El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Un aura de virtud irreprochable?

¿UN AURA DE VIRTUD IRREPROCHABLE?

Don Santiago Ramón y Cajal escribió en “Charlas de café” (1920) esto: “Hagamos notar que cuando un hombre de ciencia presume de muchos amigos casi siempre se trata de un cuco o de un holgazán. No se conservan varias amistades íntimas sin cultivarlas asiduamente, y este cultivo resulta incompatible con una vida de concentración intensa y de trabajo austero. En suma: o se tienen muchas ideas y pocos amigos, o muchos amigos y pocas ideas”.

Aunque sé que Ramón y Cajal no me escucha ni puede leerme ni objetarme, le diré y escribiré que disiento de él. Entre amigos, supongo, aún se permite la discrepancia. A mí quienes suelen abastecerme de ideas sin parar son mis amigos, a quienes escucho, leo y releo, ora estén vivos, ora hayan fallecido. Acaso baste con recordar el primer cuarteto del soneto de Quevedo “Retirado en la paz de estos desiertos” (trenzado desde la Torre de Juan Abad) para que se entienda adónde quiero ir a parar, para lograr explicarme: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos”.

Tengo para mí que en la cita de arriba mi amigo (aunque jamás tomé un café con él) Santiago acertaba en cuanto aseveraba, pues hablaba con conocimiento de causa. Ahora bien, acaso también se equivocaba, al elevar su caso particular a general, la anécdota a categoría, porque está claro, cristalino, que el susodicho “hombre de ciencia” era él, es decir, disertaba sobre su propio caso concreto.

Probemos a coronar, cambiando lo que deba ser cambiado, algo parecido a lo que culminó, de manera airosa, Ramón y Cajal basándonos en un asunto que ande de boca en boca en la actualidad. Servidor, un ciudadano libre de la República de las Letras, como el padre Feijoo, considera que Ciudadanos, formación a la que muchos insultan por ser un partido de derechas, como si eso fuera un baldón, un desdoro y hasta un delito y ser de izquierdas llevara aparejado un aura de virtud irreprochable, le ha puesto en bandeja al PP, si no la mejor salida que pudiera ofrecerle, una digna. Que Cristina Cifuentes dimita y que sea sustituida por otra/o diputada/o de la Asamblea madrileña adscrita/o a las filas del PP. Recientemente, en la Convención nacional del PP de Sevilla del pasado fin de semana, le escuché decir a Rajoy en una alocución cómo, dirigiéndose, sin mencionar de manera expresa a Ciudadanos, llamaba “inexpertos lenguaraces” a los afiliados de la formación naranja, dejando a sus dirigentes a la altura de la suela de un zapato del alcalde del pueblo más pequeño de la Sierra de Grazalema, por no haber tenido aún ninguna responsabilidad institucional. Si entramos a estudiar a fondo y valorar el ámbito hediondo, omnímodo y trasversal de la corrupción, juzgo que no haber tenido aún experiencia en dicha materia es más una ventaja que un inconveniente o rémora y, para gobernar como lo está haciendo el PP en lo concerniente a algunos temas, acaso mejor ser un pipiolo que un perito, si el ducho o experto, una de dos, o no hace nada (de nada) o hace el don Tancredo. Me parece que Rajoy y algunos mandamases del PP se están equivocando de cabo a rabo y, si no ponen cuanto antes remedio al desmán, barrunto que acabarán haciéndose el harakiri o seppuku; y el problema no estriba ni radica en que muchos no le den la importancia que tiene, sino que hacen como que ignoran que esté ocurriendo el hecho, algo obvio para el grueso de la ciudadanía.

Por si quienes deben sacarle el máximo jugo o provecho al párrafo anterior andan despistados, les recomiendo con encarecimiento que lean el libro arriba mentado, cuyo primer título fue “Chácharas de café”. Si no disponen de tiempo, les propongo que lean y relean, al menos, esta píldora del Premio Nobel de Medicina de 1906 (que compartió con Camillo Golgi): “Te quejas de las censuras de tus maestros, émulos y adversarios, cuando debieras agradecerlas: sus golpes no te hieren, te esculpen”.

Y es que, si seguimos leyendo a don Santiago, “nada hay más semejante a una biblioteca que una botica. Si en las estanterías farmacéuticas se guardan los remedios contra las enfermedades del cuerpo, en los anaqueles de las buenas librerías se encierran los específicos reclamados por las dolencias del ánimo”.

Aunque no faltará quien me tache de excesivo o hiperbólico (reconozco que lo soy y culpo de ello al agua del Ebro que, por cierto, no bebo, no), para rematar esta urdidura (o “urdiblanda”), he considerado oportuno verter que a algunas personas de ciencia que fueron galardonadas con el Premio Nobel de Física, Química o Medicina les deberían haber otorgado, asimismo, el de Literatura.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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