El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Yo acuso de bellaco a Pep Guardiola

YO ACUSO DE BELLACO A PEP GUARDIOLA

(SI BELLACO SIGNIFICA PÍCARO, O SEA, TRAMPOSO Y DESVERGONZADO)

“¡Qué raro y maravilloso es ese fugaz instante en el que nos damos cuenta de que hemos descubierto un amigo!”.

William Rotsler

Si mi tocayo Émile Zola no hubiera muerto en París el 29 de septiembre de 1902 (por si no le peta o agrada al atento y desocupado lector —sea hembra o varón— esta conditio sine qua non, le pondré y propondré otra —a ver si esta sí le satisface—, si su alma hubiera transmigrado —siempre que el lector no ponga objeciones sesudas u oponga razones de peso a que la metempsicosis pueda ser, en verdad, un hecho plausible y posible— hasta buscar acomodo o conseguir instalarse en el —hágame el favor de entender el guiño que ahora le hago y envío al esperpento “Luces de bohemia”, de Valle-Inclán, tan apreciado por mí— “cráneo previlegiado —sic—” del cuerpo de un contemporáneo español) y hubiera escuchado las palabras que pronunció Pep Guardiola anteayer en Barcelona in situ o en uno o varios telediarios, seguramente hubiera acusado al plurigalardonado jugador y entrenador de fútbol de mentir como un bellaco (si tenemos en cuenta y no refutamos lo que cabe leer en el DRAE: que bellaco significa pícaro y este, a su vez, tramposo y desvergonzado, o sea, embustero y cínico).

Guardiola habló en su alocución de los “abusos de un Estado autoritario”, una hipérbole notoria, una exageración manifiesta, permitida en un texto de ficción, como este, verbigracia. Así que, como, a pesar de que he hecho ímprobos esfuerzos por buscarlo por doquier (no ponga en tela de juicio al menos esto), no he hallado lo que anhelaba, al Zola redivivo, he decidido lo que he juzgado inexcusable y oportuno, tomar la péñola para hilvanar los renglones torcidos que vayan a cantarle y contarle al señor Guardiola las cuatro verdades del barquero: que ha sido él el que ha abusado de la libertad de expresión, derecho que ampara la vigente Constitución española de 1978 (aprobada por Las Cortes, ratificada por el pueblo español —votada mayoritariamente, por cierto, en Cataluña— en referéndum el 6 de diciembre de dicho año), al echar mano de ella para embelecar (no creo que para engañarse también a sí mismo) a su auditorio (como dijo más de una vez Abraham Lincoln y dejó escrito en más de un sitio, “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”).

Del editorial que, a propósito de la nueva (vieja; diré más, vetusta; y es que recuerdo haber leído hace muchos años sobre la recomendación orteguiana de armarse de paciencia “jobiana”, del bíblico Job, para “conllevar” de la mejor manera posible el problema catalán), ha publicado hoy, 13 y martes, en la página 14 el diario EL PAÍS, salvo con este sintagma (“y como tales merecen el máximo respeto” —tales se refiere al antecedente, opiniones—), con el que discrepo abiertamente, estoy de acuerdo con el resto. Según mi punto de vista, perspectiva y/o criterio, puedo y debo respetar a todos mis semejantes, sin excepción, pero me veo imposibilitado intelectual o racionalmente a tolerar una mentira (fuera del ámbito de la literatura, claro), y menos aún si esta es morrocotuda, como juzgo es la que nos ocupa. Así que considero que solo son respetables las opiniones que reputo dignas de respeto. De lo que se colige otra verdad de Perogrullo, que las opiniones que determino que son intolerables no las puedo ni debo tolerar. Por no repetirme, si el atento y desocupado lector está interesado en leer una opinión vertida por servidor más extensa sobre el asunto en cuestión, puede hacerlo en el artículo que titulé (eché mano —quizás venga a propósito este breve apunte— de ese recurso literario que se denomina sarcasmo para escribirlo) “El escrache es estupendo”.

España, ciertamente, es un Estado perfectible, manifiestamente mejorable, pero no es un Estado autoritario. En uno de ese jaez, Josep Guardiola tal vez hubiera podido airear lo que proclamó con absoluta libertad y de manera mendaz, pero seguramente (me apuesto doble contra sencillo —acaso porque no se puede probar— lo que puedo pagar, un café —dos, si pierdo—, a que) solo podría volver a iterarlo (y quizás en voz baja) estando detrás de unos barrotes, debidamente enchironado.

Deseo lo mismo que espero, que, si esta carta abierta la lee Guardiola, haga con sus párrafos tres cuartos de lo que hizo servidor con sus palabras, que escuché y al día siguiente leí entrecomilladas en varios diarios, tomárselos a zumba, vaya, guasa, coña o chanza; y es que, como también sostuvo William Rotsler (el autor que he escogido para arrancar este texto también lo va a coronar), “si no tienes sentido del humor, estás a merced de los demás”.

Emilio González, “Metomentodo”

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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