Sevilla: Madre condenada por boba

Pues a mí me parece bien, ya era hora de que los tribunales entraran a condenar a esos estúpidos padres incapaces de detener el mal comportamiento de sus hijos. En España arrastramos una serie de complejos heredados del franquismo que nos impiden crecer moral e intelectualmente. El de los padres que pretenden ser mejores padres por no reñir a sus hijos, permitirles hacer de todo y en definitiva ser padres “chupiguay” que son amigos de sus hijos es sólo uno de ellos.

La represión del miedo al franquismo que arrastran cual pesada cadena muchos españoles suele llevar al extremo contrario. Queremos combatir la rígida educación que se nos impartió durante esos años yéndonos a caer en los vicios y defectos contrarios. La teoría del muelle, vaya: Cuanto más se oprime un muelle más lejos salta al cesar la opresión.

Es tan difícil educar que en un artículo de prensa resulta imposible hablar de tantas circunstancias a tener en cuenta, la importancia del ejemplo paterno, el hecho de que se empieza a educar desde el primer minuto, la tolerancia o que hay que huir tanto de la ñoñería como de la inflexibilidad. Pero me parece que de lo más importante a combatir es la existencia de padres burros, cafres, energúmenos, trogloditas e ignorantes, sobre todo muy ignorantes, que se piensan que son más políticamente correctos cuanto menos repriman a sus hijos, cuanto menos les controlen, cuanto más cosas les permitan. Y cuanto más “amigos” suyos se sientan.

Pasando por alto que todavía pueda haber lectores pitecántropos que necesiten que alguien les explique que los padres jamás deben ser amigos de sus hijos prefiero dedicar este artículo a toda esa caterva de padres neandertales que creen que no deben prohibir nada a sus hijos, que no deben ponerles límites porque es mejor orientar, aconsejar y dar licencia a sus asilvestrados retoños. Todo eso es verdad, está bien, es necesario e imprescindible, no seré yo el que niegue las bondades de esa conducta, pero además de todo ello un padre debe cuando llegue la circunstancia imponerse a su hijo, mantener la autoridad y en último caso darle una buena “galleta” en la cocorota.

No me refiero simplemente a un cachete, ese cachete oportuno, medido y sano que se puede dar a un niño hasta determinado momento, sino todo tipo de correctivo, no necesariamente físico, que todos nos hemos merecido en algún momento de nuestra vida. Los padres, a veces acobardados, huyen en numerosas ocasiones de sus responsabilidades ayudados por un gobierno que pretende también legislar lo más sagrado de la estricta intimidad familiar. La renuncia de los padres a su labor educativa, la manga ancha y el todo vale forman parte del pendulazo que hacia el extremo contrario ha dado la ingenua sociedad posfranquista.

Alguna de estas circunstancias debió afectar a la madre que en la Audiencia de Sevilla ha sido condenada a pagar 14000 euros por una agresión de su hijo en el instituto, pues su «laxitud» y «tolerancia» a la hora de educarlo motivaron el «brutal» comportamiento del adolescente. La multa pagará el tratamiento para recomponer los dientes de otro menor, compañero de Instituto Castilla de Castilleja de la Cuesta, Sevilla.

Si bien este caso es excesivo, uno, que ya tiene casi treinta años de experiencia docente, conoce demasiados padres, ya digo que ignorantes y trogloditas, que sustentan curiosas teorías educativas que eximen a sus hijos de toda responsabilidad, cargando ésta siempre sobre los demás, sean maestros, autoridades o el vecino de enfrente.

El chaval que jamás ha recibido varios noes al cabo del día suele creerse por encima de bien y del mal, no encuentra barreras a su comportamiento, aunque sea para saltárselas, y tiene más posibilidades que otros de encontrarse cualquier mala tarde ante un tribunal de justicia.

Y si no es él suelen ser los padres. Por bobos.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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