El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Pilar y Carmen son dos gotas de agua

PILAR Y CARMEN SON DOS GOTAS DE AGUA

Ayer, durante la siesta, tuve un sueño que empezó siendo agradable, pasó por un nudo gordiano, ingrato, con su momento crítico, álgido, y tuvo un desenlace dichoso. Así que no fue una pesadilla en sentido estricto, por las variopintas emociones contradictorias que me aportó y reportó el hecho onírico, pero todavía me duele el carrillo izquierdo del inopinado bofetón. Si, debido a la aspereza del momento antitético, ardiente/helador, que viví, deduje que el susodicho iba camino de desembocar en una ensoñación angustiosa, la delicadeza, que también la hubo, que no brilló por su ausencia, y el final feliz del mismo, que tampoco faltó, son las concretas razones que me han empujado a narrar, de modo sucinto, el sueño.

Había quedado con mi amada Pilar en una cafetería céntrica de la capital de la provincia a la que había viajado, próxima, a apenas cinco minutos andando, al hotel donde me había hospedado. Ella vivía a unos veinte kilómetros de dicha población (pongamos que no hablo de Madrid, ni de Barcelona, ni de Valencia, ni de Bilbao, ni de Málaga, ni de Sevilla, para que el atento y desocupado lector vaya descartando centros urbanos).

Como le pregunté a Pilar que cuánto calculaba ella, entre unas cosas y otras, que le costaría llegar adonde habíamos acordado, y ella me dijo que una media hora, para hacer ídem me acerqué a un quiosco a comprar La Voz de Galicia, por si aquel día había publicado artículo Xosé Carlos Caneiro, a quien, aunque no conocía personalmente, por afinidad con lo que trenzaba, solía leer con gusto en la edición digital de dicho diario. Aquel día libraba.

Debido a que esperar (le ocurre lo propio al grueso de la gente que conozco) me pone nervioso, me desespera, llegué con solo cinco minutos de antelación sobre el tiempo augurado, cuando, oh, sorpresa, a través del cristal de la cafetería vi a Pilar sentada sobre una silla sorbiendo lo que fuera de una taza. Entré en el local, me acerqué con sigilo a la mesa que ocupaba para darle un ósculo en la mejilla izquierda de su rostro y, cuando estuve a su altura, le espeté que ignoraba que se apellidara Fangio y le estampé el beso casto donde había pensado hacerlo. Nada más sentir que mis labios se posaban en su piel, giró su cuerpo y, mientras me llamaba “puto loco enfermo”, así, sin comas, me dio un tortazo de aúpa, con la palma de su diestra abierta, que me dejó tambaleante, grogui.

Aunque de mi mui salió un raudo “cariño, que soy yo, Ángel”, a fin de aclarar cuanto antes la confusión, el involuntario entuerto, quien yo creía que era mi musa insistió en repetir la misma afrenta acompañándola de otro tortazo. Paré el golpe con el antebrazo zurdo cuando, por arte de birlibirloque, avisté aparecer por la puerta a mi amada Pilar gritando a voz en cuello: “Perdón, perdón, por la tardanza, amor; y, usted, discúlpele, por Dios; nosotras nos parecemos tanto, que mi novio, desgraciadamente, ha metido la pata”.

Y es que, ciertamente, Pilar y su sosia/s, Carmen, no son hermanas, no, pero sí son dos gotas de agua.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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