El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Que Pilar cada día me ame más

QUE PILAR CADA DÍA ME AME MÁS

En mi caja fuerte (que no poseo, pero puede que a usted, atento y desocupado lector, sea ella o él, no le extrañe que este menda llame de esa guisa a su memoria, que suele rememorar —no todo, como el inolvidable personaje ficticio que salió del magín de Jorge Luis Borges, Funes, el memorioso— con pasmosa, por portentosa, fidelidad, lo selecto, lo que ella juzga memorable, digno de recuerdo) guardo, como oro en paño, las escasas horas de los cuatro propicios días, cuatro, que compartí en el norte de la isla tinerfeña con mi amada Pilar (a quien comencé a llamar en mis textos así, amada, desde que ella, finadas sus vacaciones, regresó a su patria chica, a su lugar de origen; y es que me di cuenta de que la amaba con toda mi alma cuando, preguntándome qué me pasaba, pues, amén de apático, el abajo firmante andaba tristón, reparé en lo obvio, que echaba mucho de menos a Pilar, la mujer de una pieza con la que había tenido la gran suerte de poder hablar —y disfrutar un montón, mientras hacía tal cosa— de lo humano y de lo divino, de lo cómico y de lo trágico, del pasado, del presente y del futuro, de la realidad y del deseo, de…, con total libertad y absoluta complicidad, como si nos conociéramos desde siempre).

Más de una, de dos y de tres veces me han preguntado por qué escribo. Si hoy alguien me volviera a hacer esa misma interrogación, seguramente, le contestaría, poco más o menos, lo que sigue. Escribo porque, desde que salí la primera vez de la casa de mis padres solo, a la tierna edad de doce años (tuve que tomar dos autobuses para ir al “cursillo” selectivo que los Padres Camilos realizaban durante el estío —previo al inicio del curso escolar y que, para ser admitido, había que superar— en el seminario menor que los susodichos religiosos regentaban en Navarrete, La Rioja), noté que padecía un evidente déficit de cariño. Más adelante, superada la pubertad, con 16 años, llegué a la conclusión de que, si lograba escribir algún día textos interesantes, como los que a mí me gustaba leer, acaso nunca más volvería a tener noticia ni sensaciones de la mencionada escasez.

Uno de mis primeros asertos de entonces (lo recogí en una libreta de tapas verdes) decía (reconozco que lo he retocado, completado o complementado recientemente): “Escribo para que los que no me quieren me quieran y para que los que ya me quieren me quieran más. Escribo para comprobar en mis propias carnes cuáles son las benéficas sensaciones que lleva aparejada (o con las que cursa) y las halagüeñas consecuencias que ocasiona u origina esa rara, por poco frecuente o extraordinaria, experiencia que es vivir una cadena aneja de aprecios, un superávit de estima ajena”.

Hoy, como estoy enamorado de Pilar, me veo empujado a decantarme por esta nueva versión o variante (sobre todo, de la segunda parte de dicho pensamiento o reflexión), que ahora tal vez vería la luz así: “Escribo para que los que no quieren quieran y para que mi amada Pilar me ame (si no tanto como yo la amo a ella) cada día un poco más”.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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