El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Progreso y retroceso no se excluyen

PROGRESO Y RETROCESO NO SE EXCLUYEN

En los cuatro primeros versos de la décima que he titulado “¿El progreso es retroceso?” y que publicaré mañana digo: “A veces miro el progreso / Y veo calamidades / Y un montón de soledades / Que hablan más de retroceso”.

Está claro que dirigía y fijaba mi atención en una faceta concreta de ese poliedro que es la realidad. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿Vivimos en el mejor de los mundos posibles, como aseveró el “último genio universal”, Gottfried Wilhelm Leibniz (y luego sostuvo el zumbón François-Marie Arouet, “Voltaire” —mofándose a carcajada tendida del citado filósofo, jurista, lógico, teólogo y… alemán—, por boca del doctor Pangloss, uno de los personajes de su “Cándido”)? ¿O el nuestro sigue siendo un hediondo albañal, una nauseabunda sentina, un mundo inmundo?

Quien conteste sí a la primera pregunta será tachado (y, en mi modesto criterio, con razón) de pesimista. Quien responda sí a la segunda deberá completar o complementar dicha afirmación a continuación, si no quiere ser etiquetado de parcial o motejado de algo aún peor, con la aseveración contraria u opuesta, por ser ambas ciertas. Como mucha gente aduce, huyendo de la visión simplista, maniquea, entre el blanco y el negro, la bondad y la maldad, cabe hallar y no callar lo que hay, una amplia gama de grises (pero estos no son extintos policías españoles, por ser ese el color de los uniformes que vestían otrora, en los años siguientes al postfranquismo, no).

No necesitamos escuchar ni leer los sesudos argumentos (apoyados por un apabullante, incuestionable y variopinto elenco de datos fidedignos) expuestos donde sea, ni aceptar (de buen o peor grado) las convincentes razones de peso aducidas por supuestos intelectuales (ellas o ellos) de derecha o de izquierda para tomar conciencia y constatar, porque tenemos ojos y no estamos ciegos, que vivimos en un mundo manifiestamente mejorable.

La supuesta bondad o maldad del mundo sigue dependiendo del color del cristal con que cada quien lo mira (ya sea globalmente, desde una perspectiva coral, íntegra; ya sea parcialmente, fijándonos en una sola faceta de ese enorme poliedro), o sea, de la famosa cuarteta de don Ramón de Campoamor, que fina la primera parte del poema titulado “Las dos linternas”, que dedicó al escritor, periodista y filósofo, amén de amigo, Gumersindo Laverde Ruiz, de la que tantos letraheridos solemos echar mano para dar cuenta de la realidad pura y dura: “Y es que en el mundo traidor / nada es verdad ni mentira: / ‘todo es según el color / del cristal con que se mira’”.

En términos generales, absolutos, no es descabellado afirmar que en Europa y en buena parte de los países occidentales nunca ha habido un sistema social mejor (o menos malo) que el actual, consolidado a finales del siglo pasado, pero esto no quiere decir ni asegura que el futuro sea mejor (tampoco, ciertamente, peor).

Está claro que, a pesar de las guerras que aún hoy hay y se libran (no se libran de ellas, verbigracia, las/os sirias/os, que lo desean con toda su alma) en el ancho mundo, jamás habíamos vivido (salvo en la prehistoria, acaso) en la historia mundial una etapa menos bélica que la actual. Sigue habiendo masacres (como la última, acaecida el 14 de febrero, día de san Valentín, en el instituto Stoneman Douglas, de Parkland, tranquila localidad de Florida, en EE UU), sigue habiendo violencia (machista, racista —en la calle, en el deporte, en el trabajo, en…—), acoso sexual (laboral —hasta en los ámbitos académico y militar—), pedofilia, llevada a cabo por religiosos, profesores, entrenadores, miembros inhumanos de oenegés humanitarias (Oxfam) y hasta por otros menores, y hechos y más hechos que recuerdan y encajan con el latinajo homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre, creado por Plauto en “Asinaria” y extendido por el filósofo inglés Thomas Hobbes; pero el mundo es más pacífico y seguro (comparado con el de las dos guerras mundiales, las diversas guerras civiles o de independencia). Esa es la tesis que sostuvo el canadiense Steven Pinker, catedrático de Psicología experimental en la Universidad de Harvard, en “Los ángeles que llevamos dentro” (2011).

Ahora Pinker, a quien le han otorgado el título de “el apóstol del pensamiento positivo u optimista” y/o reconocen como tal, si no lo ha publicado ya, está a punto de editar en inglés en EE UU, con el marchamo de la editorial Vikind (en junio se encargará de hacerlo en España la editorial Paidós) su nuevo trabajo, “En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso”, ensayo que ha merecido el comentario elogioso de Bill Gates de que es el mejor libro que ha leído en su vida. En el capítulo adelantado por Vikind, Pinker, de manera muy sui generis, da la siguiente definición de progreso: “Pueden ustedes pensar que es una cuestión tan subjetiva y culturalmente relativa que resulta imposible responderla. Por el contrario, pocas preguntas tienen una respuesta tan sencilla. La mayoría de la gente estará de acuerdo en que la vida es mejor que la muerte; la salud es mejor que la enfermedad; la alimentación, mejor que el hambre; la paz, mejor que la guerra; la seguridad, mejor que el peligro; la libertad, mejor que la tiranía; la igualdad de derechos, mejor que la discriminación; el conocimiento, mejor que la ignorancia; la inteligencia, mejor que la contemplación aburrida del mundo; la felicidad, mejor que la miseria; la posibilidad de disfrutar de la familia, los amigos, la cultura, la naturaleza, mejor que un trabajo penoso y monótono. Y todo eso se puede medir y se ha incrementado a lo largo de los años. Eso es progreso”.

Concluiré esta urdidura (o “urdiblanda”) con una sal del “último genio universal”. A Leibniz le petaba matizar el lema aristotélico-escolástico de que “no hay nada en el intelecto humano que no proceda de los sentidos” agregando, a renglón seguido, la salvedad, “excepto el intelecto mismo”. De esta guisa intentaba armonizar dos posturas irreconciliables en torno al conocimiento: el innatismo tajante de Descartes y el empirismo rotundo de Locke. Ergo, lo que no le dije, atento y desocupado lector, sea ella o él, antes, arriba, se lo diré ahora: lo decente u honesto, desde el punto de vista intelectual, independientemente del color del cristal con que se mire la realidad (la ideología y los prejuicios que cada quien acarree), es decir la verdad, que conviven progreso y retroceso (de lo que observo soy preso), y que conviene dejar para la ficción la mentira, la posverdad.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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