El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCLXXXII)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCLXXXII)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

Pues yo he estado esta mañana (había sido citado a las 08 35 horas, pero he llegado con, al menos, un cuarto de hora de adelanto) en el Centro de Salud “Santa Ana”, siendo más concreto, en la consulta de la doctora Andrés, mi MAP (Médica de Atención Primaria). En el Centro Cívico “Lourdes”, haciendo que las yemas de mis dedos bailaran (quiero decir, saltaran, se posaran y pulsaran) sobre el teclado de uno de sus ordenadores y leyendo varios periódicos digitales, desde las 11 30 hasta las 12 40. Y, desde unos minutos antes de la hora señalada, 13 15, hasta casi las 14, junto a mis cuatro hermanos, en la sala de espera y en uno de los despachos de la notaría. Como hasta esta tarde no he leído un escolio nuevo tuyo ni te he contestado, tengo para mí que el menda no ha dejado durante toda la mañana la senda de la seriedad que ha tomado a tan matutina hora.

Mantén esos grupos de whatsapp si te ayudan a tener lozana tu ironía, aunque, ciertamente, esta sea una de las figuras literarias que no entienden del todo ni siquiera las personas de ese grupo abigarrado que conforman los lectores habituales con que cuenta nuestro país.

Ese tipo de examen oral en francés que vas a hacer esta tarde me recuerda, mutatis mutandis, cambiando lo que debe ser cambiado, el procedimiento, que no miento, de las varias “actuaciones” (lecciones ayudado o no del encerado o pizarra ante el tribunal) que he llevado a cabo tras las diversas “encerronas” (una o dos horas de preparación del tema escogido) que he padecido en mi lata experiencia como opositor. Como sabes, Calderón de la Barca tituló una de sus obras “El gran teatro del mundo” y, al comienzo de la película “Shakespeare in love” (“Shakespeare enamorado”), dirigida por John Madden en 1998, sobre un tablero de madera, grabadas en letras versales, pueden leerse las siguientes palabras escritas en latín: “Totus mundus agit histrionem” (“todo el mundo hace teatro“ o “todos somos actores”), lema, por cierto, del teatro The Globe, no del The Rose.

No te recomiendo ni deseo lo obvio, que hagas bien el papel que te asigne la profesora o te toque en suerte; que mientas estupendamente, vaya (y mucho mejor si lo haces con vaya, zumba), mientras dure la obra, el teatro.

Acabo de leer tu breve escolio y en un pispás me pongo y me dispongo a comentarlo. Ayer, por la tarde, acudí, como ya es costumbre inveterada en mí los domingos, al cíber-café “Praga” y subí el escalón de acceso, pero ni siquiera entré, porque vi que Alberto andaba liado, colocando los ordenadores en donde pone el escenario (y es que este sábado ha habido actuación allí y el que viene está anunciada otra —si yo fuera el dueño también priorizaría sacar partido al espacio y al negocio que tengo entre manos—; los ordenadores dan lo que dan, poco de sí). Le cuesta lo suyo reorganizar de nuevo el local.

Ciertamente, son muchos los sonetos que le han escrito a “el Manco de Lepanto”. Yo, por los buenos y numerosos ratos (de divertimento y utilidad) que me ha hecho pasar mientras leía (y releía) sus obras, aprovechando que este año se cumple el cuatrocientos (no quinientos —ni siquiera quien ha merecido y recibido el prestigioso premio Nobel está libre de que se le pase por alto un clamoroso yerro—, error que no advirtió y no corrigió ayer don Mario Vargas-Llosa, en su dominical Piedra de Toque titulada “El gran teatro del mundo”, en El País) aniversario de su muerte, me he sentido empujado a hacerlo.

La muerte de Umberto (sin hache, por favor —si soy indulgente con don Mario, ¡cómo no lo voy a ser contigo, Jesús, mi comentarista más dilecto y predilecto!—; no recurriré a la anécdota y al argumento que usé hace años, en la/el que alguien se comportó como un pésimo censor “hachista”, término que otrora definí, poco más o menos, así: “dícese de quien, blandiendo una apócrifa hacha, tala o se lleva por delante una hache sobrante, de más”) Eco me ha disminuido, como eso mismo hace la de cualquier otro ser humano, pero la he sentido más, mucho más que la de quien no he leído nada escrito por él (o ella).

Leí su ensayo “Apocalípticos e integrados” antes que la novela que mencionas y que tuvo los títulos candidatos o provisionales de “La abadía del delito” y “Adso de Melk” y acabó titulándose “El nombre de la rosa”, de la que por ahí andan a buen recaudo, tan bien guardados que no los encuentro por ningún sitio, los diez o doce folios con notas que extraje de su apasionante y apasionada lectura (evité —o pasé olímpicamente, mejor; lo confieso—, como otros muchos lectores, detenerme en los textos en latín).

Te saluda, aprecia, agradece y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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