El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Algunos hombres íntegros, cabales

ALGUNOS HOMBRES ÍNTEGROS, CABALES

¿POLICÍA POLÍTICA, LOS MOSSOS?

“El Congreso no podrá legislar sobre el establecimiento de la religión, ni la prohibición de la libre práctica de la misma; ni limitar la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la reunión pacífica de las personas, ni de solicitar al gobierno una reparación de agravios”.

Eso dice la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, adoptada el 15 de diciembre de 1791.

Aunque, como todo buen paremiólogo (hembra o varón) español sabe, un refrán patrio sostiene que “ninguno/nadie escarmienta en cabeza ajena”, acaso no convenga echar en saco roto cierta frase atribuida a Julius Henry, “Groucho”, Marx, en concreto, la que airea esto: “Aprende de los errores de otras/os. Nunca vivirás lo suficiente para cometer todos tú misma/o”.

Todos hemos llamado alguna vez al periodismo “el cuarto poder”. Los anales de la historia vienen a mostrar y demostrar que el abuso, la corrupción y la mentira han sido habituales compañeros de viaje del poder. Así que, aunque la misión del periodismo es averiguar qué hay de verdad en los hechos acaecidos, el arriba mentado, cuarto poder, por ser uno de ellos, no ha estado libre de caer alguna vez en las garras de la tentación, en las fauces del pecado.

Daniel Ellsberg, exanalista de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, a finales de 1969, mientras trabajaba en la Corporación RAND, fotocopió un estudio clasificado de alto secreto, una serie de documentos “sensibles”, los conocidos más tarde como Papeles del Pentágono, que revelaban la verdad que a varias administraciones les había constado de manera fehaciente, que la Guerra de Vietnam era imposible ganarla, y que si esta continuaba serían muchos más los soldados estadounidenses muertos; y provocó un auténtico terremoto político cuando decidió filtrarlos al The New York Times y luego, cuando a este diario se le impidió seguir publicando dichos papeles, a The Washington Post y a otros periódicos.

La película “Los archivos del Pentágono”, dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Meryl Streep (que borda el papel de la editora de The Washington Post, Katharine, Kay, Graham) y Tom Hanks (que interpreta el rol del director de dicho rotativo, Ben Bradlee) cuenta cómo el encubrimiento sobre la Guerra de Vietnam, llevado a cabo por cuatro presidentes de los Estados Unidos, salió a la luz, a pesar de las numerosas trabas, obstáculos y dificultades (incluidas, por supuesto, las judiciales) por parte del Gobierno, en junio de 1971, gracias a dos diarios, The New York Times y The Washington Post, cuyos responsables decidieron publicar los documentos que el exanalista Daniel Ellsberg les hizo llegar para que dicho encubrimiento quedara al descubierto.

Tal vez cuantas/os hayan visto el filme hayan extraído algunas lecciones sobre los comportamientos de los periodistas norteamericanos. Puede que, entre los espectadores (ellas y ellos), quepa hallar a quienes, ora representantes políticos, ora funcionarios públicos, hayan sacado pautas o modelos a seguir.

Ellsberg es conocido, asimismo, por haber contribuido al campo de la teoría de la decisión con la paradoja que lleva su apellido, fenómeno que acaece cuando, al tener que elegir entre dos opciones, la mayoría de las personas se decanta por aquella cuya probabilidad es conocida. Creo que he encontrado los renglones derechos que pueden dar cuenta del estado de ánimo en el que se hallaba y explicar las muchas dudas que acompañaron a Ellsberg, mientras meditaba qué hacer con la documentación que obraba en su poder, en las líneas que, hace muchos años, leí con sumo gusto (y luego he releído con placer similar) en el cuento largo (o la novela corta) “El perseguidor”, de Julio Cortázar: “Algunos eran modestos y no se creían infalibles. Pero hasta el más modesto se sentía seguro. Eso era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco, cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros. En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose a sí mismo”.

A Ellsberg le costó llegar a la conclusión (para mí, plausible) de que la lealtad de un servidor público es para con la Constitución, la ley y la vida de sus conciudadanos.

La documentación que el 26 de octubre de 2017 la Policía Nacional impidió que los Mossos d´Esquadra incineraran en Sant Adrià de Besòs ha dejado con el culo al aire al Cuerpo de… los delitos, quiero decir, de los Mossos, ya que algunos de sus miembros fungían de verdadera policía política, pues, presuntamente, espiaban a políticos y periodistas desafectos al procés. Por cierto, se imponen dos preguntas: ¿Dónde y en manos de quién se hallaba esa documentación? ¿Quién dio la orden de que esos folios fueran incinerados?

Y, para concluir esta urdidura (o “urdiblanda”), me haré una última pregunta: En el supuesto de que se demuestre que es cierta la información que contienen esos documentos, ¿habrá, entre los Mossos, algún epígono de Ellsberg o de Snowden que haya grabado o fotocopiado informes “sensibles” que hayan sido ya pasto de las llamas y los filtre? Son legión los que, ahítos de tanta mentira y postureo, hartos del procés, un hito en la historia universal de la infamia, ansían ver y oír las verdades del barquero.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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