaje trae más dolor y más chantaje” y de que “la inocencia de las víctimas es intocable y los verdugos, culpables”.

Sus palabras, dardos envenenados para las conciencias de los dirigentes socialistas, la sitúan en un ostracismo político junto a otros militantes socialistas valientes por no claudicar ni sucumbir a la extorsión.

La tranquilidad ante tan azarosa vida profesional (ha sido amenazada en numerosas ocasiones por ETA) la encuentra junto a su familia. Casada con José Ignacio Fernández y madre de dos hijos, dedica su tiempo libre a pasear por el monte, escuchar a Bob Dylan, cuidar a sus perros y leer, su gran pasión.

En más de una ocasión, la eurodiputada ha recordado las palabras que aparecen en la obra de James Joyce Los muertos (Dublineses): “Mi madre me dijo que no hablara contigo; ni hoy ni mañana ni el domingo. Pero eligió un mal momento para hacerlo. Fue como cerrar la puerta cuando la casa ya había sido robada”. Y ella advierte, critica y alerta del erróneo camino que está siguiendo su partido. Aunque quizá, cuando se le escuche, la casa ya haya sido robada.

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