EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCXCI)
Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:
Está claro, cristalino, que algunos usos que hacemos de la lengua o el lenguaje son sexistas. Que el plural, verbigracia, se forme con el masculino es un acuerdo o consenso (que no ha logrado cepillarse o quitarse su carga o cepo sexista). El menda, por ejemplo, para no caer en el típico y craso error sexista, en lugar de escribir “los afectados podrán pedir indemnizaciones”, porque entre los tales hay hombres y mujeres, suele usar, como te consta, entre comas o paréntesis, ellas y ellos. Y, considerando o teniendo en cuenta lo dicho, opta por escribir “los afectados, ellas y ellos, podrán pedir indemnizaciones” o “los afectados, independientemente de cuál sea su sexo, podrán pedir indemnizaciones”.
Al Congreso (donde las/os diputadas/os a Cortes celebran sus sesiones y algunas/os de las/os tales, mientras hacen el uso de la tribuna, dejan translucir sus obsesiones) pueden llamarlo unas/os y otras/os como les dé la real (si se es monarca o consorte de rey, por mera —mas no baladí— cuestión de suerte —como el otro día ambos anduvimos argumentando—, con razón doble, claro) gana o quieran: de las/os diputadas/os, de las/os disputadas/os, o, si se entiende la sustancia o esencia corrosiva que acarrea la ironía, lo que a veces deviene o lleva aparejada una putada, de las/os untadas/os (y, por lo tanto, de las/os asustadas/os), de las/os refutadas/os o de las/os (sí o no) mutadas/os, etc.
Tengo por apodíctica certeza o, si lo prefieres, aceptado o asumido que, como el golpe de suerte solo les ocurre a las/os otras/os, solo lo tienen las/os demás, más vale que me empeñe solo en aspirar a lograr la otra suerte, que no es ningún sucedáneo, no, de trabajar en aquello que nos llena o realiza como personas, donde acaso coincidan dichosamente ocio y negocio. Pero, para poder optar a disfrutar de los beneficios que reporta la susodicha suerte, antes he tenido que seguir a rajatabla la triple directriz del DES (dedicación, esfuerzo y sacrificio sin desmayo —o, en el supuesto de que lo haya habido, no sin el necesario e imprescindible rearme anímico y/o moral— de junio a mayo).
Ya hemos comentado en alguna otra ocasión que el programa de la máquina deja mucho que desear, o sea, que es pertinaz como él solo. Y que ni siquiera a mí me consiente ni deja pasar por válida alguna locución, palabro o vocablo procaz.
Es cierto que a veces noto (ergo, las/os demás también notarán) que es notoria mi intención o propósito de epatar, de dejar admirada/o/s o asombrada/o/s a quien/es me lee/n. Unas conseguiré ese objetivo o fin y otras no.
Pues para mí, insisto, como Matías Prats, lo es. Así que no me adules o incites a que me envanezca si no quieres que se me alargue, dilate o ensanche el ego (que no es mi deseo que acaezca tal cosa) hasta rozar la frontera o linde de lo risible, quiero decir, que vuelva a tener que rememorar la áspera y censurable pregunta de Federico Cuadrado en “Abel Sánchez” (1917), de Miguel de Unamuno y Jugo: “¿Contra quién va ese elogio?”.
Te saluda, aprecia, agradece y abraza
Ángel Sáez García
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