Palpito Digital

José Muñoz Clares

La épica murió en aquellas playas

Podría decir yo lo que aquel, que la mitad de su dinero se lo había gastado en borracheras y putas y que el resto lo había malgastado. Lo mismo he hecho yo con mi vida: cuarenta y seis años malgastados en el Derecho penal y sólo bien aprovechadas las horas robadas para estudiar a fondo la gesta que hace que hoy, en Europa, no hablemos todos el grosero alemán en que ladraban, que no hablaban, los mandos militares nazis. En Auschwitz y Normandía, en la París ocupada, en Leningrado, en Stalingrado y en la batalla de Kursk.

En torno al inexplicable impacto de Juego de tronos, de la que sólo vi el último capítulo a título experimental (decepcionante), los seriéfilos han recordado que no hubo ni quizás haya nunca una serie bélica como Hermanos de sangre, con el teniente Winter al mando de un grupo de muchachos que vivían felices y despreocupados en sus granjas, disfrutando del auge económico que la II Guerra Mundial supuso para los americanos, y se lo dejaron todo, familias, granjas y novias, para ir a la vieja e incomprensible Europa a ganar una guerra imprescindible. Se fueron a luchar y a morir para, entre otras cosas, que hoy podamos desde PDigital decir estas cosas sin que nos fusile la Gestapo.

Antes de que más de seis mil embarcaciones iniciaran el desembarco otros miles de soldados fueron lanzados más allá de las temibles líneas defensivas alemanas, la Muralla Atlántica, Winter y sus chicos entre otros del 506 de la 101 aerotransportada, y bien sabe la historia que sin ellos los otros no habrían desembarcado y liberado al mundo del régimen nazi. Un solo ametrallador alemán, Heinrich Severloh, se apuntó entre 1500 y 2000 americanos muertos en la playa de Omaha, hasta que fue capturado; nadie pensó en fusilarlo en el acto y, de hecho, no lo hicieron porque lo que venía hacia las playas no era la barbarie que las defendía sino la civilización que se imponía como se ha impuesto siempre la historia: a base de sangre joven. No parece posible que alguien cuente aquel episodio mejor que Steven Spielberg en Salvar al soldado Ryan. Los veinte primeros minutos de esa película representan, como los primeros quince de Gladiador, la épica que tuvimos y la última vez que la ejercimos.

Me entretendría en contar episodios que se me agolpan en la cabeza: la Operación Pegaso, la increíble Fortitude, la toma de Carentan o la defensa de Bastogne. Sería empezar y nunca acabar. Pero más allá de la celebración es preciso retomar el presente y preguntarnos: si hoy nos enfrentáramos a una amenaza como la opresión nazi ¿encontraríamos jóvenes dispuestos a luchar y morir si no fuera en estúpidas pantallas de vídeoconsolas? ¿Murió la épica en aquellas playas o resulta todavía posible que el ser humano dé lo mejor de sí mismo cuando lo que está en juego es la supervivencia de lo que nos hace humanos?

Es fácil plantear la pregunta al filo de los 65, cuando no me aceptarían ni para labores de intendencia. Es fácil llamar a rebato cuando uno se sabe a salvo de las primeras oleadas. Parece hipócrita invocar grandes principios cuando uno sabe que ya sólo le cabe invocarlos, hablar de ellos, pero no los podrá imponer frente al lado oscuro de la fuerza bruta. Aquellos chicos tenían entre 18 y 20 años de media, la edad que tienen mis alumnos cuando empiezan y terminan mis cursos. Espero que nunca se tengan que enfrentar a nada como la maquinaria de guerra que Hitler y los suyos lanzaron contra el mundo civilizado. No me gusta la guerra ni la sangre ni la muerte pero no dejo de pensar: si volviera a ser imprescindible, ¿encontraríamos artífices de aquella épica imprescindible que, quizás, quedó enterrada en las playas de Normandía?

Hoy me acostaré en la esperanza de que no tengamos que responder a esa pregunta. Por primera vez en la historia llevamos décadas en que los muertos en tráfico y los suicidios suman más que los muertos en guerra. Que puede ser que aquella épica sangrienta no vuelva a ser precisa para seguir siendo quienes somos. Que la épica no ha desparecido sino que se ha transformado en maestros, ingenieros, médicos… Que nuestros hijos, que nuestras hijas, han accedido a un mundo donde aquel despliegue de horores ya no es necesario, pero no dejo de pensar en lo que ocurriría si volviera a ser necesario: ¿brotaría la épica como brotó en la generación de nuestros padres? Aunque a nosotros nos privaran Franco y los suyos de la posibilidad de desembarcar en aquellas playas y nos dejaran relegados a enviar a una horda de fanáticos a sitiar Leningrado y a dejar a toda una generación luchando contra los que se conocen como los años del hambre.

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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