UNA PAREJA ENVIDIABLE
Soledad, que tanta compañía me hace (¡menudo oxímoron!, sí), por culpa de la artritis y de la artrosis, cada día se mueve con más dificultad. Quien otrora disfrutaba tanto como yo (o más) cada vez que subíamos al monte, ahora rehúsa ir al parque y suele torcer el morro cuando le propongo salir a tomar una caña o un gin-tonic. La hija de Paloma, fiel donde las haya (de casta le viene a la galga italiana serlo), y servidor, según gustan airear nuestros allegados, formamos una pareja inseparable, inolvidable, envidiable. Desde que se ha hecho mayor, se ha vuelto una comodona y se pasa el día tirada en el sofá, durmiendo a pierna suelta, como una marmota.
Cada dos por tres, le suelo largar esa copla popular que dice que “ni contigo ni sin ti / tienen mis males remedio; / contigo, porque me matas, / y sin ti, porque me muero”, ya que, cuando la tengo al lado, no paro de echar pestes de ella; y, cuando no la noto cerca, la extraño una barbaridad. Son ya catorce los años que llevamos juntos y, si he de proferir la verdad, como debo, diré que “Sole” ha sido (no abrigo ninguna duda al respecto) mi mejor mascota.
Ángel Sáez García
[email protected]