El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Carta abierta a las/os independentistas catalanas/es

CARTA ABIERTA A LAS/OS INDEPENDENTISTAS CATALANAS/ES

Atentas/os y desocupadas/os independentistas catalanas/es:

Vayan por delante estas dos consideraciones previas. Primera. Acaso convenga dejar y tener meridianamente claro, antes de entrar en faena, que ser independentista es una opción política tan lícita como cualquier otra, siempre que se asuma y acepte esta conditio sine qua non, este requisito necesario, imprescindible, que, al ser España un Estado de derecho (perfectible, sin hesitación), siempre, o sea, siempre, la persona independentista habrá de acatar las reglas de juego y decir amén a las leyes vigentes. Segunda. Las leyes, como cualquier demócrata (ella o él) sabe (o debería de saber) y ha de admitir sin rechistar, se pueden cambiar (y deben mudarse, sin duda, si no son justas) con el objeto de mejorarlas.

Como muchas/os de vosotras/os sabéis, el primer conde de Romanones, Álvaro Figueroa y Torres Mendieta, que se doctoró en Derecho en 1885 por la Universidad de Bolonia y ostentó, además de los cargos de presidente del Congreso y del Senado, los de ministro y de presidente del Gobierno (que entonces no se llamaba así, sino del Consejo de Ministros), durante el reinado de Alfonso XIII, fue, asimismo, miembro de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, presidente del Ateneo madrileño y director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Seguramente, la mayor parte de vosotras/os conocéis también que es el autor de la celebérrima expresión “¡Jo(der), qué tropa!”. Por si alguien la ignora o la ha olvidado rememoraré, de manera sucinta, la anécdota que propició ese inmarchitable dicho. A don Álvaro le propusieron ser académico de la RAE. Así que acudió a la sede de la mentada entidad para hacer a los miembros de la susodicha una visita de cortesía y solicitarles que apoyaran su candidatura, como por aquel entonces se estilaba. Al parecer, el grueso de los académicos le dijeron que contara con sus votos, pero, llegado el día de la votación, recibió una sonora bofetada metafórica, es decir, la mala nueva de que su candidatura no solo no había salido airosa del brete, sino que, para más inri, no había obtenido ningún sufragio. Tras permanecer unos instantes mudo, como valorando el hecho, comentó (eso confirmó quien estaba atento y lo escuchó) la locución entrecomillada de arriba: “¡Jo(der), qué tropa!”.

Bueno, pues, tras haber trascendido el comportamiento pusilánime de Carles Puigdemont y de varios miembros (ellas y ellos) de su Govern, huidos a Bélgica (ya se sabe que, cuando el barco zozobra, las ratas son las primeras en abandonar el barco) a fin de solicitar asilo político allí (y evitar los procedimientos judiciales contra ellos en marcha), a mí, al menos, no me extrañaría nada (de nada) que, teniendo en cuenta el desleal, cobarde y bochornoso antecedente del pasado viernes, en el que los diputados (hembras y varones) independentistas se sacaron de la manga una urna para votar en secreto (y, de esa guisa, que no se pudiera saber a ciencia cierta qué había votado —aunque varios diputados de CSQP, Catalunya Sí que es Pot, sí enseñaron la papeleta con su no— cada quien) alguna/o de vosotras/os, recordando la anécdota mencionada del conde de Romanones (a quien los individuos con sillón en la RAE o Roma, ciertamente, le dijeron nones), mutatis mutandis, cambiando lo que debe ser cambiado, profirierais: “¡Jo(der), qué Govern, qué mandos!”.

Hago el esfuerzo de ponerme en vuestro lugar, en vuestra piel, y os entiendo perfectamente. Comprendo la razón por la que estáis cabreadas/os, profundamente indignadas/os, con el proceder de Puigdemont (¿habéis comprobado lo obvio, que el honorable no tenía nada de tal, que el emperador iba desnudo?) y con los miembros de su Govern voluntariamente transterrados (han hecho lo que han hecho pero no quieren pagar por lo que han deshecho u hollado: el ordenamiento jurídico —la Constitución y el Estatut—, la sociedad —partida en dos—, la economía y la convivencia de/en Cataluña), que os han dejado con el culo al aire; se las han pirado y ahí os han dejado a vosotras/os (qué categoría, ¿eh?) con un palmo de narices. Vosotras/os habéis sacado la cara por ellas/os y ellas/os así os lo pagan (¿como os merecíais?).

Para que no os llevéis otro sofocón tan morrocotudo, espero lo mismo que deseo, que, mientras viváis, no olvidéis la ejemplar enseñanza o lección que encierra el siguiente proverbio árabe: “La primera vez que me engañes, la culpa será tuya; la segunda (y las demás, en el supuesto caso de que las hubiera) la culpa será mía”.

Si Winston Churchill dejó escrito que “el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse” y un dicho (que san Francisco de Sales atribuye a san Bernardo de Claraval) airea que “el infierno está lleno de buenas intenciones” (y otros completaron con “y el cielo de buenas obras”), ojalá hayáis asimilado lo precipuo y comprobado adónde os han llevado vuestros dirigentes o mandamases (de tres al cuarto) y buenos propósitos (acaso fuera de propósito).

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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