El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

«El parnasillo»

“EL PARNASILLO”

(LABERINTO DE PASIONES HUMANAS)

Mientras el alzhéimer (o cualquier otra enfermedad mental) no me dé alcance, quiero decir, no me juegue una mala pasada, en todo momento y lugar recordaré que, al lado de la zapatería de “Las Tres Bes” (por ser, supuestamente, como así decía la publicidad que uno podía leer en el exterior, las zapatillas que allí se vendían buenas, bonitas y baratas), donde solía comprarnos nuestra madre el calzado que nosotros, su prole, de manera poco conveniente casi siempre, nos encargábamos de desgastar, había una librería, “El parnasillo”, donde acostumbraba a dejarme (a cuenta de algún libro recientemente adquirido o encargado, ergo, aún por comprar), cuando no me hacía tilín el cartel que anunciaba la película que ponían esa tarde en el cine “Tullerías”, los cinco duros de la paga del domingo.

Allí, en “El parnasillo”, compré los dos libros que hicieron de mí el lector empedernido, impenitente, que soy, “La colmena” (porque en la primera página, que, por nerviosismo y vergüenza fue la única que pude hojear, leí Navarrete —luego comprobé que era, según se decía en la novela, el primer apellido de un amigo del general Miguel Primo de Rivera, que se negó en redondo a indultar al retoño del susodicho Navarrete, de manera categórica, implacable, soltándole con desparpajo que su hijo tenía “que expiar sus culpas en el garrote”—, que, como queda sugerido, no tenía nada que ver con la localidad de La Rioja donde pasé los tres años más felices de mi vida, sin duda), de Cela, y “La historia interminable”, de Ende. El primer libro que, en sentido estricto, compré del citado Premio Nobel español fue su “San Camilo, 1936”, que don Miguel, el librero, tuvo a bien cambiarme por el arriba mentado. Don Jesús Ortega Romera, el profesor de Lengua y Literatura, me convenció de que el que había elegido para hacer el trabajo voluntario que, en el caso de que resultara ser muy bueno, subiría hasta dos puntos mi nota final, no era un libro adecuado para el adolescente de quince años recién estrenados que yo era por aquel entonces.

La novela fantástica e infantil del teutón me ganó (la primera vez que la leí me arrobó, cautivó, engatusó y hasta raptó) como lector asiduo de la misma para el resto de mis días (algo parecido me ocurrió con “El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry, otro relato que mejora de calidad —pero mucho, muchísimo— cuando lo lees de mayor, siendo un adulto hecho y derecho), como habitual relector, nada más pasar mi vista por los imperecederos párrafos que siguen:

“Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente por qué. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen a sí mismos por no saber resistir los placeres de la mesa… o de la botella. Algunos pierden cuanto tienen para ganar en un juego de azar, o lo sacrifican todo a una idea fija que jamás podrá realizarse. Unos cuantos creen que solo serían felices en algún lugar distinto, y recorren el mundo durante toda su vida. Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen: hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay.

“La pasión de Bastián Baltasar Bux eran los libros.

“Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado…

“Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque papá o mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito…

“Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido…

“Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces”.

Si todavía no la has leído, atento y desocupado lector (seas hembra —poco importa la edad que tengas— o varón), sería una buena idea aprovechar tan pintiparada oportunidad y pedirla prestada en la biblioteca pública o comprarla para poder leerla y releerla durante las próximas vacaciones de verano o cuando te dé la real gana.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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