El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCCI)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCCI)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Aunque del amor y del humor, estupenda pareja de baile o, mejor, de toreo, al alimón, ambos comentemos aquí asiduamente y sobremanera, siempre podremos decir algo nuevo, nunca antes aducido por el uno o por el otro.

En mi modesta opinión (acepto discrepancias —solo suelo ser intransigente con quien no transige—, disentimientos, siempre que medie argumento o razonamiento, que no miento, al respecto), una de las creaciones artísticas (la novela y la película homónima basada en ella) que mejor trata o versa sobre el tándem susodicho es “El nombre de la rosa”, que lleva la firma de Umberto Eco (el libro) y de Jean-Jacques Annaud (la cinta cinematográfica). Desde que leí la ficción, el segundo libro (sobre la comedia y el humor) de la “Poética” aristotélica, aborrecido por el venerable (que, conforme van transcurriendo las obras, va dejando de serlo, deviniendo, sin remedio o solución, en detestable) Jorge de Burgos (rol que borda Feodor Chaliapin Jr.), se me hizo muy dilecto. Tras comentar con brevedad maestro (Guillermo de Baskerville, personaje interpretado inmejorablemente por Sean Connery) y discípulo (Adso de Melk, papel que ejecuta con arte y primor Christian Slater) el apaño, la relación (había escrito felación, pero la misma es, claramente, un yerro imputable a mi índice izquierdo, porque ni en la novela ni en la película se menciona o es explícita la tal) amorosa circunstancial e irregular habida entre el último y la joven (Valentina Vargas), el lógico fraile franciscano concluye lo oportuno: “Qué pacífica sería la vida sin amor, Adso. Qué segura. Qué tranquila. Y qué insulsa”.

Bienvenido, por venir a cuento, tu calambur. Ciertamente, todo parece indicar, mira por dónde, que la excesiva afición de Mario Conde al dinero (primero, a esconderlo; y, luego, a blanquearlo) iba a ser objeto de más imágenes y páginas en los mass media que lo iban a abaldonar aún más. Quienes le concedieron el doctorado Honoris Causa deben estar tirándose de los pelos (algunos, además, de pedos) por cagarla, pues el borrón ya no tiene solución.

No me extrañaría nada (de nada) que, conociendo (como conozco, un poco) cómo son las opiniones pública y publicada de la piel de toro puesta a secar, Mario Conde viniese pronto a ser el nombre y el apellido que, por antonomasia, se usaran proverbialmente para dar cuenta del listo que se pasó de listo o del inteligente que demostró su diligencia en tener más de un comportamiento corrupto.

Pues me parece que no vas desencaminado cuando aciertas a vislumbrar esa relación de correspondencia entre las tres lumbres o antorchas del menda y un resumen muy sui géneris de los títulos de las cintas del director manchego, que creo que ha pospuesto la promoción de “Julieta”, título de su último filme, por haber aparecido su nombre en los papeles panameños, que apelan un día sí y otro también a otros tantos amaños sin cuento.

Deseo y espero que la recuperación de tu suegro, aunque paulatina, sea un hecho.

Ni tú ni nadie dejará de aprender cosas a diario si ese es su empeño. Es un anhelo que busca cobijo en mi sombra y una esperanza a la que no renuncio que la víspera del día que ponga fin a mis días asimile algo, lo que sea.

Yo me hubiera decantado, en el supuesto de que hubiera podido elegir, por la abandonada, de pueblo, con musgo adherido en sus paredes. Esa hubiera sido la casa en la que me alumbró mi madre en Turruncún, allá por el 24 de febrero de 1959. En ella murió mi madre al día siguiente, exangüe, por una hemorragia masiva. Y yo, claro, el narrador de la historia, no sería Otramotro, no, sino uno de mis heterónimos, Eladio Golosinas, “Metaplasmo”, por ejemplo.

Me ha gustado mucho, muchísimo (ahí va mi parabién para ti y dales mi enhorabuena al resto, a tus compañeros de grupo), de veras, vuestro concentrado y escueto relato.

Si me pidieran que me quedara con dos, solo dos, cuentos de Poe, me quedaría, no sin dudarlo, con “La carta robada” y “El escarabajo de oro”.

Te saluda, aprecia, agradece y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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