La culpa es de los viejos

Una de las más grandes tareas que el ser humano debería acometer sería exterminar la estupidez. Si será grande la estupidez que ni siquiera hay ningún organismo encargado de controlarla, dirigirla, encaminarla…, no digamos ya eliminarla. Pasaría como con la mafia o la corrupción, en cuantito surgiera alguna entidad encargada de regularla la estupidez se infiltraría y corroería sus órganos de decisión.

Uno se da cuenta de que la estupidez se ha adueñado del mundo cuando descubre que el hombre se empeña en legislar lo obvio. Si tiene que haber leyes que indiquen que a los padres hay que respetarlos y cuidarlos, es que la estupidez nos domina. Si tiene que haber leyes que señalen que a los maestros que educan a nuestros hijos o a los médicos que curan nuestras enfermedades no hay que pegarles, es que la sociedad está enferma, que la estupidez se ha infiltrado en el tuétano de la sociedad. Si hay que enseñar a los adultos que deben respetar a las personas mayores es que los cimientos sociales son de cartón.

La penúltima estupidez que he leído ha sido la acusación a los ingleses de más de cincuenta años de haber condenado el futuro de sus hijos al votar la salida de las instituciones de Europa. La penúltima, digo. Porque la última ha sido acusar a los españoles mayores de cincuenta años… de los resultados electorales que acabamos de tener. O de padecer, como ustedes quieran. La estupidez humana alcanza sus máximas cotas cuando se aprovecha del anonimato que Internet suele proporcionar. En twiter, ese barrio cotilla donde todo se comenta, se analiza y se desmenuza, he leído exuberantes declaraciones, casi siempre de ilustres anónimos, pero también de estúpidos conocidos, que deseaban la muerte generalizada y colectiva de todos aquellos que tuvieran más de cincuenta años… declarados culpables de los resultados electorales que a algunos no han gustado… que a algunos han disgustado… Quisiera yo saber por qué se ha decidido que el límite está en los cincuenta y no en los cuarenta y siete y medio, por ejemplo.

Conste que a mí tampoco me han gustado los resultados, como siempre. Llevo demasiados años votando opciones perdedoras, pero lo tomo con tranquilidad, sabiendo que nada puedo hacer ante las circunstancias inevitables de la vida. Me pasa como con la lotería, nunca llevo el número adecuado, siempre los vencedores son otros, me suelo encoger de hombros y seguir adelante. Pero la estupidez humana suele escoger la opción contraria y, en vez de esconderse y disimular, suele pregonarse y envalentonarse, carente por definición propia de toda capacidad de autocrítica. Ahora que lo pienso, puede que la primera característica del estúpido sea la falta de autocrítica, por eso el estúpido saca pecho y eleva la barbilla con cada estupidez.

El estúpido es resentido y le duele estar equivocado, por eso suele reaccionar enrocándose en su estupidez cuando ve que está equivocado. No lo admite, sigue adelante en su empeño y no rectifica. Confío en que nuestros representantes políticos no sean estúpidos, por eso no repetirán sus errores de diciembre pasado, llegarán a acuerdos beneficiosos para los españoles y en unos cuantos días tendremos gobierno estable, resistente, reformador y, sobre todo, solucionador.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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