Palpito Digital

José Muñoz Clares

¡No me llore, no me llore!

En un ambiente en que Rajoy lleva amortajado más de un mes en las viñetas del Peridis y la cosa política la quiere presidir otro muerto que no sabe que lo está – un tal sr. Sánchez -, hay quien en la prensa escrita está enterrando prematuramente a Iglesias junior, que si está muerto es a ojos de izquierda anticapitalista pero no a para los suyos, los suyos de verdad, que esos lo van a seguir a muerte – mucho muerto hay por aquí – hasta que se despeñe en unas próximas elecciones o acabe rindiéndose a los encantos del señor guapito del PSOE, si es que se libra de la cal viva y de la maldición que le echó Rajoy, el mortajas, cuando aquél episodio chusco de la decencia cuestionada. Pues tal como lo dijo: la dichosa frase lo persigue y lo perseguirá hasta el fin de sus días, si es que tal día no ha llegado ya.
Y a todo esto Iglesias va y le corta el cuello a sus otrora amigos, que no es de extrañar – o somos o no somos sátrapas -, pero que adorne la suerte con nuevas cursilerías sobre la belleza del proyecto eso sí que no hay quien lo aguante. En palabras de Robespierre, “el terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible”, y a eso se ha puesto Iglesias junior entre capítulo y capítulo de Juego de Tronos, pero entre capítulo y decapítulo no debe uno andar acuñando cursiladas, que ya son muchas como para no darle cumplida carta de naturaleza como porfiado candidato a ganador de los juegos florales del hemiciclo. Bescansa, cada vez más vacuna desde que se deshizo del niño, insiste en preparar un fondo de amor y sana alegría sobre el que afianzar un ambiente de sables cruzados, que viene a ser como si los comisarios políticos soviéticos dispararan a la sien soltando un “y sin embargo, te quiero”, a riesgo de que llegara el desliz al padrecito Stalin y el tiro se lo dieran a ellos por blandengues. Lo que me recuerda un episodio que tiene ya treinta años por lo menos. Estaba comiendo en Botín, como buen provinciano que soy, y en una mesa vecina una cuarentona resultona – lo siento: rima – le andaba contando un chiste a sus contertulios, chiste que sólo a medias pude oír pero suficiente como para imaginar el resto. Esto era que Hitler estaba imponiendo medallas a sus más eficaces verdugos; la medalla iba precedida de una loa a los méritos del matarife, cada uno más atroz que el anterior. Le tocó el turno al final a un tipo que en Auschwitz había despachado a mano a una barbaridad de judíos, el mismo que al sentir tan de cerca al führer dejó rodar una lágrima traicionera, momento en que el enano bigotón lo coge por la pechera y le suelta un ¡No me llore, no me llore! – ahí terminaba el chiste – lo que presagiaba, y así lo entendimos todos, ahorcamientos con cuerdas de piano, su pasatiempo preferido. El chiste seguro que era más gracioso pero entre el gentío y los encantos de la resultona no se me quedó del todo. Es decir, que la culpa de todo esto la tuvo la resultona, que andará ahora por los 70 y es fácil que el chiste se le junte en la desmemoria con peras y manzanas de la cartilla de autoayuda que le habrán regalado sus hijos. Digo yo.

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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