El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Quien no lea a Cadalso irá al cadalso

QUIEN NO LEA A CADALSO IRÁ AL CADALSO

Visto lo visto, oído lo oído y leído lo leído, durante los últimos días, semanas y meses (que alguien dio de lleno en el blanco o centro de la diana al denominar a ese lapso de tiempo de esta guisa, “la más rabiosa actualidad”) en los diversos mass media y demás mentideros patrios, dan ganas de recomendar encarecidamente a quienes (hembras o varones) tengan en el futuro (sea corto, medio o largo el plazo) la augusta, benéfica y sana intención de dedicar unos años (ocho serán bastantes) de su vida a la política su obligación ineludible de leer (y hasta releer, por lo mucho que esta acción puede aprovecharles) a los clásicos. Estos pueden ser (o no) los autores y los textos que sus profesores (no pongo en tela de juicio su buena, mejor y aun óptima intención) les aconsejen. Si yo fuera docente suyo, les insistiría un montón en que no echaran en saco roto mi recomendación de que leyeran “Los eruditos a la violeta”, de Cadalso, por el sumo y mucho jugo sarcástico que pueden extraer de dicha obra, para que nadie pueda mandarlas/os nunca al cadalso (metafórico, por supuesto).

José Cadalso publicó (en realidad, no lo hizo echando mano de su primer apellido para tal fin, sino de la primera parte de su segundo, compuesto, Vázquez —de Andrade—) en 1772 su sátira “Los eruditos a la violeta” en contra de cuantos (ellas y ellos) algunos denominamos hoy con la voz “todólogos” (expertos en todo) o duchos líquidos (porque cuanto dicen semeja el agua de la ducha, al desaparecer o irse sus palabras por el desagüe dejando la piel de quienes las escuchan limpia, sí, como una patena, mas sin apenas estela, huella o rastro alguno de conocimiento original, nuevo). La subtituló con ironía así: “Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones, para los siete días de la semana. Compuesto por José (actualizo la acentuación, la puntuación y la grafía) Vázquez, quien lo publica en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco”.

Colocó al principio de su obra esta sabia, por dicaz y perspicaz, advertencia:

“En todos los siglos y países del mundo han pretendido introducirse en la república literaria unos hombres ineptos, que fundan su pretensión en cierto aparato artificioso de literatura. Este exterior de sabios puede alucinar a los que no saben lo arduo que es poseer una ciencia, lo difícil que es entender varias a un tiempo, lo imposible que es abrazarlas todas, y lo ridículo que es tratarlas con magisterio, satisfacción propia y deseo de ser tenido por sabio universal.

“Ni nuestra era, ni nuestra patria está libre de estos pseudoeruditos (si se me permite esta voz). A ellos va dirigido este papel irónico, con el fin de que los ignorantes no los confundan con los verdaderos sabios, en desprecio y atraso de las ciencias, atribuyendo a la esencia de una facultad las ridículas ideas, que dan de ella los que pretenden poseerla, cuando apenas han saludado sus principios”.

Habiendo cumplido (con) mi cometido, en sentido estricto, una autoexigencia moral, es mi deseo y mi esperanza que un porcentaje de quienes (sean hembras o varones) se hayan sentido concernidas/os por mis palabras vayan a la biblioteca del colegio, facultad o instituto en el que estudian o a la del municipio donde viven y lean allí (o pidan poder llevarse prestada para leer en su casa) dicha obra, “Los eruditos a la violeta”, sobre todo, para no ser nunca por nadie motejadas/os de ser personas que tienen “una tintura superficial de ciencias y artes”, como cabe leer en la definición que de la lexicalización “erudito a la violeta” brinda el DLE.

Quienes en su atenta lectura hayan llegado a la lección dominical, la séptima y última, que hace las veces de cajón de sastre o miscelánea, y hayan leído y no desechado esto (“La crítica es, digámoslo así, la policía de la república literaria. Es la que inspecciona lo bueno y lo malo que se introduce en su dominio. Por consiguiente, los que ejercen esta dignidad, debieran ser unos sujetos de conocido talento, erudición, madurez, imparcialidad y juicio; pero sería corto el número de los candidatos para tan apreciable empleo, y son muchos los que lo codician por el atractivo de sus privilegios, inmunidad y representación. Meteos a críticos de bote y boleo —por cierto, me llama la atención que Cadalso escribiera el último vocablo con be; tal vez estuviera permitido entonces; no obstante, compruebe el atento y desocupado lector, sea ella o él, que el DLE admite hoy la expresión coloquial “de bote y voleo”, esto es, la susodicha voz con uve; en el supuesto de que se trate de un yerro, nihil novum sub sole: errare humanum est—. Tomad sin más ni más este encargo, que os acreditará en breve, con la confianza que os habrá inspirado este curso; arrojaos sobre cuantas obras os salgan al camino o id a su encuentro como Don Quijote en busca de los encantadores”) habrán adquirido los rudimentos necesarios para poder ejercer de perfectos eruditos a la violeta y, por ende, de criticar con razones de peso esta chuchería literaria.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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