Primero abdujeron a Sánchez y a un tercio de los socialistas, que pasaron a ver en Rajoy cualquier cosa menos al ganador de las dos últimas elecciones, seguidas y subiendo en votos. Mientras la mayoría de los esuropeos han aparcado los odios sarracenos y han acabado pactando, por aquí se ha impuesto un «no me junto contigo» de patio de colegio, cuando aquí moños no se puede poner nadie, y ese nadie incluye a Podemos. Abducido el finado Sánchez, que en gloria esté, pasó a ser postura oficial del PSOE el negar a Rajoy el pan y la sal en la esperanza de que al final el equivalente al PP vasco (PNV) y el casi calcado PP catalán (ex Convergencia), incluida la corrupción generalizada, acabarían blandeándose y posibilitando una investidura sometida a control; al cabo no salió y Sánchez dejó a su partido con el no a Rajoy en la boca para caerle bien a Iglesias, que es a quien Sánchez se quiere parecer y no a Felipe González.
Ahora los socialistas, después del griterío impropio que han montado, tienen por delante un dilema – puede que hasta dos -, lo que multiplica los problemas de un modo que hubiera sido imaginable si Sánchez y los puretas de su camarilla se hubieran parado a pensar: si montamos un pollo tamaño avestruz y nos vamos diciendo que el que posibilite la investidura de Rajoy es mariquita o tonto o blandengue, incluso traidor, nos vamos cargados de razón, según se encargó de repetir el perspicaz Pablemos, pero ni arreglamos España ni al PSOE. Pero si los neogestores no se atreven a apoyar la investidura es peor, porque se enfrentan a las terceras elecciones, de las que serán culpables finales – por más que no sean únicos -, los más rojeras de entre sus filas votarán a Podemos – eso si no rompen el carnet y se pasan directamente al enemigo -, el PSOE se fragmentará por las líneas de costura autonómicas – Iceta ya lo ha anunciado – y en tercera convocatoria Podemos se convertirá en el nuevo horizonte de la izquierda mientras el PSOE resbalará desde la insignificancia a que lo ha conducido Sánchez hasta lo meramente testimonial. Y con mucho desierto por delante.
Si los de la gestora se dejaran las tripas aparte entenderían que entre caerle mal a Sánchez, a sus puretas y a Coleta Morada, o caerle mal a los españoles, es preferible quedar mal con los que son menos por aquello de que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos. Tendrían entonces cuatro años para apretarle las tuercas a Rajoy a base de pacto y Senado, recomponer el liderazgo, encontrar a alguien que sea capaz de recoger lo que Sánchez ha desperdigado y dar tiempo a Bescansa y al mismísimo Iglesias para dejar claro quiénes son y qué pretenden, y a la vuelta de cuatro años ya veremos dónde queda cada cual. Y es o eso o ya sabemos dónde van a quedar los socialistas, así que es cuestión de que elijan ya y no retrasen el asunto por cuestiones procesales. Lo que está sobre la mesa es el desbloqueo de un país que quiere ser serio. Sánchez y su pretendida integridad – bajo la que esconde su ego – no han hecho sino complicar más la situación y romper al único partido que podía ser alternativa al PP de Rajoy. Así que si los socialistas no se dan prisa en resolver una cosa – España – y la otra – el PSOE -, jaque mate: gana Podemos.