El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Se ha abortado el «procés» secesionista?

¿SE HA ABORTADO EL “PROCÉS” SECESIONISTA?

(FUGA DE UNAS TESELAS A BRUSELAS)

“Hay pocos mosaicos tan cabalmente coherentes y cohesionados que no puedan ser desbaratados, deshechos, por la fuga de unas cuantas teselas a Bruselas”.

Emilio González, “Metomentodo”

Habrá que esperar (a) que pase un día y otro y otro…, muchas jornadas de arduo trabajo, mucho más tiempo (semanas y hasta meses —los historiadores, ellas y ellos, necesitarán que transcurran incluso años—), para poder analizar con ecuanimidad y valorar con ponderación todas las claves, quiero decir, todos los datos acopiados y los hechos acaecidos durante los pretéritos meses de septiembre, octubre y noviembre del año en curso, que está dando sus últimas boqueadas, para entender en toda su extensión y complejidad lo concerniente al ¿abortado? “procés” secesionista.

No obstante, llama poderosamente la atención de este menda y, por ende, supongo, asimismo, la de cualquier lector habitual de periódicos (sobre todo, si lo es de sus versiones digitales) que el Govern presidido por Puigdemont hubiera mandado imprimir y tuviera en su poder, guardado a buen recaudo, el material necesario para coronar dicha consulta antes incluso de convocar el referéndum ilegal del 1-O. Según ha acreditado la Guardia Civil, aún quedaban algunas hojas del mes de agosto sin quitar en el taco del calendario cuando en varias imprentas catalanas ya se había impreso (y hasta las susodichas habían cobrado su trabajo, a través de empresas pantalla) el grueso del material (las instrucciones para los vocales de las mesas y los interventores y los formularios con los nombres y números de DNI de los votantes). Si habían sido tan previsores en este punto concreto, no se entiende por qué dejaron de lado, en el limbo, por qué no se (pre)ocuparon de culminar las imprescindibles estructuras de poder que tantas veces prometieron (y luego reconocieron que las procrastinaron sin aducir las razones, los porqués). Porque lo cierto es que no desarrollaron las leyes del referéndum ni de la transición jurídica a la anhelada y anhelante República Catalana. No les tembló el pulso a la hora de violentar el reglamento del Parlament; hicieron caso omiso a lo que les advirtieron por escrito el secretario general de la Cámara, Xavier Muro Bas, y el letrado mayor de la misma, Antoni Bayona Rocamora, que indicaron a la presidenta Carme Forcadell y al resto de los parlamentarios las consecuencias legales de lo que estaban dispuestos a hacer (y culminaron); y otro tanto hicieron con las recomendaciones que les formuló el Consell de Garanties Estatutàries; y desobedecieron las resoluciones que había adoptado el Tribunal Constitucional cuantas veces les dio la gana. Previeron qué podía suceder en los colegios electorales el 1-O, cómo debían actuar y, una vez se demostró que los Mossos d´Esquadra estaban de su lado, pues habían sido conveniente aleccionados para no intervenir, sacaron el máximo provecho o rendimiento a los escasos episodios de violencia protagonizados por algunos miembros de las fuerzas policiales.

A partir del 1-O, al independentismo se le empezaron a ver las costuras. Al parecer, entró sin querer en el jardín de los senderos que se bifurcan, y fue decantándose, casi siempre, por la peor de las opciones. Puigdemont, tras haber consensuado con unos y otros (a los que dejó con el culo y las vergüenzas al aire; que se lo pregunten al lendakari Urkullu) y haberse inclinado la víspera por convocar elecciones autonómicas (ya había firmado el decreto), entró en pánico (los gritos de traidor o “botifler” proferidos por las gentes que acudieron a las puertas de la Plaza de Sant Jaume, sede de la Generalitat, las 155 monedas de Rufián en un tuit ¿decisivo? ayudaron lo suyo, sin duda) y el jueves 26 el Parlament declaró la DUI, que fue contestada por el Gobierno de España con la aplicación del artículo 155. Los partidarios del independentismo catalán vivieron los últimos días del mes de octubre en una completa desorientación, en un total desconcierto.

Puigdemont y los suyos esperaron y desesperaron, porque ningún país europeo les vino a reconocer. Comprobaron, desnortados, que las imágenes de las pocas cargas policiales violentas (aun habiendo sido alimentadas con otras imágenes de otros lugares y fechas o años anteriores) merecía el apoyo escaso de algún editorial de algún periódico despistado, pero seguía la callada europea por respuesta.

El discurso televisado de Felipe VI dejó claro que el orden constitucional no podía ser objeto de negociación y más cuando urgió a todos los poderes del Estado a que hicieran frente y terminaran con la intentona secesionista.

Al menos, no ocurrió lo que muchos españoles llegamos a temer que acaeciera, un enfrentamiento civil y cruento entre catalanes.

Puigdemont, guía de los partidarios del independentismo, que ya había perdido los papeles muchas jornadas antes, en un sí, pero no, en un quiero, pero no puedo (o viceversa), vino a declarar durante la sesión parlamentaria del 10 de octubre la DUI, pero apenas unos segundos después él se encargó de dejarla en suspenso. En esa fecha, una legión, dentro del secesionismo, ya había asimilado que había dilapidado todo su caudal sin haber logrado lo que pretendía, un referéndum pactado con el Estado. Tres hechos vinieron a corroborar este aserto, la masiva retirada de dinero de los bancos, los cambios de sede domiciliaria de bancos y empresas a partir del 4 de octubre y la manifestación constitucionalista en Barcelona con las alocuciones razonadas y llenas de sensatez de Borrell y Vargas Llosa del domingo 8.

Ignoro si lo que pretendía el separatismo era amedrentar al Estado con movilizaciones ciudadanas, votaciones de pega, concentraciones multitudinarias en plazas, paseos, calles o ante la Consejería de Economía, como la que acaeció el 20 de septiembre, y amenazas de ruptura, ora orales, ora escritas. Al final el Estado puso su maquinaria en marcha y el Govern se deshizo como un azucarillo, se vino abajo, como un castillo de naipes, con la oportuna aplicación del 155, víctima propiciatoria de su propio autoengaño, pues entonces su deseo, mera realidad paralela, quedó a la intemperie y vino a darse de bruces con la realidad pura y dura.

Y, como colofón navideño (escrito con ironía o sarcasmo) con sabor amargo a mazapán, como el mensaje que Oriol Junqueras ha mandado desde la cárcel de Estremera a ¿Puigdemont? (“estoy aquí porque no me escondo nunca de lo que hago y porque soy consecuente con mis actos, decisiones, pensamientos, sentimientos y voluntad”), me apostaré con quien acepte los términos de esta apuesta, doble contra sencillo (café o caña), a que, en el supuesto de que don Santiago Ramón y Cajal estuviera entre nosotros (que lo está entre quienes lo leemos, pero quiero decir vivo) hubiera dado su plácet para que servidor pudiera usar, como epígrafe o exergo de esta urdidura (o “urdiblanda”) la siguiente cita que aparece y cabe leer en su “Charlas de café” (1920): “Hay tres tipos de ingratos: los que callan el favor, los que lo cobran y los que lo vengan”. Ignoro (me desdigo al instante, sí sé) por qué suelo identificar a Carles Puigdemont y a unas/os cuantas/os independentistas más como arquetipos, dechados o modelos de los tres tipos de ingratos juntos.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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