Palpito Digital

José Muñoz Clares

Habla Trump y sube el gas

Uno de mis profesores universitarios era rico en medida suficiente como para no haber tenido que trabajar en su vida, pero tuvo el prurito protestante de reivindicarse por el trabajo y resultó ser un pésimo y afortunadamente efímero profesor, que acabó dando la cara como notable escritor. Se tapaba las vergüenzas alopécicas con un peluquín del que me fiaba yo más que de los meteorólogo; me bastaba verlo entrar en clase para saber qué tipo de viento corría, y hubo un día en que un inadvertido corrimiento de 90 grados en dirección norte-sureste del peluquín nos reveló su calva con esplendor de luna creciente.  Los dioses, sin duda, lo habrán perdonado por sostener que la Reconquista empezó con un corrimiento de tierras en el que Pelayo nada tuvo que ver, además de descreer fervientemente de Santiago Matamoros, con lo que eso escocía entonces a los españoles. El caso es que veo a Trump, con su pelucón de artificio, y se me viene a las mientes la imagen pacífica de aquel profesor y, como contrapunto, la desazonante caterva de patriotas USA que gustan de ametrallar consumidores dentro de los supermercados, con armas adquiridas libremente en los propios supermercados; esos que, al parecer, son partidarios de Trump, de cuyo tupé el mundo no se cansa de hablar. He dicho tupé porque es lo que parece, aunque si estudia el asunto a fondo descubrirá el lector inquieto que al esperpento lo peinan en plan cortina, como aquel vasco parlamentario de cuyo nombre no puedo acordarme, de modo que hebras larguísimas que le nacen de la sien izquierda avanzan hacia la frente, donde dan la vuelta, como el viento, en una maniobra envolvente que regresa en curva hasta tapar la vergüenza alopécica derecha, eso sí, sin conseguir ni por asomo tapar la calvicie moral que corroe al menda.

Nada diré de sus excesos verbales, de sobra conocidos, pero sí diré algo en lo que quedará ilustrado el lector a la hora de considerar al personaje. Se trata del equívoco apellido que porta, que significa de entrada “triunfo” en relación con el juego de cartas, con matices figurados relacionados con “superar” y “sobrepasar”, quizás alusivos al periplo de sus guedejas, pero muy alejados del sentido vulgar, slang y barriobajero que tiene el apellido Trump en el inglés genuino del Reino Unido: gas, más concretamente gas intestinal y, en términos que sabrán disculpar las señoras, pedo y soltar o tirarse un pedo (en Murcia, para más inri, se le llama peo a secas, sin la de, como en los participios y en Bilbao. Y es ahí donde el apellido acierta a retratar al personaje y no en el terreno de los triunfos del bridge. Piénsenlo bien: superado el impacto del pelo apenas domeñado a base de laca y mucha doma – su zénit estético lo alcanza con ventolera de grandes llanuras – lo que queda de él es ese ambiente tóxico que brota de su boca – en su caso ano y boca intercambian a su antojo los papeles, quizás por ser un caraculo y no acabar de decidirse la materia – junto con disparates que avergonzarían a Goebbels. Abre él la boca y no es que suba el pan; abre la boca y le brota lo que Newton dijo de Leibnitz: flatulencias hediondas de mulo viejo mal cinchado, que se extienden por el ambiente como el Zyclón B por las cámaras de gas. No muere el auditorio de repente porque en parte son más animales que él y porque, según es fama, nadie muere de sí mismo en materia de gases nefandos. Volvamos, pues, a Quevedo: por ahí coma carne y por la boca mierda, y ojalá salga elegido y avergüence para siempre a su estirpe y al maldito orgullo americano.

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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