El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCCII)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCCII)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Si te encantaron (y encantan) esas cinco líneas, espera a leer las que le acompañan. Me comprometo a hacer todo lo que esté en mi mente y en mis manos para que, cuando las leas entre ellas, te encanten tanto como te encantaron y, si no hay inconveniente, tras llevar a cabo todas las acciones pertinentes que están o quedan a mi alcance y, por lo tanto, posibles, hasta más. Así que, sin dilapidar más tiempo, me pongo a ello en un santiamén, para procurar que ocurra pronto, a la mayor brevedad, lo que acabo de anticiparte con un ápice o pizca de arte, si no en toda su extensión, en buena parte.

En lo tocante al día de mi alumbramiento, que no miento si firmo como Eladio, pero embeleco clara y clamorosamente si rubrico como Otramotro, he logrado trenzar los siguientes renglones torcidos (acaso no venga mal apuntar —eso sí, sin disparar ni bala ni flecha— ni apuntalar o sostener que, al elegir esa fecha para mi nacimiento, le hago un claro guiño, rebosante de gratitud y cariño, a mi piadoso y difunto padre, Eusebio, que, si existe el cielo, por allí andará, seguro, sin duda, pues él sí vino al mundo el 24 de febrero, pero de 1933):

Mi amigo Emilio, que me pasa nueve años y cinco días justos (él nació el 19 de febrero de 1950 y tiene, por tanto, sesenta y seis años; yo fui alumbrado el 24 del mismo mes de 1959, así que cincuenta y siete estíos es mi edad), nunca me ha querido responder a dos preguntas, que le he formulado de mil modos distintos, de todas las maneras posibles que Dios me ha dado a entender: quién le puso y por qué el mote de “Metomentodo”. Porque lo cierto es que, desde que lo conozco, no le he visto que jamás se haya comportado como un metete, entrometido o entremetido, esto es, que se haya metido en camisa de once varas, en definitiva, que se haya inmiscuido en lo que no le iba ni le venía a cuento, en lo que no le incumbía ni le importaba. Quizá la razón esté en una cita de Confucio que yo me aprendí (me consta que no es del todo literal) así: “Quien comete un error y no lo corrige comete otro aún mayor”; o, en su defecto, como le gusta insistir e iterar a él, tal vez estribe en una frase suya que, de alguna forma viene a completar y/o complementar a la anterior, que “los errores que cometemos no son más que lecciones que debemos aprender y poner cuanto antes en práctica”.

En lo que tiene que ver con el lugar en que mi madre me dio a luz, Turruncún, he urdido el párrafo que sigue y, si te peta, puedes leer a continuación:

Mi madre murió exangüe, debido a una hemorragia masiva, al día siguiente de parirme a mí en nuestra casa de Turruncún, donde pobremente (mi padre trabajaba de pastor de un rebaño de unas doscientas ovejas y cincuenta cabras, bienes semovientes que eran propiedad de un señor que residía en Logroño) vivimos mi progenitor, mis tres hermanas mayores, Carmen, Adela y Nieves, y yo, el benjamín, el primer lustro de mi existencia. Como mi padre, entre el disgusto y la pena, no entendió nada de la jerigonza que le soltó el médico de Arnedo que vino a certificar su muerte, nunca hemos sabido, a ciencia cierta, cuál fue la causa concreta, exacta, precisa, de la fatal hemorragia.

Me hubiera gustado estar presente en el aula y la clase de francés y haber comprobado in situ lo que intuyo o sospecho, que eres, en verdad, un estupendo bululú y/o moderno cuentacuentos.

Pues lamento decirte que es fundamental aprender a decir que no. Yo suelo repetir hasta el hartazgo que estoy a la entera disposición de quien sea para lo que sea (si es amigo mío, con más —pero no faltará quien aduzca lo contrario, con menos— razón), siempre que lo que sea no sea alegal o ilegal, inmoral o venal.

Que el próximo (aún lejano) 7 de mayo, día de la primera comunión de tu sobrino Julio, toda la familia lo paséis de lo lindo.

Espero y deseo que hayas sacado el mayor y mejor de los provechos a esas patatas a la importancia, que mi generosa y difunta madre, Iluminada, llamaba albardadas o enalbardadas.

Te saluda, aprecia, agradece que corones de buena gana todos los encargos que te hace y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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