El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Lo más básico de un clásico

LO MÁS BÁSICO DE UN CLÁSICO

Ignoro si a usted, amable, atento y desocupado lector (sea hembra o varón), le pasa tres cuartos de lo mismo que, a veces, me ocurre a mí, que me hallo, verbigracia, dentro de la librería “El Cole”, hojeando la prensa del día, o sea, pasando las hojas de los periódicos, leyendo deprisa, como el rayo, los titulares y algunos pasajes, y no me entero o no se me queda de la misa la media, porque tengo la sensación refractaria de andar en Babia, con la mente en otro sitio, con mis neuronas pendientes de otra labor, ajena y distinta a la que estoy (en la que estoy, claramente, sin estar).

Esta mañana, sin ir más lejos, me ha acaecido cuanto en el párrafo precedente, a grandes rasgos, narro.

Dejando a un lado el doble encuentro futbolístico por temporada (al menos) que enfrenta a los equipos del Fútbol Club Barcelona y del Real Madrid Club de Fútbol, ora en el estadio del primero, el Nou Camp, ora en la cancha del segundo, el Santiago Bernabéu, al que numerosos periodistas deportivos y aficionados se refieren también como “clásico”, acepción que no recoge aún, por cierto, el DRAE (la más cercana a ese uso y/o significado tal vez sea la décima: “competición hípica de importancia que se celebra anualmente”), tengo para mí que la mejor definición de “clásico” (según la tercera acepción que da el DRAE, “dicho de un autor o de una obra: Que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia”) la dio Jorge Luis Borges en el párrafo con el que coronó el opúsculo que tituló así, precisamente, “Sobre los clásicos”, breve ensayo que su autor incluyó y apareció publicado en “Otras inquisiciones” (1952): “Clásico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”. Sin embargo, nada más haber dejado constancia de lo escrito, me quedo con la sensación de haberme quedado corto, de que dicha definición queda incompleta, quiero decir, coja, manca y/o tuerta, si me olvido de lo que Borges había expresado apenas unas líneas más arriba, que “clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”. Ahora bien, considerando que clásico es un libro que más que leerlo uno con renovada pasión, lo relee con inmarchitable placer, acaso no convenga echar en saco roto esta escueta definición de Italo Calvino, porque con ella vino a dar de lleno en el blanco o centro de la diana: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

Emilio González, “Metomentodo”, que suele compatibilizar a la perfección, aunque haya fricciones y salten chispas entre nosotros, su circunstancia de ser mi amigo con su condición de ser, simultáneamente, existan o no discrepancias entre ambos, heterónimo o seudónimo mío, sostiene la tesis de que, a partir de la suma, fusión y acaso confusión de dos verdades simples se puede alcanzar, conseguir, lograr u obtener una verdad compleja, completa. Como ahora ando desocupado, como usted, decido no dilapidar el tiempo ni procrastinar y en este mismo momento inicio la tarea que, cuando la concluya, tal vez me diga cuánto hay de cierto en dicha tesis.

Paso, por tanto, a formular la primera verdad simple, “la literatura es un poliedro de ene caras”, y, a renglón seguido, enuncio la segunda, “hoy me fijaré, única o exclusivamente, en su faceta lúdica”. Veremos qué nos depara la adición, qué sale de la aleación o mezcla de ambas. Así pues, si tenemos en cuenta la extraña etimología de clásico (vocablo que procede del latín, classis -is, flota, sustantivo femenino con el que, según recoge la segunda acepción del DRAE, se conoce al “conjunto de embarcaciones que tienen un destino común”), y nos da por jugar un rato con ella, no es ninguna barbaridad aseverar que podemos definir “clásico” como el libro que, una vez arrojado al ancho mar de las palabras (en sentido estricto, de las pupilas de los ojos o, en su defecto, en el supuesto de que la persona sea ciega y use el método ideado por Braille para leer, de las yemas de los dedos), funge o hace las veces de boya, de buena boya, porque nunca se hunde, o lo que es lo mismo, complementa o completa, porque siempre flota (verbo), de buena voluntad o gana.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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