El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Dame imaginación y sudor, dame

DAME IMAGINACIÓN Y SUDOR, DAME

(¡CUÁNTO BIEN ME REPORTA PASAR PÁGINA!)

“En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento”.

Albert Einstein

La existencia, nuestra vida, no es ni un valle de lágrimas con el que da grima rimar (si el vocablo elegido para hacer la rima es la herramienta que suele portar y usar la muerte, el dalle) ni un jardín de rosas olorosas que procura tanto placer como yacer con quien cada quien pasee y fantasee. La vida tiene momentos en los que parece uno e instantes en los que semeja otro. Depende de nosotros, depende de qué pensemos en esos precisos (despreciables o preciosos) lapsos de tiempo. Si somos optimistas, veremos la parte positiva del asunto o tema que tenemos entre manos. Si somos pesimistas veremos la parte contraria u opuesta a la anterior, que tememos. El ejemplo de la visión del vaso medio lleno o medio vacío puede ser clarificadora, si no para todas/os, para el grueso, la mayor parte.

A lo largo de la vida, una persona añosa (aunque no se haya dedicado a torear morlacos en cosos taurinos) ha tenido que lidiar con miles y miles de astados cinqueños, si damos en llamar metafóricamente toro a una situación de difícil solución por ser compleja, a un casus belli, a un brete (del que una/o no logra escaparse, no, con facilidad ni en un periquete).

Sé de quien, aleccionado por la experiencia, apenas confía en las nuevas personas que conoce. Se ha sentido, un día sí y otro también, sin defecto, tan defraudado con cuantas/os le ha tocado en suerte tratar, que ya no se hace ilusiones, para no verse de nuevo frustrado. Ha dicho (si no lo ha proferido, al menos, lo ha pensado) tantas veces “Tierra, trágame” (al ser humillado por una deslealtad o una infidelidad), que ha devenido en un carámbano o témpano emocional, pues pasa de ser nuevamente hollado.

Tras recibir el último y más reciente varapalo, escribió un relato sobre lo que le acaeció, que tituló “Estrellado en un bar de cuatro estrellas”:

Me sentía moderadamente orgulloso de ser el encargado o responsable de uno de los nuevos locales que se iban a abrir en breve en la zona de ocio y restauración del boyante Centro Comercial “El orbe del Ebro”. Deseaba y, a la par, esperaba que la misma persona que me había escogido a mí para llevar las riendas del negocio hubiera seleccionado también al resto del personal, a las compañeras que me iban a ayudar en las diversas tareas del “Stars bar”, del bar de las estrellas, que, según mi criterio, además de serlo las grandes fotos de los actores y las actrices de cine de los paneles, debían serlo nuestras/os clientes y, mientras estuviéramos trabajando allí, no tendríamos que aspirar a serlo también nosotros (mis compañeras y yo) para nuestras/os clientes (habituales o esporádicas/os), porque, de esta guisa, evitaríamos las posibles fricciones o luchas de egos que pudieran brotar o surgir entre ambos.

A los tres meses escasos, me di cuenta de que solo una de las camareras, Elena, la más joven, que nunca había trabajado en hostelería, compartía los principios y los valores de los que yo acostumbraba a hablar en las reuniones quincenales que solíamos celebrar o tener para intentar solucionar las desavenencias que hubieran podido nacer entre nosotros.

Como los problemas, en lugar de menguar, crecían, y las situaciones en las que llegué a sentir vergüenza ajena, rabia, humillación y… enfados sin cuento eran insostenibles, dimití.

Aunque me constaba que antes a otras/os les había ocurrido lo propio (incluso a mí me había acaecido un revés parecido un lustro atrás), no hallé consuelo en el mal de muchos, no, sino en el quid de lo que juzgué perentorio para mí: necesitaba rehacerme, anímica y moralmente, después del varapalo sufrido. Así que decidí armarme de paciencia y valor e ir a la búsqueda de las claves que me ayudaran a superar el fracaso cosechado.

Me sirvió de mucho la resiliencia, la capacidad humana de la que hice gala para enfrentar la situación adversa anterior. Por tanto, hice memoria y la elegí como mi necesaria pareja para el baile y para el tándem.

Asumí lo evidente, que, a veces, las cosas salen mal. Y es que, por muchas horas que inviertas, por mucho DES (esfuerzo, trabajo y dedicación) que pongas en algo, tú no controlas todas las variables que influyen en un proceso, el que sea, así que puede que no obtengas los efectos o resultados apetecidos, que esperabas o deseabas. Que algo resulte fallido no significa que seas una persona gafe. Hay que tener el espíritu positivo y perseverante de Thomas Alva Edison (“No fracasé; solo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla” y “El genio es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración”).

Como, mientras estudiabas la carrera, habías trabajado durante los fines de semana y los meses del verano en tantos bares, y habías aprendido a abrir puertas y ventanas y no a cerrarlas, podías volver a lo que conocías en caso de no encontrar pronto nuevo acomodo.

Hiciste bien en dedicar plurales ratos a leer y escribir. Como habías tenido varias ideas para trenzar cuentos que, por las muchas horas y el volumen de trabajo, no habías podido coronar, te pusiste a emborronar las cuartillas de las primeras versiones de esos relatos. La literatura fue tu tabla de salvación.

Atinaste al no olvidar lo que dicen que dijo Winston Churchill, que “un optimista ve una oportunidad en toda calamidad; un pesimista ve una calamidad en cada oportunidad”.

Y acertaste también al hacer tres cuartos de lo mismo que sueles llevar a cabo con cada una de las páginas que terminas de leer, o dejar una señal o pasar página.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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