Palpito Digital

José Muñoz Clares

El Ministerio del tiempo

Se ha insertado maese Puchi en la muy antigua costumbre de delinquir y cruzar la frontera huyendo de los federales. Y lo ha hecho en la mejor tradición, con una cuadrilla en el más clásico sentido del término: grupo criminal constituido por cuatro o más delincuentes según el primer código penal vigente en España (1822), que igualmente establecía en su art. 50 la pena de deportación, consistente en ser el reo «conducido a una isla o posesión remota, de donde no pueda fugarse, y permanecerá en ella para siempre».

¿Han escuchado los dioses nuestras plegarias? ¡Albricias! Parece ser que sí, pues no deja de ser Flandes una posesión de España remota  en los dos sentidos del término: porque nos pilla muy lejos en el espacio y mucho más lejos en el tiempo. Y poco más queda que decir, pues si, como ciudadano, se me pide que opine, doyme por bien pagado con no volverlos a ver ni saber nada de ellos. Queden en Flandes por siempre y tanta paz encuentren como paz dejan.

Habrá, eso sí, quien se atribule entendiendo que mejor estarían en prisión que campando por el reino de las frites, extremo que sólo desde la poca meditación alcanzo a entender y aun así no comparto. ¿Tenerlos presos a cuenta del Estado? ¿Dar techo, rancho y seguridad a quien tanto nos ha costado? Y peor: ¿Obligar a un penado a soportar, además de la pena justa, el tenerlos por compañeros de celda? ¿Es que no hemos aprendido nada de lo que acontece con los Jordis, al menos con uno de ellos, cuyo compañero de cumplimiento ha pedido que lo muden en buena hora por no aguantar más la prédica y tabarra del sedicioso? Entiendo que es tal condena peor que haber de soportar a un ayatolá o a un obispo golpista, si lo hubiere. Aguantar el gimoteo del Puchi, su decir sin decir nada, su proclamar en vano, su ir adelante y atrás como quien pisa terreno minado de cacas de perro castellano y centralista… no me lo imagino.

No es sólo magnanimidad lo que aconseja dejarlos en paz y, si ello fuere posible, empujarlos aún más lejos a las Siberias inhóspitas, a campos de readoctrinamiento de Corea del Norte, condenados a escuchar por siempre los discursos del gordito mariquita y, de vez en vez, discursos de cuando había hombres y no blandengues: ocho horas diarias de homilías de Fidel Castro sobre el bombillo y su mucho gasto, del ignaro Lysenko que condenó semillas de espelta por contrarrevolucionarias, y al Gulag las remitió por ver si recapacitaban y acertaban a producir semillas revolucionarias, bien instruidas en las verdades de Marx y Lenin. En modo alguno, repito. Trato cruel y degradante habría de ser que un preso como Dios manda se viera en trance de aguantar semejante pena añadida, que sería como encerrarlo con Coleta morada y Echenique a oírlos discutir sobre qué ha de caer antes, si el capitalismo o la democracia.

Considere, además, el lector: habiendo huido a Flandes, que fue nuestra hasta que los  catalanes, a traición y con ayuda francesa, nos hicieron perder unas plazas que por allá nos quedaban bajo el mando y buen gobierno de su Augusta Majestad D. Felipe IV, penúltimo Austria, cuyo desdichado hijo, el Hechizado, puso fin a los Habsburgo y dio con ello paso a los Borbones, que tanto disgusto ocasionan al huido y a su cuadrilla, volverlos a la Nación por que penen de borbonía habrá de ser cosa que se encomiende al Ministerio del tiempo, que habrá de comisionar agentes que viajando en el tiempo hacia atrás, como tanto gustan ellos, nos los devuelvan acá con mucho peligro y gasto y sin ningún bien para la cosa pública.

Que no regresen, repito. Queden allá donde están. Revienten de frites y tiempos húmedos. Andemos nosotros calientes, y ríase la gente.

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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