El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Carta abierta a Isabel, Lesbia o Belisa

CARTA ABIERTA A ISABEL, LESBIA O BELISA

“A veces, la soledad, el ninguneo y el anonimato social en los que vive una persona coherente, congruente con sus principios y valores, son consecuencias directas de este trío de razones: su manifiesta independencia de criterio, su notoria libertad de expresión y su público reconocimiento de que puede estar equivocado en aquello que argumenta y sostiene”.

Emilio González, “Metomentodo”

Dilecta Isabel Coixet, como sabes (permíteme que te tutee), Lesbia y Belisa son dos anagramas de tu gracia de pila. Había pensado llamarte en un principio Lesbia, como así lo hizo con su amada y esquiva Claudia (que se mudó el nombre por Clodia) Catulo, y luego Belisa, como de esa guisa nombraba Lope de Vega en sus versos a su querida esposa Isabel de Alderete y Urbina, pero he preferido optar por concretar y agregar tu apellido, Coixet, para no dar pie a que el atento y desocupado lector (ella o él) de esta epístola pudiera especular sobre quién es la verdadera destinataria de la misma, para no dejar un resquicio por el que pudiera colarse de rondón la duda flaca.

Acabo de leer tu artículo “Tierra de nadie”, publicado anteayer en El País, y lo que más deseo hacer en este preciso instante es darte las gracias, de veras, por haberlo escrito. Por lo obvio, porque, si no lo hubieras tecleado ni enviado al periódico para que se publicara, este menda no hubiera podido pasar la vista por él y, al verse imposibilitado en llevar a cabo tal cosa, no hubiera podido ratificarse en la opinión que de ti tenía, que tu estupenda calidad humana está fuera de toda duda (al menos, para mí; aunque quienes no piensan por sí mismos —ni tienen cráneos “previlegiados”, como has demostrado en infinidad de ocasiones haber hecho y tenido tú— te sigan increpando, cuando saques a pasear al perro —o a que el can te pasee a ti— o a reciclar plásticos en el cubo pertinente, llamándote a voz en cuello, sin conocerte, con el único propósito de zaherirte, de insultarte —sin echar mano de un ápice o pizca de arte que lo hiciera, al menos, soportable, pues para coronar tal hecho hay que inteligir y meditar o reflexionar—, lo que no eres, fascista). Como te consta (no es mi propósito que veas en ello un raudo abecé o prontuario de lo lenitivo: alivio, bálsamo o consuelo), con el mismo baldón le han intentado motejar a Joan Manuel Serrat.

A propósito de la incipiente rabia que afirmas haber sentido (e, intuyo, haber dominado y encauzado también tan bien) y del odio que manifiestas haber guipado en los ojos de quienes veían en ti un punto de mira, una diana, me nace apostillarte (¿lo haré con arte?) que es natural sentir antipatía hacia alguien o aversión por algo (tras haber padecido experiencias desagradables o sufrido circunstancias nocivas, claro), pero puede llegar a resultar patológico, malsano, enfermizo, si, uno, es consecuencia de prejuicios, y dos, la única salida que se ve al final de ese callejón oscuro, aterrador, es desearle un daño o mal.

Hay sitio para ti y para otras/os como tú en esa tierra, Cataluña, y en el resto de los límites de España, Europa u orbe. Persuádete a diario de que es así. Convéncete, asimismo, de que no estás sola, aunque esa sea muchas veces la refractaria impresión que tengas (la renuente sensación de soledad es el precio que hay que pagar por ser coherente, consecuente y mostrar y demostrar una y otra y otra y… —hasta mil y una veces, si hiciera falta— la impronta unamuniana que seguimos, la decencia intelectual) o te quede. Sé que, cuando a una/o le espeluzna alguien o algo, tiende a quedarse parada/o, petrificada/o, ante la mera contemplación del espanto, que le produce su presencia o la corazonada o el pálpito que le avisa de la pronta irrupción en escena de la misma. Para superarlo, tiene que hacer el esfuerzo intelectual y anímico de comprenderlo, de tamizarlo, de relativizarlo. Y el tigre, tras la paulatina mengua, ya no parece tan fiero; tiene las trazas de un lince, apenas semeja un gato grande, gordo.

Es lo que haces, con otros vocablos, por otros medios, en el último de los párrafos de tu artículo. Has acertado al ver la realidad: que otras/os están mejor que tú, pero que muchísimas/os están peor, sin hesitación, malviviendo en medio de pésimas condiciones. La esperanza, querida Isabel, nunca puede ser vana. Julio Cortázar en el capítulo 28 de “Rayuela” escribe: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

Ánimo/s y un ósculo.

Queda a tu disposición (y te pide perdón, por si no te agrada leer lo que sigue, que le ha petado agregar a servidor), siempre que lo dispuesto sea intachable desde el punto de vista legal y moral,

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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