Cuando los intelectuales dejaron de ser «progres»

Fernando Savater.
Fernando Savater.

La izquierda está en crisis, profunda y sin destino, perdida en el espacio social contemporáneo. Esa podría ser sin dudas la conclusión de todo lo que se escribe sobre la izquierda en los medios de comunicación.

En España, el tema del nacionalismo se ha convertido en la piedra de tope de una izquierda que parece haber perdido su identidad ¿Ser nacionalista es ser reaccionario o de izquierdas?…no hay acuerdo en la respuesta a esta cuestión, pero el problema está, ahí… clavado en los corazones rojos y en las cabezas profundas de los intelectuales.

Una prueba de lo que se reflexiona sobre el tema, es el completo artículo que ha publicado en elconfidencial.com Esteban Hernández. Asegura con argumentos que una de las principales diferencias entre los dirigentes de izquierda y las voces de los intelectuales, es el nacionalismo.

Encaja en este ámbito, como botón de muestra, la iniciativa que han tenido Albert Boadella, Arcadi Espada, Carlos Trías y Féliz Azúa, entre otros, al plantear la necesidad de construir una colectividad política de izquierdas, pero no nacionalista. Una idea que parece fundirse en los planteamientos expresados una y otra vez por Fernando Savater.

Pero el problema del nacionalismo y su desajuste al interior de la izquierda no es algo nuevo en un mundo que parece agonizar.

La izquierda fue herida de muerte con el fin de la guerra fría y tras décadas parece no levantar cabeza.

Las divergencias del mundo de la cultura con la izquierda comienzan a cobrar caracteres internacionalmente notables. No sólo nacionalistas.

El último ejemplo reside en el nuevo libro de Andreï Makine, escritor ruso nacionalizado francés y ganador del premio Goncourt. En su nueva obra, Esa Francia que olvidamos amar (Ed. Flammarion, Col. Café Voltaire), critica algunos de los defectos de un país que cree en la recesión moral.

Y sus diatribas se dirigen contra algunas de las constantes ideológicas sostenidas por la izquierda en los últimos tiempos. Así, frente a las tensiones con los inmigrantes y los problemas entre culturas, señala como imprescindible que en su país exista una sola colectividad, “la comunidad nacional”.

Igualmente, arremete contra la discriminación positiva, “concepto que conlleva una actitud infantilizante e inferiorizante hacia el discriminado”, y contra el olvido de la responsabilidad individual por el Estado social francés.

Esta clase de reprobaciones son cada vez más comunes en el ámbito público, enunciadas por voces que provienen de medios culturales o académicos.

Mientras que en otras épocas eran las posiciones progresistas las que mayor respaldo encontraban entre la intelectualidad, hoy parece ocurrir a la inversa, y son esos mismos postulados los que se encuentran con mayor resistencia en la esfera pública.

Hay personajes de relieve, sin afiliaciones conocidas que no sean la libertad y un claro ejemplo es el escritor Arturo Pérez-Reverte, cuyas columnas sólo responden a sus convicciones y que critica sin remilgos lo políticamente correcto y otros papanatismos.

Algunas de las voces más sonoras y críticas tiene un claro origen en la derecha, caso de César Vidal, pero bastante provienen de sectores de izquierda y terminaron alejándose de ellos para combatir posiciones que entienden particularistas y segregadoras.

Incluso algunos de los intelectuales más hostiles con el «progresismo» – Jon Juaristi, Mikel Azurmendi, Gabriel Albiac o Pío Moa– provienen de ese entorno. Del mismo modo ocurre fuera de nuestras fronteras, donde son las intervenciones públicas de pensadores y académicos que una vez militaron en la izquierda las que tienen un carácter más audaz o temerario.

A favor de la guerra de Iraq

Así, en Francia fueron los intelectuales quienes más ardorosamente defendieron la necesidad de la intervención militar en Iraq o la respuesta que Sarkozy dio a las revueltas en los banlieues. Y las reflexiones de creadores y pensadores como Alain Finkielkraut, Bernard-Henri-Lévy, Philippe Sollers, André Glucksman, Alain Minc, Pascal Bruckner, Luc Ferry o André Comte-Sponteville nutren buena parte del pensamiento conservador.

En la pasada campaña electoral italiana, cineastas como Franco Zeffirelli o Pupi Avati se han significado del lado de la iglesia católica, dentro de ese movimiento que se ha dado en llamar ‘teocon’.

Y en EEUU, cuna del resurgimiento de la intelectualidad conservadora, hay numerosos seguidores en medios académicos y sociales de las tesis de Daniel Bell, William F. Buckley, Irwin Kristol, Norman Podhoretz y Nathan Glazer, siendo los más famosos Francis Fukuyama (ahora retirado) y Samuel Huntington.

Las bazas que todos ellos manejan suelen ser similares: emplean un tono firme (incluso agresivo) y el mensaje que transmiten (y las formas que utilizan) no busca dirigirse a los sectores académicos, sino al público en general y especialmente a los sectores populares.

En sus escritos suelen hablar en nombre de postulados éticos o morales y muestran cierto desdén por la política y por los políticos profesionales, acogiendo algunas diatribas antisistema.

En su intención (generalmente explícita) de devolver las cosas a su justa medida, lejos de los excesos en que dicen haber incurrido los progresistas, suelen reclamarse como políticamente incorrectos y como combatientes contra el pensamiento único (de izquierda).

EL MANIFIESTO DE EUSTON

Es imprescindible reseñar el Manifiesto de Euston, por una nueva izquierda pro-democrática y en contra de los totalitarismos, que han dado a luz varios periodistas, intelectuales y bloggers en el Reino Unido.

Como explica Leeuw en su blog, se trata de un grupo de personas pertenecientes a la izquierda que desilusionados con la izquierda actual, han decidido proclamar un manifiesto criticando ciertas de esas actitudes y plasmar públicamente sus ideas y lo que creen que deberían ser las ideas de la izquierda moderna.

Mencionan 15 puntos y la gran mayoría manifiestan una gran discordancia con la izquierda actual:

Punto 2: No apología por la tiranía. Se apartan de aquellos que se apresuran en explicar, e indirectamnete justificar, regímenes opresivos.

Punto 3: Derechos humanos para todos. Rechazan la idea de que los DDHH son válidos para unas culturas y para otras no. Asi como rechazan el doble rasero de la izquierda actual en el que condenan la violación de los DDHH cuando se trata de situaciones cercanas a «casa» y muestran silencio ante violaciones mucho más graves en otras partes del mundo.

Punto 6: Oposición al anti-americanismo.

Punto 9: Unidos contra el terrorismo. El terrorismo es una amenaza que debe ser combatida y no excusada.

Punto 10: A favor de una politica internacionalista y de la reforma de la ley internacional. Se respetará la soberanía de Estados que respeten la vida común de sus ciudadanos, en caso de que no la respeten, la Comunidad Internacional debe intervenir.

EL IMPACTO DEL 11-S

Lo sucedido en el mundo tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York también es digno de análisis.

Bien lo dice en otro artículo publicado en la Ilustración Liberal por Cristina Losada y titulado: La izquierda tras el 11-S: la revancha por un fracaso.

Según Losada:

“En la izquierda ha aflorado una corriente de simpatía hacia las «culturas» no occidentales, hacia las «culturas» hostiles a la occidental y hacia aquellos que se presentan como víctimas de la civilización occidental, tal como hacen los islamistas. Una simpatía o comprensión que ha llegado, en la extrema izquierda, al punto de la alianza y la colaboración con los islamistas, pues los que se proponen destruir la civilización occidental no cuentan entre los enemigos sino entre los aliados”.

Más adelante agrega sin titubear:

«El 11-S haría cristalizar esta actitud que ha ido apoderándose de la izquierda. Y no sólo de los extremistas: el rechazo de Occidente y la tendencia a culpabilizarlo ha prendido en la izquierda moderada y en sectores de las sociedades desarrolladas. Los ataques de 2001 sólo exacerbarían un preexistente impulso a la autoinculpación.

Pero hubo otros frutos de difícil y aún peor digestión. El PSOE llegaba al poder a lomos de una campaña de movilizaciones, y de agitación y propaganda, que había generado un entorno de radicalización política y polarización social sin precedentes desde la Transición. En lugar de calmar las aguas, el nuevo presidente optó por preservar y alimentar el clima que le había llevado al triunfo, confiando en que le permitiría proseguir en la deslegitimación de la derecha».

En la misma publicación, aparece un escrito en la misma perspectiva de Gorka Etxebarría La izquierda reaccionaria y comienza con una definición de lo que a su juicio sería ser de izquierdas. Algo así como lo contrario a ir a la contra, sino seguir el progreso, la razón y la Ilustración.

Gorka Etxebarría detalla claramente el propósito de sus palabras que no es otro que el desterrar el mito de la izquierda ilustrada y califica el socialismo como anti-ilustrado, reaccionario e irracional.

Luego de hacer un repaso por el prontuario de la izquierda a nivel mundial, lanza una pregunta que no se puede dejar de lado:

«¿Cómo ha llegado el socialismo a olvidar tan pronto el racionalismo con que parecía que diseccionaba la realidad?»

Y más adelante concluye:

“Es trágico decirlo, pero cada día parece más palpable que la izquierda es destructiva en esencia. Odia el capitalismo, quiere restringir la libertad individual, prefiere aliarse con los musulmanes a relacionarse con los Estados Unidos y fomenta el antisemitismo. No hay muchas perspectivas de que esto cambie porque, como señaló uno de los hombres más cultos del siglo XX, Erik von Kuehnelt-Leddihn, «el izquierdismo es una enfermedad, una ideología».

En este cuadro las últimas pinceladas parecen ser definitorias por parte de Esteban Hernández que en su artículo da a conocer la opinión del diputado popular, José María Lasalle:

“El problema que tiene la izquierda es que vive instalada en la incertidumbre por el desmoronamiento de sus mitos. Y, por otro lado, está el fenómeno del resentimiento. Como el mundo en el que viven no les gusta, pero no tienen la capacidad de análisis ni de acción necesaria para transformarlo, viven en ese rencor inconsciente que deja la impotencia. Aquí no ha habido posibilidad de que surgiese un Tony Blair que abriera una nueva vía en la izquierda”.

En definitiva, la izquierda parece perdida en los términos de “nacionalismo”, “tolerancia” y búsqueda de una identidad que le devuelva la vida a una línea política que ha caído de fracaso en fracaso.

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