El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Carta abierta al señor Puigdemont, Carles

CARTA ABIERTA AL SEÑOR PUIGDEMONT, CARLES

“La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva”.

José Saramago

Señor Carles Puigdemont, president del Govern de la Generalitat:

Aunque, al parecer, eso es al menos lo que ha trascendido, usted no tiene ni siquiera una licenciatura, tal circunstancia no es óbice ni le incapacita para que haya hecho el esfuerzo laudable de aprovechar al máximo su tiempo de ocio, haya leído mucho y se haya formado por su cuenta, para que sea un ciudadano autodidacto, vaya. Yo suelo recordar a la persona (sea hembra o varón) que juzgo (al menos, de modo provisional) que se envanece, comporta de manera vanidosa o tiene una actitud que yo catalogo como altiva, engreída o soberbia, una de las frases que pronunció José Saramago, el autor del epígrafe o exergo con el que arranca esta epístola, en el discurso que pronunció en Estocolmo con ocasión de la entrega del Premio Nobel de Literatura de 1998, que le fue concedido por la Academia Sueca: “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir“. Así que le supongo conocedor de las palabras de las que echó mano Karl Marx para encabezar el primer párrafo de su obra “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” (1852): “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Como coincido básicamente con cuantas/os sostienen que lo ocurrido en Cataluña, a partir de los lamentables sucesos que tuvieron lugar en el Parlament los días 6 y 7 de septiembre del presente año, es un rosario de tomaduras de pelo, un esperpento, una ópera bufa, fullera, grotesca, una farsa, una astracanada, una mamarrachada, una patochada, una mojiganga, una pantomima, una parodia, una colección o muestrario de patrañas,…, espero (porque es lo que deseo) que desde hoy, lunes, dieciséis de octubre o, como muy tarde, desde el jueves que viene, 19, no acaezca en Cataluña tres cuartos de lo mismo que adujo Hegel, pero en esta oportunidad al revés, esto es, que a la farsa susodicha le siga la más negra o pésima de sus sombras, la tragedia.

Le considero, asimismo, sabedor de la famosa frase (“¡Es la economía, estúpido!”) que ideó e hizo célebre a James Carville, el asesor del entonces candidato demócrata a la Casa Blanca, el gobernador de Arkansas, Bill Clinton, que en 1992, junto con otros excelentes consejos del insigne (y el apoyo de otras muchas personas, por supuesto, que dieron lo mejor de sí mismas para la causa), contribuyó, de manera decisiva, a que Clinton le ganara la partida o el pulso electoral al candidato republicano, el a la sazón presidente de los Estados Unidos de América (USA), George Bush, padre. Los éxitos que había obtenido Bush en el exterior le impidieron ver o no reparar en los problemas del interior, que más acuciaban o inquietaban en esos momentos a los ciudadanos (ellas y ellos) norteamericanos y esa fue, junto con otras, una de las causas de su (¿inesperada?) derrota.

Como usted sabe (porque su vicepresidente, Oriol Junqueras, le habrá dado hasta pelos y señales de la realidad económica actual, o sea, le habrá informado exhaustivamente de todo lo concerniente a la misma, son más de quinientas (seguramente, cuando vea la luz este texto, el número habrá sobrepasado con creces esa cifra) las empresas que tenían su sede social radicada en Cataluña, y que, por la incertidumbre (las manos que tienen, retienen, sostienen o disponen del dinero suelen sentir pánico ante las meras sospechas o intuiciones —que son la antesala o el anuncio de lo que puede sobrevenir antes o después— de carencia de certeza), motivada por la inseguridad jurídica, a partir del 1-O la han cambiado a otras localidades del Estado español.

Cualquier persona con dos dedos de frente, medianamente informada, sin haber tenido que seguir estudios específicos de Economía, sabe los rudimentos de la citada ciencia: que la actividad empresarial es la que, al generar empleo (si es de calidad y bien remunerado, mejor que mejor), produce riqueza; y la ecuánime y oportuna recaudación de los impuestos favorece o propicia la disposición de los recursos necesarios para sufragar las infraestructuras y los servicios que redundarán en el beneficio general, en el disfrute de la mayor parte de la ciudadanía. La economía de un territorio, el que sea, empieza a crecer cuando aumentan los puestos de trabajo. Si continúa la incertidumbre, si sigue la inseguridad jurídica en Cataluña, ¿quién va a invertir su dinero allí? ¿Quién? Nadie. Es más, las empresas no se conformarán con cambiar sus sedes sociales, sino que, si empiezan a ser deficitarias, las deslocalizarán. Si no se reconduce el asunto y damos tiempo al tiempo, tanto usted como yo constataremos lo que nos ha enseñado la Historia, que en Cataluña puede acontecer lo que pasó en Quebec (Canadá), donde, de las 37 grandes empresas que se marcharon, no ha vuelto, por el momento, ninguna.

¿Qué opina usted al respecto? Servidor defiende y sostiene el siguiente criterio. Acaso explique (no lo aseguro, que conste, porque puedo estar equivocado) la famosa frase de James Carville, una vez se haya cambiado lo que convenía cambiar, si no todo, el grueso de lo que a la postre ha acaecido en Calatuña. Que las fuerzas soberanistas se hayan dedicado y la maquinaria secesionista se haya ocupado básicamente de la propaganda (donde los embelecos sin cuento —los tentáculos de la tan traída como llevada posverdad han hecho de las suyas— han brillado, ciertamente, por su presencia en cuantos mass media controlaban), olvidándose de lo que no era menos precipuo o importante, la economía, ha dado al traste, según mi parecer, con las aspiraciones de las/os independentistas, porque supongo que usted, aunque ha manifestado que está dispuesto a ir a la cárcel por defender sus ideas (en sentido estricto, por lo que puedan decidir los tribunales cuando tengan que resolver, tras un proceso justo, sobre sus supuestas deslealtades y conculcaciones del vigente ordenamiento jurídico), no será partidario de que el resto de la sociedad catalana, inocente, sufra también las consecuencias de sus actos, que, mientras no sean valorados por los órganos competentes en ese tema, y si así lo deciden, no tendrán la consideración de delictivos e/o ilegales.

No está en mi ánimo molestarle, de veras, pero, como me gusta ser claro, como el agua clara, y llamar al pan, pan, y al vino, vino, le confieso que he llegado a identificarle a usted (insisto en que puede que este menda esté marrado) en buena parte con el Bonaparte que aparece entre las palabras que inician el último de los parágrafos de la citada obra de Karl Marx, “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”: “Acosado por las exigencias contradictorias de su situación y al mismo tiempo obligado como un prestidigitador a atraer hacia sí, mediante sorpresas constantes, las miradas del público, como hacía el sustituto de Napoleón, y por tanto a ejecutar todos los días un golpe de Estado en miniatura, Bonaparte lleva el caos a toda la economía burguesa, atenta contra todo lo que a la revolución de 1848 había parecido intangible, hace a unos pacientes para la revolución y a otros ansiosos de ella, y engendra una verdadera anarquía en nombre del orden, despojando al mismo tiempo a toda la máquina del Estado del halo de santidad, profanándola, haciéndola a la par asquerosa y ridícula”.

Que lo que decida sea lo mejor para todas/os las/os españolas/es (le incluyo a usted y al resto de las/os catalanas/es, independentistas o no, entre las/os mentadas/os, donde entre las/os tales, evidentemente, también me incluyo yo).

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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