El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Cada día que pasa más me asombro

CADA DÍA QUE PASA MÁS ME ASOMBRO

Acabo de leer la segunda carta que Carles Puigdemont, el president del Govern de la Generalitat, le ha enviado a Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España, durante la presente semana. En su último párrafo reconoce lo que para muchas/os, a pesar de la incontrovertible ambigüedad (a la que es tan aficionado el mandamás catalán) de sus palabras, estaba claro, que el Parlament no votó la “declaración formal de la independencia” el pasado 10 de octubre.

Desde el punto de vista ortográfico, no he hallado en la misma otro error que la ausencia de la necesaria tilde en “continúa”.

En todo lo que tiene que ver con el “procés”, cada día que pasa va creciendo un poco más si cabe (que sí, que cabe) mi asombro. Me admira sobremanera que el monotema, el asunto por antonomasia o excelencia, el omnímodo, pues, ciertamente, lo abarca, abraza y/o comprende todo (aunque todavía no me he echado a la cara a nadie que goce de los dos preceptivos e inexcusables dedos de frente —y que no haya sido contagiado previamente con alguna de las dos cepas de la gripe actual, la del derecho de autodeterminación o a decidir y la del nacionalismo— que lo comprenda en toda su extensión y logre explicar, de manera razonable, cómo una región española boyante, rica, con estupendas expectativas de negocio, como era Cataluña —no abrigo ninguna duda al respecto—, haya decidido, porque le ha dado esa venada, hacerse el haraquiri) siga dando tanto de sí.

Considero que los diputados catalanes (hembras y varones) afectos al soberanismo y los miembros independentistas a machamartillo del Govern, por no haber coronado lo que era condición sine qua non que llevaran a cabo o completaran, la imprescindible autocrítica, han sido unos irresponsables mayúsculos, morrocotudos. ¿Ninguno de los tales se ha dado cuenta de que los excesos cometidos por ellos eran de tomo y lomo? ¿Ninguno ha reparado en lo obvio, que no solo se han limitado a incumplir las leyes vigentes (la Constitución y el Estatut), por medio de las cuales ellas y ellos fueron elegidos, sino que, habiendo llegado a batir la plusmarca de la desobediencia, han conculcado incluso, sin ningún miramiento, que no miento, no, las leyes que aprobaron los aciagos días 6 y 7 de septiembre en el Parlament? ¿A ninguno se le ha caído la cara de vergüenza, si es que han hecho el esfuerzo de rememorar todo lo que ocurrió allí durante esas dos jornadas infaustas, cómo contribuyeron a violentar, de manera flagrante, el reglamento de su propia Cámara?

Además de al President Puigdemont (ya en sus alocuciones, ya en sus misivas), hay toda una legión a quienes se les llena la boca reclamando diálogo para arreglar o resolver el conflicto (por ciento, ¿a qué me sonará ese sintagma nominal, “el conflicto”? Ah, sí, ya sé a qué). Tras mentar el mantra, diálogo, suelen agregar las palabras “de tú a tú” o “bilateral”. ¿Nadie advierte la evidente trampa saducea que los susodichos vocablos comportan? Tengo para mí que cuando de qué dialogar y con quién, el asunto y el interlocutor, son la independencia de Cataluña, aún no declarada (como ha venido a reconocer el propio Puigdemont, lo itero, en el parágrafo que corona su segunda epístola), y el desleal que se ha saltado a la torera las reglas de juego, el ordenamiento jurídico, ¿nadie ve qué se pretende con ello, que Rajoy acepte de antemano, amén de ser sujeto de una inconcusa añagaza, objeto de un clamoroso chantaje? ¿Merece la pena, de verdad, avenirse a dialogar, por tanto, en tan desfavorables e inicuas condiciones? Lo siento, pero debo decir que soy escéptico; no le veo ningún recorrido a ese diálogo.

Por lo que a uno le llega por diferentes cauces o conductos, lo que viene ocurriendo en Cataluña durante los últimos tiempos es que la fractura social entre catalanes, hermanos, amigos, padres e hijos, ya de por sí deteriorada, se ha agravado hasta unos extremos o límites insospechados. Cada día se va haciendo más difícil la convivencia. Cuando uno no puede manifestar que está en contra del delirio de la independencia, porque los amigos, los colegas o los deudos independentistas se le echan encima, cuando uno no puede referir su criterio razonado de que lo que se está demostrado bien, a las claras, es que con las patrañas que los soberanistas han contado en todo lo tocante al “procés” se pueden llenar contenedores (hasta los topes) sin cuento, la conciencia democrática de quienes no soportan escuchar otras perspectivas sobre la verdad distintas a su dogma, que el emperador va desnudo, esa realidad, ciertamente tan actual, deja mucho que desear.

Y, para finalizar esta urdidura (o “urdiblanda”), me gustaría lanzar esta pregunta al aire: ¿Hay un solo catalán independentista que se haya ocupado y preocupado de reflexionar sobre qué pensará en la supuesta República Catalana el disidente, qué pasará y le pesará al ciudadano que no sea de los de su cuerda? Acaso lo haya, pero, una de dos, o es mudo o no quiere ser tachado de escasa contundencia o excesiva debilidad por los suyos. Así que lamento tener que insistir en mi arraigado escepticismo.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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