Pero, ¿no queda nadie normal?

Dice el gobierno que salimos de la crisis, que todo va bien y que va a ir mucho mejor. Esto ya nos lo había dicho Zapatero cuando los brotes verdes y ya ve usté dónde nos llegamos. Busco a mi alrededor si ya no hay desahucios, si ya no hay paro y si los puestos de médicos y maestros se han cubierto ya. Veo asombrado que la crisis parece haber pasado para macroencuestas, macroempresas y micropolíticos. La microeconomía de 45 millones de microespañoles sigue dando macrocrisis de sol a sol. Pero los gobiernos tienen la obligación de vender humo, columnas de humo.

España decide entre millonarios de izquierdas que nos prometen sacarnos del proletariado en un par de días si nos dejamos poner un piso en un barrio discreto y millonarios discretos que en un par de días reúnen 200.000 euros para abandonar el piso proletario que les hemos puesto. España es el drama de quien huye de la decepción tratando de no caer en la desesperación. Los españoles llevamos huyendo de España desde Cristóbal Colón, véase América. Que pregunten a Franco.

A España se le multiplican las elecciones este año, surgen por todas las esquinas. En cada elección tendremos una oportunidad de suicidio o de regeneración. Yo voto por el suicidio. “Eso es que vas haciendo mayor” me dicen. Evidentemente al final la culpa es siempre del suicida, nadie tiene en cuenta a quien le ha arrimado hasta el precipicio de la desesperación, a quien ha cargado de cólera su arma o a quien ha colmado su voto de extremismos democráticos. Estamos deseando dejar de ser la España de la putrefacción para convertirnos en la Argentina de los suicidios convenientes para el gobierno, la Venezuela desabastecida o la Cuba de las libertades ausentes.

Cada vez que el suicida se desayuna un periódico siente fuertes deseos de retirarse con los Amish a asentamientos apartados de la civilización en los que prohibir toda tecnología posterior a la rueda para evitar al gobierno y sus mensajes, a la oposición y su apocalipsis. En el desayuno del suicida aparecen rebanadas de corrupción andaluza “untadas” con una caja B madrileña y mojadas en grandes dosis de demagogia venezolana. “Señor, ¿pero no queda nadie normal?” es la oración del suicida cuando termina de desayunar y va al váter a deponer las noticias del día.

¿Y la corrupción? ¡Bien, bien, todavía no nos han hecho devolver nada!

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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