El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Por un valle de lágrimas amargas

POR UN VALLE DE LÁGRIMAS AMARGAS

Amada Pilar:

¿Es útil el amor para quien ama? ¿Le sirve a la persona enamorada estarlo de verdad, así sentirse? ¿Miento cuando asevero que un cimiento del enamoramiento es el que miento? Está claro, lector, que el primer miento a la persona prima se refiere, singular, del presente de mentir, el segundo a la misma de mentar.

Es útil el amor cuando acarrea, si no la impar certeza, la esperanza de ser correspondido hoy o mañana. La vida se parece más a un viaje por un valle de lágrimas amargas que a un “locus amoenus” o jardín que está lleno de fuentes y de flores (si me dan a elegir escojo rosas; si no hubieran brotado las mentadas entre tantas espinas, no serían las rojas como son, tan apreciadas).

El amor es lo que me empuja a hacer todo lo posible por entender las razones que le llevaron a Catulo a escribir los versos que contiene su “Poema V”: “Viuamus, mea Lesbia, atque amemus, / rumoresque senum seueriorum / omnes unius aestimemus assis. / Soles occidere et redire possunt: / nobis, cum semel occidit breuis lux, / nox est perpetua una dormienda. / Da mi basia mille, deinde centum, / dein mille altera, dein secunda centum, / deinde usque altera mille, deinde centum. / Dein, cum milia multa fecerimus, / conturbabimus illa, ne sciamus, / aut nequis malus inuidere possit, / cum tantum sciat esse basiorum”. (“Vivamos, Lesbia mía, y amémonos —que no quiere decir que nos amemos como monos ni que digamos amén al amor como si lo fuéramos, monos—. / Que los rumores de los viejos severos / los estimemos en un solo as —moneda de escaso valor—. / Los astros pueden ocultarse y volver a salir: / nosotros, cuando acabe nuestra breve luz, / dormiremos una noche eterna. / Dame mil besos, después cien, / luego otros mil, luego otros cien, / después otros mil, después otra vez cien; / luego, cuando lleguemos a muchos miles, / embrollaremos la cuenta, para que ni nosotros / ni el envidioso sepa, y así no pueda maldecirnos, / cuántos han sido los besos que me has dado”).

Si Catulo pide a su amada que sea ella la que le bese, yo varío (vea el lector aquí desvarío o no) la perspectiva, el punto de vista, porque lo que te solicito a ti, Pilar, es que sea yo el que haga ese menester, que me permitas gozar del inmenso e intenso placer que, sin ninguna duda, me reportará besar con mis labios y lamer con mi lengua, de arriba abajo (o viceversa) y de derecha a izquierda (o a la inversa) toda la piel que cubre tu desnuda anatomía.

Como todavía no ha aparecido el documento que pruebe, de manera fehaciente, que la Lesbia de los poemas de Catulo fue la hermana de Publio Clodio, Clodia, nada nos permite asegurar que la amada y musa del poeta de Verona fuera, stricto sensu, tan real como lo eres tú, Pilar. Quien haya leído las numerosas prosas y versos que te he escrito y dirigido, quien siga la estela o el rastro que unas y otros han dejado puede dar fe de que tú, al menos, sí que existes, sí que eres de carne y hueso y Pilar es tu apodíctico (“incondicionalmente cierto, necesariamente válido”, así define el Diccionario de la Lengua Española dicho vocablo) nombre de pila.

Si tú eres la señera destinataria de mis textos es porque durante cuatro inolvidables días, cuatro, en el Puerto de la Cruz (Tenerife), tuve conocimiento de tu existencia. Si tú no hubieras elegido el mismo hotel (Trianflor) y durante las mismas (coincidentes) fechas en las que servidor disfrutó allí sus habituales vacaciones estivales jamás hubiera gozado este menda de la dicha, quiero decir, tenido la oportunidad de mirarte y admirarte, de conversar gratamente contigo y enamorarme de ti y, asimismo, jamás hubiera podido escribir largo o corto sobre ello. Ahora bien, si quien trenza estos renglones torcidos no se hubiera enamorado de ti, tú tampoco existirías literariamente hablando. Nadie (salvo tu más o menos extenso círculo de allegados, deudos y amigos, conocidos y saludados) conocería las virtudes (entre ellas la franqueza o la sinceridad con la que dices las cosas, que te lleva a reconocer sin ambages, verbigracia, que, a veces, eres una borde) que atesoras.

Te ama tanto que hasta se asusta al comprobar la calidad, la calidez y la cantidad del amor que te profesa

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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