Un tórrido relato erótico.

Nos encontramos tres veces aquella tarde por las calles del centro histórico. La segunda me miró, la tercera le sonreí. A la cuarta vez ambos nos deshicimos de nuestros amigos y nos quedamos a solas. La invité y charlamos largo rato, de tonterías, de nada trascendente.

Sus manos me toqueteaban repetidamente, insinuantemente. Su sonrisa era una declaración de intenciones. Unas horas y varias copas más tarde la tenía bajo mi cuerpo, entre los árboles de aquel oscuro parque. Experto como soy, enseguida me quedé con su sujetador en mis dedos, su pelo al viento, sus pechos en mis manos, sus caderas bajo mi pelvis, su mirada en mis ojos, sus labios en la cremallera de mi pantalón.

Sus manos pasaron desde mi culo a mi entrepierna y en un abrir y cerrar de ojos se deshizo de mis pantalones. Un par de tiernas caricias en el sitio adecuado me hicieron estremecer. Totalmente desnudos seguimos abrazándonos y besándonos, revolcándonos sin importarnos la hora que el reloj de una iglesia cercana iba marcando.

Deseándola, descontrolado por el deseo ardiente, me moví buscando el momento cúlmen; ella comprendió que había llegado la hora y con una mano alcanzó su bolso, buscó ansiosamente en el interior sin encontrar lo que buscaba. Se puso algo nerviosa.

– ¿Qué buscas? Ya tengo el preservativo -le susurré con prisas…
– No, si estoy buscando un bolígrafo y el formulario oficial para firmarte el consentimiento expreso.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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