ENAMORADO, DE INCONCUSO MODO
Como, desde hace la tira de tiempo, la realidad se venía imponiendo siempre sobre el deseo, o sea, como era un hecho apodíctico que no estaba enamorado de ninguna fémina real, y llevaba más de tres lustros (casi cuatro) constatando lo obvio, que esta certidumbre permanecía inmutable, inalterada e inalterable, este menda había asumido que acaso nunca más volvería a sentirse arrebatado, cautivado o embelesado por una mujer de carne y hueso, de un modo inconcuso, incontrovertible.
Cada noche, tumbado decúbito supino en mi cama, antes de disponerme a conciliar el sueño, me repetía la misma cantilena (o su anagrama, cantinela): “No pierdas jamás la esperanza, Ángel”. E, indistinta e insistentemente, volvía a rememorar la cita que sobre la susodicha subrayé el día que leí, por primera vez, en el capítulo 28 de “Rayuela”, de Julio Cortázar (“antinovela” la llaman muchos críticos literarios; “contranovela” llegó a denominarla su propio autor): “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.
Ignoro si he urdido ya, antes, a propósito del tema (porque lo cierto es que servidor ha trenzado mucho, aunque no ha publicado aún ningún libro), pero sí sé, y a ciencia cierta, que he meditado varias veces sobre este particular asunto. Y así, en el supuesto de que algún día volviera a enamorarme, había adquirido el compromiso personal de escribirle a mi amada literaria una décima (a la que intentaría acompañar, siempre que fuera correspondido y posible, de una rosa roja) al día.
Hoy, martes, siete de agosto de dos mil dieciocho, tras reconocer lo público y notorio, que estoy enamorado, soy consciente de que me siento capacitado para ascender y hollar dicha cumbre, para coronar dicho desafío o reto. Por tanto, como para muestra basta con exhibir un solo botón, ahí va mi hodierna espinela, dedicada a mi amada actual, Pilar:
PILAR, HALLÉ EN TI UN TESORO
Va labrando uno su vida
A base de decisiones,
Con sus mil y una elecciones,
Escogiendo la atrevida
Opción o la precavida.
Si no hubiera comentado
Aquello, pintiparado,
Que incoó nuestro debate,
No habría hallado este vate
El tesoro en ti encerrado.
Ángel Sáez García
[email protected]