El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Carles a Puigdemont lo dejó en cueros

CARLES A PUIGDEMONT LO DEJÓ EN CUEROS

“El sabio cree que es mejor atesorar sensatez y ser desafortunado que tener fortuna con insensatez. Lo preferible, ciertamente, en nuestros actos, es que al buen juicio le acompañe siempre la suerte”.

Epicuro en “Carta a Meneceo

Tengo para mí por cierto que, a veces (muchas, seguramente), la realidad sobre un asunto en concreto, un innegable poliedro de ene caras, se nos presenta a usted, atento y desocupado lector, sea ella o él, y a mí (y, ora me imagino, ora sospecho, que tres cuartos de lo mismo les ocurre al resto de nuestros semejantes), de manera tan compleja, que podríamos plagiar tranquilamente a sir Winston Churchill cuando aireó, por primera vez, su criterio sobre lo que le parecía a él Rusia, “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Sin embargo, otras (las menos) la realidad sobre un tema específico se nos muestra diáfana, como “El traje nuevo del emperador” o “El emperador va desnudo”, los títulos con los que se conoce el cuento de Hans Christian Andersen (que bebió, sin ninguna duda, del agua que manaba de un caño de la fuente que cabe hallar dentro del exemplo XXXII de “El conde Lucanor”, del infante don Juan Manuel), en el que un niño (alma cándida y sincera) dice la verdad.

Ese niño (bueno, no tan niño, que, aparentemente, no tenía nada —bueno, algo sí y hasta bastante—, que ver con el pastorcillo mentiroso de otro proverbial cuento, por lo mucho que había embelecado antes), hoy adulto, que anteayer reconoció que era verdad que él era el autor de los mensajes que (por la mañana había sacado a la luz y hecho públicos “El programa de Ana Rosa” —¡enhorabuena, por la exclusiva!—) había enviado a Toni Comín, tiene nombre y apellidos, Carles Puigdemont i Casamajó.

El sábado 20 de enero del presente año, en la página 14 del suplemento BABELIA de El País apareció publicado el artículo titulado “La religión en aforismos”, que lleva la firma de su hacedor, Jorge Wagensberg. Como colofón de las breves líneas introductorias que preceden a los 24 apotegmas que enumera, Wagensberg recuerda qué había sentenciado el físico Steven Weinberg: “Con o sin religión siempre habrá gente buena haciendo cosas buenas y gente mala haciendo cosas malas, pero para que gente buena haga cosas malas hace falta la religión”. Estoy de acuerdo con el grueso de la primera parte de la sentencia y discrepo abierta, completa y rotundamente de la segunda. Abundo con él en que, independientemente de la religión, quien durante toda su vida se ha comportado como (no escribiré Dios, no, sino el civismo) manda seguirá haciéndolo así, seguramente, y quien no pues no. Ahora bien, nada impide que las circunstancias (un cúmulo de ellas, extraordinarias, sin duda) hagan que el primero obre como el segundo y el segundo como el primero. La segunda parte de la máxima acarrea, porta o portea un evidente prejuicio, que, por inadmisible, desde mi perspectiva intelectual, considero intolerable. Los numerosos casos de pederastia en la Iglesia no deben ni pueden sepultar el trabajo abnegado, altruista y encomiable que muchos sacerdotes y monjas llevan a cabo en el primero, el segundo y el tercer mundos. De todo, bueno, regular y malo, hay en la iglesia (o viña) del señor. Bueno, pues, mutatis mutandis, si probamos a cambiar política por religión, nos toparemos con la misma media verdad, que, como todo el mundo sabe, es la peor de las mentiras. Los numerosos casos de corrupción que han cometido representantes de la política municipal, autonómica o estatal no pueden enterrar los innumerables comportamientos decentes, intachables, de otros tales que no suelen trascender con la misma facilidad a los mass media.

Wagensberg, en el adagio 5, trenza: “El nazismo o el estalinismo son religiones porque pretenden regular el comportamiento humano invocando un destino insoslayable de la humanidad”. Disiento de que fueron religiones, pero las personas que los culminaron se comportaron como acérrimos adeptos de sectas fanáticas (me acabo de dar cuenta de que los dos últimos vocablos que he urdido conforman una notoria batología o redundancia).

En el adagio 12 Wagensberg escribe: “La evidencia de mal en el mundo está en perpetua contradicción con la existencia de un ser completo que es a la vez infinitamente bueno e infinitamente potente”. Abundo, porque eso mismo hice otrora leyendo a Epicuro, que muchos siglos antes sostuvo, poco más o menos, lo propio.

He guardado para el final un pensamiento reciente de Margaret Atwood, que hace pocos días usaba como epígrafe o exergo para una de mis décimas: “Cuando la ideología se convierte en religión, cualquiera que no imita las actitudes extremistas es visto como un apóstata, un hereje o un traidor”.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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