El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Se debe/puede tolerar lo intolerable?

¿SE DEBE/PUEDE TOLERAR LO INTOLERABLE?

¿POR QUÉ HE DE COMULGAR MUELAS/RUEDAS DE ACEÑA?

Varias personas allegadas (el grueso de las mismas lo conforman, atento y desocupado lector —seas hembra o varón—, amigas/os y/o deudos del abajo firmante, tu seguro servidor) me han hecho llegar mediante el oportuno correo electrónico o la pertinente llamada telefónica sus discrepancias con u objeciones a determinados criterios que he vertido en uno o en varios de los últimos escritos que he urdido y han sido publicados aquí o en mi bitácora, el blog de Otramotro. La mayoría entienden que yo defienda a machamartillo lo que considero precipuo, que todo ser humano puede expresar en todo momento y lugar las ideas u opiniones que tiene, sean estas del signo que sean, pero no les cabe ni entra en la cabeza o cuadra que no siempre respete o tolere a ultranza el contenido y/o el continente de las mismas.

Así que hoy y aquí intentaré explicarme y contestar a esta pregunta en concreto: ¿No se degrada, deshonra o prostituye, al menos intelectualmente, quien da su plácet o dice amén a cualesquiera bajezas morales buscando obtener a cambio, como compensación o contrapartida, cierto/s beneficio/s?

Para que mi parecer al respecto quede fijado negro sobre blanco y no se me vuelva a malinterpretar, procedo a dar cuenta del mismo por extenso.

Arrancaré este párrafo, como suelo hacer regularmente antes de empezar a debatir sobre este, ese o aquel asunto con quien/es sea/n, aseverando dos verdades de Perogrullo; primera, que, si no nos ponemos de acuerdo en qué significan las palabras, difícilmente llegaremos a algún consenso; y, segunda, que, si no se cumple la susodicha condición, de manera imprescindible e inexcusable, podemos mantener interminables discusiones bizantinas, extravagantes o peregrinas sin sacar de ellas ninguna utilidad, nada de provecho. Así que haremos bien, lo correcto, si acudimos al DRAE para comprobar, de manera fehaciente, qué significa el verbo tolerar. La cuarta acepción de dicho vocablo dice de esta guisa: “Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Como acepto que cada quien se comporte como Dios o Natura le dé a entender, o como crea que es su deber u obligación hacerlo, de la manera más cabal o justa posible, y soy contrario al fingimiento, a la hipocresía, esto es, estoy a y en favor de la decencia u honestidad y de la sinceridad, me veo en la circunstancia de proceder con cordura y sensatez, de ser juicioso y, a renglón seguido, de argumentar que, si dicha definición quiere decir que yo debo respetar lo que sostiene cierto quídam, por ejemplo, su idea de que las personas blancas (las amarillas, las negras,…), procedentes de África, de Asia, o de… donde sea, deben ceder o donar, de buena gana y mejor grado, un riñón a las otras porque así lo manda una ley, yo estaría loco, pero como una cabra o un cencerro, si respetara lo que el tal defiende, esa concreta y específica barbaridad. Si dicha definición quiere decir que yo he de respetar lo que cree cierto fulano, que hay que matar a un anciano o a un niño para ganar el cielo (porque así lo ordena un mandamiento de la religión que profesa, sea esta la que fuere), yo me niego en redondo a tolerar dicha creencia, y más aún si lo hace a pies juntillas. Y, para concluir con mi razonamiento, con el que ni le miento ni pretendo embelecarle, si dicha definición quiere decir que yo debo respetar que, porque, desde tiempos inmemoriales, se viene haciendo así, hay que continuar con lo habitual en algunos países africanos en los que es tradición inveterada que se les practique a las niñas la ablación del clítoris, aquí hemos de respetar que se siga cometiendo semejante injusticia y necedad, yo, al menos, y de modo inequívoco, me mostraré con quien corone dicho error y/u horror, ella o él, absoluta e íntegramente irrespetuoso. Así, tal cual. Y, si todavía no he sido todo lo concluyente que pretendía, a continuación seré aún más claro, como la más cristalina de las aguas. Ni a mí, ni a usted, ni a nadie, se nos puede obligar, mediante amenazas o coacción, a maltratar al resto, a los demás, ni a ser nosotros por nosotros mismos o por otros sujetos (y menos todavía, objetos) de maltrato. Ergo, me interrogo y te pregunto, atento y desocupado lector (seas ella o él), ¿no ocurriría eso así, si tuviéramos que respetar lo que, por nuestras creencias, ideas o pareceres, no podemos en modo alguno respetar? ¿Por qué he de ser un sádico o un masoquista, o practicar ambas tendencias a la vez, quiero decir, ser un sadomasoquista por capricho propio o ajeno, por que sí, si no es ni mi deseo ni mi propósito serlo? Porque eso, poco más o menos, cabe deducir de lo que dice del verbo tolerar el DRAE en su cuarta acepción.

Espero y deseo lo obvio, que haya quedado meridianamente clara, cristalina, mi postura al respecto; en definitiva, por qué, honestamente, me veo incapaz de poder tolerar lo que para mí es, a todas luces, intolerable.

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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