El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

El tobogán de la maldad atrae

EL TOBOGÁN DE LA MALDAD ATRAE

(ALLÍ DONDE LO PUDRE TODO EL CESTO)

El ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. Todos los días constatamos dicho axioma en las noticias que leemos en el periódico, escuchamos en la radio o vemos en la televisión. He escrito periódico, radio y televisión en singular, pero él y ellas pueden ser plurales. Como soy un optimista avezado, abundaré en la misma tesis que sostuvo un Premio Nobel y usted, atento y desocupado lector (sea ella o él), si no lo ha hecho ya, puede leer (habrá sido o será otra/o, si persevera) cuando llegue a las páginas finales de “La peste”, de Albert Camus: “En medio de los gritos que redoblaban su fuerza y su duración, que repercutían hasta el pie de la terraza, a medida que los ramilletes multicolores se elevaban en el cielo, el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

Si el cuchillo de cocina es, en sí mismo, bueno, pero puede devenir malo, si se usa para cometer delitos (de variopinto tipo), lo propio cabe decir de las redes sociales, que no son malas en sí mismas, pero puede que por la mañana, por la tarde o por la noche sean portadoras o porteadoras de una plaga pestífera.

A usted, lector/a, y a mí (ignoro su caso pero yo, por ahora, no me he estrenado en el mundo de las redes sociales; tal vez no lo haga jamás; aun así, seguiré con el planteamiento hipotético) nos puede pasar lo que a las dos docenas de estudiantes voluntarios de la Universidad de Stanford que fueron elegidos (al azar, pues consistió en echar una moneda al aire; y si salía cara, se ejercía de guardián; y si salía cruz, se fungía de preso) por el psicólogo Philip Zimbardo en 1971 para coronar un experimento: qué podía ocurrir a un grupo formado por jóvenes buenos colocados en un lugar malvado, una apócrifa cárcel. El estudio, que iba a durar dos semanas, quedó interrumpido al sexto día, el 20 de agosto, porque una mujer, la doctora Christina Maslach pidió, escandalizada de lo que vio en la falsa prisión (“Es horrible lo que estás haciendo con esos chicos”, le espetó), a Zimbardo que clausurara sin demora aquel erebo. Algunos guardianes se habían convertido en pérfidos y sádicos. Un preso, que colapsó emocionalmente, fue liberado de aquella pesadilla a las 36 horas. Se probó y comprobó que la cesta malévola había tenido efectos tóxicos sobre las manzanas sanas. Todo esto lo cuenta Zimbardo en “El Efecto Lucifer” (2007).

Treinta y tantos años después del experimento, Zimbardo advirtió ciertas concomitancias o paralelismos entre lo que acaeció en el sótano de Stanford y los abusos llevados a cabo en la prisión de Abu Ghraib. En el libro citado, Zimbardo analiza las diversas metamorfosis que pueden experimentar personas buenas que son seducidas por un rosario de circunstancias, que las impelen o empujan a deslizarse por la atrayente pendiente resbaladiza del tobogán de la maldad.

Cuando estudié Dinámica de grupos, una asignatura del Certificado de Aptitud Pedagógica, CAP, reparé en algo que había pasado inadvertido para mí hasta entonces, que, para entrar a formar parte del círculo mágico del grupo de amigos, te ves obligado a hacer lo que te ordena el líder. Acaso eso es lo que ocurre en muchos de los casos de acoso infantil, juvenil y hasta adulto en la realidad de cada día y, favorecida por la anonimia, esta se vea incrementada aún más en las redes sociales. Todo esto parece estar relacionado o unido mediante un hilo invisible, pero directo, con el concepto de “banalidad del mal” de Hannah Arent, que advirtió en el proceso a Adolf Eichmann en Israel, que siguió como reportera de la revista The New Yorker y luego le sirvió para escribir “Eichmann en Jerusalén” (cuyo subtítulo es, precisamente, “Un infome sobre la banalidad del mal”.

Para Zimbardo es el sistema, un complejo entramado de circunstancias, el que crea la situación malévola. No son, por tanto, unas pocas manzanas podridas las que pudren el resto, sino el propio cesto que las contiene la causa de que se pudran.

Como colofón a esta urdidura (o “urdiblanda”), aduciré la idea que ha gravitado, como una paloma mensajera, alrededor de mi testa, mientras redactaba las líneas que la conforman (vaya por delante lo que asumo de antemano, que puedo estar equivocado), que, mutatis mutandis, cambiando lo que debe ser cambiado, el grueso de lo dicho arriba puede servir, pues es lo que he guipado, aparentemente, al menos, para explicar buena parte de lo que ha ocurrido (eso sí, esgrimiendo o exhibiendo los partidarios del soberanismo independentista una violencia de baja intensidad) en Cataluña con la absurda noria de añagazas sin cuento (paradójicamente, con mucho tal) del kafkiano procés.

Ángel Sáez García
[email protected]

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

Lo más leído