El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Léame y se leerá

LÉAME Y SE LEERÁ

Escribamos en prosa o en verso, o no escribamos nada de nada, todos los seres humanos, todos, sin excepción, sin importarnos ni importunarnos un solo ápice o pizca cuál sea nuestro sexo, somos (podemos pasar por o aparentar ser) libros, libres libros que nos hacen, precisa y preciosamente, libres.

Así las cosas, como nada de lo humano le (y me) es ajeno, si usted, recientemente, verbigracia, ha perdido por las razones (o sinrazones) que sean a una/o de sus allegadas/os; si ha recibido el enésimo revés sentimental (le han vuelto a dejar por otra/o y a sentirse lo acostumbrado, una mera piltrafa), le recomiendo con especial encarecimiento que siga leyéndome; si lo hace, tal vez deduzca lo que conviene o viene a cuento, que se lee a sí misma/o y logre interpretarse correctamente y, como lógica consecuencia, alcance la extraña bendición (o la rara maldición), que es llegar a la cima, conocerse, entenderse.

Quien lee (lo trenza para usted —y para sí mismo— el lector empedernido que es servidor) suele encontrar en lo que está leyendo en ese concreto momento, tras haber naufragado el bote o buque que, por los motivos que fueran, dejó de mantenerse a flote, una tabla de salvación, que a mí me gusta llamar el abecé de todo fracaso, porque depara, a la vez, el triángulo o la solución amable: alivio, bálsamo y consuelo.

Acaso no sea siempre la panacea, el remedio para cualesquiera males habidos o por haber, pero sí es en numerosos casos el libro que una/o anda leyendo un botiquín de primeros auxilios para el lacerado espíritu.

Horacio acertó de lleno en el centro de la diana cuando escribió en latín los versos 343 y 344 de su celebérrima “Epístola a los Pisones” (obra conocida también por otro título, “Arte poética”): “omne tulit punctum qui miscuit utile dulci, / lectorem delectando pariterque monendo” (“todo el galardón se lo llevó quien mezcló lo útil con lo dulce, al lector deleitando y al mismo tiempo amonestándolo”).

Ignoro si a usted le ocurre tres cuartos de lo que le pasa a este menda, que, cada vez que lee (o relee) un texto literario con inconcusa e inconclusa enjundia suele extraer de él las claves que le permiten abrir las cajas fuertes donde acostumbran a ser depositados y guardarse, como oro en paño, arcanos, misterios o secretos.

De vez en cuando, me da por pensar que la vida es un eterno retorno o una vuelta al pasado que, tras dar un giro brusco, regresa al futuro, o, en su defecto, un círculo virtuoso o vicioso. Y, por esa razón (o sinrazón), tiendo a ver en cada página de un libro un hacha que, tras ser leída (releída) con atención y comprendida en toda su extensión y profundidad, puede llegar a golpear y abrir grietas o hendiduras sin cuento en el más o menos macizo tronco de una personalidad, la de Fulano, Mengano, Zutano, la suya (de usted), o la mía, hasta llegar a talarlo.

De cuando en vez, me creo a pies juntillas lo que escribió Cervantes en el capítulo III de la Segunda parte de su inmortal “Don Quijote”:

“—Una de las cosas —dijo a esta sazón don Quijote— que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa. Dije con buen nombre, porque, siendo al contrario, ninguna muerte se le igualara”.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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