La melifluopollez como arma política

Si me detuviera a pensarlo nunca se me ocurriría imaginarme a Rajoy besando a un niño por mucha campaña electoral que fuera. Supongo que lo habrá hecho, seguro, pero la imagen me habría parecido grotesca, como un soldado romano con reloj de pulsera. Es solo una cuestión de imagen, claro. Cuestión mía. Ni se me ocurriría pensarlo de Abascal, a Abascal le imagino acariciando a un toro y diciendo con voz pastosa que está acariciando al espíritu de España. En cambio a “Mi persona” le imagino solo abrazando ancianitas e inmigrantes y cepillándose después la corbata y la solapa del traje.

La vulgaridad del beso al niño como arma electoral fue tan amplia y extendida en todo el mundo que su exceso de uso lo hizo decaer. Así que hubo que buscar urgentemente un sustituto a la melifluopollez colectiva: La izquierda se puso a visitar asilos de ancianos y a la derecha a visitar a mercados de abastos. No sé si salimos ganando.

Tengo la impresión de que la izquierda es mucho más cursi y desde hace más tiempo; es insoportablemente cursi por lo menos desde que se escribió “La internacional” y aquello de “en pie, famélica legión”. Denodadamente cursis. La pregunta es si realmente lo son o si solo es una pose, como lo del beso al niño, para ganar votos. De entrada hay que aceptar que Mi Persona es muy cursi, extremadamente cursi, inaceptablemente cursi. Cualquiera de sus discursos lo es. Su endiosamiento lo es. Sus fotos en el falcon, con gafas de sol o “a pelo”, lo son. Pero, alerta, con él coexisten esas ministras que presumen de telefonear en bragas a los alcaldes o que proclaman lo bueno que es un negocio de putas –huy, perdón, de “acompañantes”- en cuantito se sienten recibidas en un ambiente adecuado.

Cuando llegó Podemos la cursilería alcanzó cotas que nunca lograron las grandes riadas que históricamente ha sufrido España. La cursilería de Pablo e Irene asaltando los cielos por encargo de “la gente” es más empalagosa que un bombón de trufa sobre un pastel de nata regado con miel y azúcar. (Por cierto, creo que Ella ha soltado hoy en tuiter una ñoñez que he preferido no leer para mantener intacta mi dignidad). La ridiculez escalando el Everest la marcó Errejón con lo del “núcleo irradiador” aquel.

Hasta que llegó Manuela Carmena y sus magdalenas. Que dice la alcaldesa de Madrid que les está quedando una ciudad de magdalena, que las gentes de Madrid les piden más magdalenas. A la rica magdalena, “me se den” prisa que me las quitan de las manos… ¿Es necesario ser así de chocarrero, de chusco, de ridículo? ¿De verdad es necesario ser tan grotesco para ejercer el noble arte de la política? ¿No bastaba con Rajoy besando a un niño, no bastaba con Pablo Iglesias posando con su perro? ¿La melifluopollez no tiene límites?

No, no creo que lo tenga, el siguiente paso será decir que las suyas son magdalenas homosexuales. O feministas. ¡Ande va usté a comparar con las de la competencia, hombre!

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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