El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

«Metomentodo» es mi émulo entrañable

“METOMENTODO” ES MI ÉMULO ENTRAÑABLE

Como todo el mundo sabe (ruego que se me disculpe la exageración, que es tan connatural conmigo como mi propia sombra, pero como quien es lector —ella o él— habitual de este menda conoce, sigo achacando al río Ebro, cuya agua no bebo, no, pero lava los suelos de mis balcones, cocina y baño, mi ropa sucia, mis útiles de cocina y a mí, el uso —acepto que se hable de abuso— asiduo que hago de la hipérbole) que “Metomentodo” es mi émulo entrañable (en el supuesto de que alguien lo ignorara, si sigue leyendo, dejará de hacerlo), mi amigo del alma, desde los tiempos de la Educación General Básica (EGB), cuyos tres últimos años, de sexto a octavo, cursamos en el inolvidable seminario menor de los Padres Camilos (mi estancia allí fue o supuso mi cielo en la Tierra) en Navarrete, La Rioja, si no siempre, casi siempre que me hacen una entrevista suelen preguntarme por la amistad (sobre todo, por la que mantengo con “Metomentodo”) y sus alrededores.

Por ser original, en cada nueva ocasión, acostumbro a contestar algo distinto a lo ya dicho en las oportunidades previas, anteriores. Así que, procurando no repetirme en mis respuestas, suelo referir la última anécdota que me ha acaecido, en la que he advertido, hallado e/o identificado, clara y ejemplarmente, una indudable e innegable muestra de amistad (ya fuera protagonizada por “Metomentodo” o por otro amigo).

Verbigracia, hace poco más o menos tres meses, un joven me cedió el paso, a la hora de cruzar la puerta principal de entrada a la biblioteca pública de Tudela (por la calle Herrerías), diciéndome: “Usted, primero, por favor”. Aquel usted, educado, cívico, que me sorprendió, grata y formalmente, por ser intachable, sin embargo, anímicamente, me cayó o sentó como un tiro y me ocasionó un bajón de los de aúpa, porque me obligó, velis nolis, a hacerme cargo de la imponente, incontrovertible y real situación o circunstancia, que acaso hubiera sobrepasado con creces el ecuador de mi existencia, o sea, llevara más años vividos de los que me quedaban por vivir. “Metomentodo”, cuando nos volvimos a juntar (no llegó a barruntarlo por teléfono), caló al momento que algo no marchaba correctamente en mi caso, que algo me pasaba y me pesaba, y se lo confesé.

Bueno, pues, le sobraron cuarenta minutos de una hora para idear un plan que me reconstruyera, que me devolviera en un pispás mi alicaída moral. Todo esto lo supe, por boca de él, hace un mes, cuando me había rehecho, cuando había recobrado mi ánimo optimista con picos eufóricos. Estábamos en la biblioteca y me dijo (me mintió piadosamente) que se iba al baño, pero acordó y pagó veinte euros (ergo, se gastó cuarenta) a cada una de las dos señoras mayores, ya jubiladas, que habían acudido a la biblioteca a dejar unos libros que habían leído y a coger otros que leerían, para que, habiendo sido previamente aleccionadas por él, llevaran a buen puerto su proyecto: debían esperar unos minutos a que bajáramos las escaleras (las avisaría “Metomentodo” con una llamada perdida al móvil de una de ellas) y las susodichas harían como si se estuvieran acicalando, mirándose en los grandes espejos del hall que da a la entrada/salida al edificio por la calle Jorge Burgaleta. Yo, como él me conoce como si fuera mi madre, como si me hubiera parido, sabía cómo me comportaría, les franquearía el paso y ellas comentarían al unísono lo pactado: “Muy amable, joven”, como así sucedió.

Dicen los franceses (hembras y varones) que el gesto es lo que cuenta. “Metomentodo” ha tenido mil, de este jaez y de otros variopintos tipos, conmigo. ¿Entienden por qué es mi émulo entrañable quienes hasta ahora lo ignoraban?

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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