Palpito Digital

José Muñoz Clares

Teoría del desastre y su salida

Siguiendo la tradición que inauguró su abuelo y ayudó a perpetuar su padre, Publio Quintilio Varo se suicidó tras propiciar el desastre del bosque de Teutobugo, al que había enviado a morir a tres legiones que fueron machacadas por los bárbaros germanos de los que se creía – él también – que por su anárquica forma de lucha y por su excesiva inclinación a la cerveza nunca vencerían al civilizado orden de guerra de Roma. Así que se suicidó nuestro hombre y su cabeza inició un periplo que, tras varias escalas, acabó en Roma, en el panteón familiar, donde hemos de suponer que no descansa, perseguida por los lamentos de un Augusto que soñaba con él, que lloraba por haberle hecho perder tres águilas de oro y le ordenaba, inútilmente, que le devolviera las legiones perdidas.

Después de lo ocurrido en los bosques gallegos y vascos al PSOE no le quedan ya alternativas: o descabeza a Sánchez y recompone sus filas o pasará de la insignificancia a la práctica inexistencia en unas terceras elecciones en que el adelanto por la izquierda de Podemos lo puede relegar a una posición parecida a la que es de temer en Ciudadanos si no insiste en aportar cuanto pueda para salir del bloqueo en que nos ha sumido el botarate de Sánchez, que aún delira con un arreglo imposible de alternativa de gobierno a base de morralla electoral de signo independentista. Y todo se debe a una deriva de la izquierda española que da salida al Caín con el que nacemos: seamos coherentes y perezca el mundo, cuando es de todos sabido que en política sólo cabe aferrarse a la realidad o entrar en fase delirante. Lo define certeramente Ignacio Torreblanca hoy en El País (p. 13): con cita de Max Weber señala cómo algunos líderes se hunden en una ética de corte religioso – por muy laico que parezca – o «ética de convicciones», de modo que la rigurosa coherencia de las decisiones exonera a los actores «de las consecuencias de sus acciones, es decir, se convierten en irresponsables.» Y desde esa irresponsabilidad, sintiéndose a salvo de cualquier crítica, olvidan el interés general al que dicen servir y se centran en un precepto de su programa al que se aferran como posesos, y prefieren hundirse acuchillando a la ballena que abandonar la obsesión y salvar a los suyos y salvarse… en la medida de lo posible. ¿O no había un deje de plegaria en las histéricas invocaciones de Iceta para que el gran Sánchez nos librara del PP y de Rajoy? Había en esos grititos más fe que convicción, más irracionalidad asaltavallas de fiel seguidor de cualquier advocación de la Virgen que discurso sosegado de quien, valorada la realidad, se apresta a extraer consecuencias que merezca la pena considerar. Espera Iceta que Sánchez le pague la fe con premios, que ya sólo podrán ser espirituales en el más allá de la política activa, si lo hubiere.

Pretende todavía el guapito poner patas arriba al PSOE y repetir la elección a la secretaría general, un avispero de tal calado que sólo él estaría dispuesto a postularse como heredero de sí mismo, y todo con la finalidad de profundizar la crisis del partido a cambio de ver muerto políticamente a Rajoy. Todos pensamos – y ahora sabemos, después del repaso vasco y gallego – que unas terceras elecciones hundirían al PSOE en el inframundo de lo meramente testimonial, y eso sería tan malo para España como hasta el mismo Rajoy ha terminado por reconocer.

Frente a grandes males, remedios imaginativos. Debería el PSOE darle vuelos, dejarlo estratégicamente al mando, no profundizar en su crisis interna y prepararle la encerrona que el fiel creyente no espera porque no la cree posible: pactar en secreto la investidura de Rajoy y en segunda convocatoria enviar a los aseos al número preciso de diputados que asegure el gobierno en minoría de quien, sin duda, volverá a incrementar sus votos si hay terceras, a la vez que contemplará desde la orilla, a salvo, el hundimiento estéril de un líder estúpido con vocación de suicidarse en la cabeza de los demás: acabar con todo – perezca el mundo – pero dejando a salvo, pretendidamente, su dignidad, es decir, su cabeza puesta sobre el altar de una pretendida coherencia, y dentro del altar las cenizas de un PSOE que alguna vez significó mucho para tantos de nosotros.

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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