Palpito Digital

José Muñoz Clares

Detroit (Barna)

 

Quienes plantean una solución policial/militar para la insurrección catalana harían bien en ver la película Detroit y entenderán lo fácil que es incendiar una ciudad con solo dar un mal paso. Cerrar un bar sin licencia – y dejar tres muertos al paso en el hotel Algiers – costó posteriomente 40 muertos más, 1.189 heridos y más de 2.000 edificios destruidos. Para poner fin al motín tuvo que intervenir el ejército y la Guardia Nacional, incluyendo el envío de las Divisiones 82 y 101 aerotransportadas, las mismas que veintitrés años antes habían caído sobre Normandía para poner fin a Hitler, lo que da idea del calado de los disturbios. Así que si lo que quieren es un principio de guerra civil, esa que está pidiendo a gritos el indocumentado Espargaró, con muchos muertos y fracturas irremediables, ya saben lo que tienen que hacer: incendiar el polvorín, dar motivos a los cachorros de la CUP y esperar contecimientos que no tardarán en llegar.

Esa solución encajaría muy bien en la piara de descerebrados que, como Iglesias y las juventudes hitlerianas de la CUP, esperan que en cualquier momento se precipite el fin del capitalismo para entonces tomar ellos las armas e imponer una economía planificada a base de planes cuatrienales – es como el plan Bolonia pero aplicado a la política – cuyo incumplimiento se salda fusilando a los culpables de la sequía, de la mala planificación, etc., etc. Volver a los tiempos de Stalin para intentar de nuevo lo que Stalin no supo plantear según la infalible profecía de Lenin; el revisionismo los condenó al fracaso pero es cuestión de intentarlo otra vez con el catecismo de Marta Harneker en la mano. El asunto, sin embargo, encajaría mal, muy mal, en una Europa a la que pertenecemos y en una civilización que nos toca defender sin incurrir en el despropósito de acabar con el canibalismo comiéndonos a los caníbales.

Si alguna verdad ha deslizado Puigdemont entre la sarta de mentiras que lo caracteriza es el hecho de que a dos millones de personas  – envalentonadas por la impunidad del iluminado que los seduce tocando una flauta perversa – no hay quien los pare en una jornada dominical preprogramada para dar suelta a un odio hacia España y los españoles que resultaba inimaginable hace apenas un par de meses. Un odio que se va a manifestar con estruendo el próximo domingo. Un odio que puede que ellos no olviden pero quien sí sé que no olvidará será un pueblo español – ya saben, esos que viven en España – al que le costará unas cuantas generaciones olvidar los agravios sin fin, la permanente bofetada a costa de un franquismo que nos imputan a todos y al que ellos dicen no haber contribuido, la negación hasta de genes comunes en gente que lleva viviendo junta desde antes de los romanos… Pero no siempre fue así.

Hubo un interregno venturoso en la convivencia hispano-catalana. Fue propiciado por los catalanes en aquella exitosa maniobra que los llevó a ponerse en manos de Francia a través de Pacto de Ceret (1640). Aquella efímera república catalana acabó con la Paz de los Pirineos (1659), viéndose obligada España a perder plazas en centroeuropa y obligada Cataluñaa a ceder a Francia el Rosellón, Conflent, Vallespir y parte de la Cerdanya, plazas  que los astutos catalanes dejaron invadir por tropas francesas que venían en su ayuda. Acabado el conflicto y exprimida Cataluña hasta lo indecible, los franceses dijeron que se quedaban y se quedaron. En España no pudieron. Napoleón tampoco pudo.

Así que España ya sabe lo que tiene que perder dando un mal paso el próximo domingo 1 de octubre. Cataluña, por su parte, no tiene ya territorio que perder que no sea territorio del Reich. Perderían otras cosas. Un mercado de 46.5 millones, un club de lujo con vecinos como Francia, Italia o Alemania, además de España, el crédito internacional, las alegrías que a veces les da el Barsa y, por encima de todo, la tranquilidad de saber que en un momento de ira siempre se pueden calmar echándole la culpa a Franco mientras miran airados a Madrid. Sin con eso se contentan no merece la pena formar la de Dios es Cristo.

 

 

 

 

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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