El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Se aprenden las lecciones de la historia?

¿SE APRENDEN LAS LECCIONES DE LA HISTORIA?

(¿SERÉ COMO EL CRISTAL DE UNA VENTANA?)

“Quizá la única lección que nos enseña la historia es que los seres humanos no aprendemos nada de las lecciones de la historia”.

Aldous Huxley

Tres años antes de morir, en 1947, George Orwell, seudónimo literario de Eric Arthur Blair, en su conocido artículo “Por qué escribo” trenzó lo siguiente: “Todos los escritores son vanos, egoístas y perezosos, y en la misma cima de sus motivos persiste un misterio. Escribir un libro es una horrible y exhaustiva pelea, algo así como el asalto de una penosa enfermedad. Uno no emprendería nunca tal cosa de no ser arrastrado por algún demonio que no pueda resistir ni comprender. Todo lo que uno sabe es que ese demonio es simplemente el mismo instinto que hace chillar a un niño para llamar la atención. Y además, también es verdad que uno no puede escribir nada que valga la pena ser leído a menos que uno combata constantemente para borrar su propia personalidad. La buena prosa es como el cristal de una ventana”.

Una vez hecha la declaración de principios, atento y desocupado lector (sea hembra o varón), veremos (en su terreno, incumbencia y criterio razonado queda valorar) si esta urdidura (o “urdiblanda”) de servidor ha conseguido o no su propósito inicial, ser diáfana, transparente, como el cristal límpido de una ventana.

Tengo noticia de que existe una legión de lectores avezados que pensaba (que creía a pies juntillas) que las personas que pusieron en marcha el “procés” catalán eran insensatas, necias, sandias, tontas perdidas o de remate. Hoy, visto lo visto, con la amplia panorámica o perspectiva que da disponer de una visión, si no completa, en una buena parte del conjunto, y, aunque quedan algunos rescoldos en la hoguera, habiendo dado por clausurado el diabólico proceso, ya no sostienen ese parecer, no. Si echan la vista atrás, comprueban bien, a las claras, que dichas mentes (que en un primer momento catalogaron de dementes) pertenecieron y pertenecen a personas que, seguramente (eso intuyen o sospechan), habían leído atentamente las obras de dos autores, dos, George Orwell y Victor Klemperer. Ahora bien, en lugar de señalar a la ciudadanía los peligros que ambos autores habían advertido en una probable e hipotética nación comunista, puesto que eso cabe colegir de la lectura de su novela “1984”, y en la real Alemania del Tercer Reich, como se deduce de los diarios urdidos pacientemente por el filólogo teutón, respectivamente, en vez de ser positivos con el material acopiado, fueron negativos, quiero decir, aprovecharon las lecciones que habían extraído de los trabajos de ambos autores para abonar el terreno que hiciera posible y plausible, cayeran quienes cayeran, la República Catalana.

Los independentistas catalanes (ellas y ellos), a través de la propaganda (plagada de patrañas históricas y de embelecos jurídicos) llevada a cabo por periodistas (hembras y varones), convenientemente persuadidos, en los diversos mass media, que controlaban, convenciendo, una/o tras otra/o, a incautas/os ciudadanas/os, y por maestros y profesores (ídem), en las escuelas, institutos y universidades, que manejaban a su antojo la información interesada, de parte, que repetían un día sí y otro también hasta que quedara fijada, como grabada a fuego, en las mentes de sus alumnos, y el uso iterativo de las palabras de la “neolengua” que colaron y colocaron en medio de cualesquiera conversaciones o debates, tenían una buena parte del camino hecho.

Argumentar, de manera injusta, como se ha intentado, hasta el hartazgo, sin que se haya refutado lo necesario o suficiente ni con razones de peso, que lo absolutamente apodíctico (“incondicionalmente cierto, necesariamente válido”, así define dicho vocablo el DRAE), desde el punto de vista democrático, no era respetar la ley (en sentido estricto, consecuencia y resultado de unas elecciones y del preceptivo debate parlamentario, venerando todos los procedimientos habidos y por haber, hasta los de la propia Cámara), sino votar, aunque lo que se votara fuera contrario y aun opuesto a las leyes vigentes (fueran las del Estatut o las de la Constitución), es la prueba palmaria del uso torticero que se ha hecho de las ideas propugnadas y del significado de las palabras y locuciones que se han utilizado para comunicarlas.

Bajo una apariencia o ropaje de democracia, se ha deformado la realidad y se ha disfrazado el lenguaje. Ambos se han utilizado para hacer saltar por los aires el statu quo, el Estado de derecho. Así, el “derecho a decidir” (o a la autodeterminación), mediante el uso fraudulento (más bien “fraudurrápido”) de los supuestos que recogen los diversos acuerdos internacionales, habiéndoselo arrogado única y exclusivamente para ellos, los catalanes propensos a la independencia (no los proclives a la indiferencia), negándoselo al resto de los españoles, ha venido a ser la añagaza o treta diabólica (vestida con alas arcangélicas), imprescindible, para aducir a quienes se oponían a tal injusticia que ningún demócrata debería contradecir esa bendita entelequia jurídica, el susodicho “derecho a decidir”.

Cuánta razón tenía (y cuánta lección sigue destilando aún a los ojos de quien se acerca a sus libros y los lee con suma atención) mi guía y maestro, Unamuno, cuando dio de lleno en el centro de la diana al definir el nacionalismo así: “la chifladura de unos exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia”.

Lo que ha acabado con el deseado “procés” ha sido la imposición de la realidad pura y dura. Desde el punto de vista económico, la huida de las sedes de Caixabank, del Sabadell, de Gas Natural, y un chorreo interminable de empresas (deben ser cerca de dos mil quinientas ya las que han buscado localidades más seguras fuera de Cataluña). Desde el punto de vista político, la imposición del artículo 155 de la Constitución y la huida a Bélgica de Puigdemont (a quien otorgué el premio “Bufón de Europa” en una décima que me ha reportado un sinfín de parabienes) y otros exconsejeros, y el encarcelamiento de Junqueras y siete exconsellers más (por la acción de la Justicia, que no para). Desde el punto de vista social, además de las declaraciones de unas/os y de otras/os, en lo tocante a que ni el Govern estaba preparado para aplicar la declaración unilateral de independencia, DUI (como ha venido a declarar desde Bélgica la exconsejera de Enseñanza de la Generalitat, Clara Ponsatí; o el exconsejero de Salud, Toni Comín, al admitir que la Independencia requiere un camino más largo), ni tenía estructuras de Estado propias para que la República Catalana echara a andar (como ha reconocido Benet Salellas, de la CUP), la toma de conciencia de los ciudadanos no independentistas, que ya no son indiferentes al problema de Cataluña, donde los secesionistas se habían hecho dueños y señores de sus calles y de sus plazas.

Como sostuvo Pío Baroja, “el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo, viajando”.

Es mi deseo y mi esperanza que, tras los comicios del 21-D, arrojen los resultados que arrojen las urnas (ojalá estén llenas de votos), todos (hembras y varones), los unos y los otros (o los “hunos” y los “hotros”, como gustaba escribir con hache inicial, mi maestro y guía, Unamuno, mencionado arriba), aprendan las diversas lecciones que les ha brindado gratis et amore la historia.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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